Desde el rincón sereno del café

25-02-2012.

Antes de seguir adelante quiero decir muy claro que no tengo nada contra Alfredo Rodríguez. No me gustan sus formas, pero está en su derecho; cada uno tenemos las nuestras. No me parece mal que tenga su opinión y la exponga. Tampoco me parece mal que diga que no sé escribir. Pues claro que no sé: si me he pasado los últimos veinte años entre albañiles…

 

Lo que me parece ridículo, viniendo de una persona con su capacidad, es que diga que odio las ideas progresistas y demás lindezas que aparecen en la página web. Me sigue mandando exquisiteces en la misma línea, salpicadas de insultos. Él sabrá lo que hace. No le doy la menor importancia. Pero lo que sí me ha llamado la atención es la carta que dirige a Berzosa y me remite en copia adjunta. Reproduzco el párrafo textualmente, para completar la calidad moral de nuestro antiguo asociado. En ella completa su autorretrato.

Lo que te pido es que intentes animarlo para que, dentro del relato de su vida, nos cuente su experiencia personal en los entresijos de ese tipo de actividad, lo que nos podría ilustrar e incluso dar las claves de la actual crisis; porque no todo va a ser culpa de Zapatero. Podría tratar temas tan interesantes como las licencias de obras y recalificaciones, tasaciones de pisos, modo de conceder hipotecas y otros aspectos asociados al boom inmobiliario. Podría luego continuar con el estallido de la burbuja, la depreciación, los embargos, la pérdida de empleo y la vivienda. Me resulta extraño que gustando de escribir sobre tantas cosas, haya obviado un tema tan importante en su vida y en la sociedad que vivimos.

¿Por qué me lo pregunta? ¿Con qué intención? Podría decirle que fundé la empresa en plena crisis con tres personas en plantilla y, a los seis meses, habíamos perdido más de diez millones de pesetas. Podría decir también que, después de un par de años, éramos veintidós. Podría decir que tuve oficinas en tres de las cuatro provincias catalanas y podría decir que todo el mundo tenía contrato fijo. Podría decir que nunca nos retrasamos en pagar nuestros impuestos, que cada año eran un montón de millones. Podría contar infinidad de anécdotas muy interesantes, pero no lo he creído conveniente. Y, finalmente, podría decir que en casi veinte años nunca tuve ni una Inspección de Hacienda, ni una sanción, ni un problema legal con ningún cliente. Hay abogados en nuestra Asociación que pueden dar fe de lo que digo.

Para tener información sobre esas cuestiones no debería dirigirse a mí. Cualquiera sabe dónde están al corriente de esos asuntos. Nunca he participado en esas jugadas estrafalarias que se cuentan las noches de borrachera, para lucirse en las tertulias y presumir de dinero. Siento defraudarlo. La construcción fue mi medio de vida, con el que pude sacar a mi familia adelante sin derrochar en francachelas, ni utilizar la visa de la empresa para pagar señoritas de compañía, ni corromper a los funcionarios que pedían su parte del pastel. ¿Le gustaría que contara cosas así? Qué pena me da. Uno sabe muy bien que no es nada y que lo que ha hecho tampoco vale nada. Mi objeto por tanto no es presumir de nada. Cuando recibo carta de Hacienda, mis pulsaciones no se alteran: sesenta y cinco, como siempre. Duermo como un tronco. En toda mi vida no he defraudado ni un céntimo. Mi tranquilidad y la de mi familia valen mucho más.

Me gusta escribir, como a otros les gusta el baile o la pintura, pero nunca he presumido de saberlo hacer. Manda uno cuatro líneas mal redactadas, con la intención de reírse y hacer pasar un buen rato al que tenga la paciencia de llegar al final. Eso ya me parece mucho. No aspiro a nada. Estoy muy contento con lo que he conseguido y no aspiro a caerle bien a todo el mundo. ¿Para qué? Cuando vi que la llegada de la crisis era inminente, vendí lo que pude por lo que me quisieron dar, y me retiré a vivir tranquilo con mi mujer y con mi hija, dos únicos tesoros de los que nunca me cansaré de presumir.

A mí no me molesta que un compañero diga que no le gusta lo que escribo. Hace poco me dijeron que acortara las frases y las ideas, que el buen escritor puede resumir El Quijote en folio y medio y nombrar el lugar exacto de La Mancha en donde sucedió. Todo eso me parece muy bien.

Lo que no me gusta tanto son las observaciones zafias, las bufonadas barriobajeras, los insultos y las groserías de determinada gente. No comprendo que antiguos compañeros no puedan exponer sus ideas respetuosamente. Pero lo peor de todo son las insidias y las opiniones folletinescas, que caracterizan a las porteras y a las mentes enfermas. Que alguien me pregunte por los trapicheos y las corrupciones del mercado inmobiliario, considerándome uno más de esa gentuza, es de una bajeza moral y una mala intención propia de psicópatas, fanáticos, envidiosos, resentidos y miserables. Lo siento: nunca pensé que, tratándose de antiguos compañeros, tendría que escribir una cosa así. Sinceramente, os pido perdón.

Barcelona, 24 de febrero de 2012.

 

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