02-02-2012.
Prólogo
Siempre he tenido una fascinación, probablemente desmedida, al Japón y a los japoneses. Quizás a ello contribuyeran los conocimientos un tanto difusos –y por eso propensos a la mitificación– adquiridos durante nuestra adolescencia y juventud en la Safa.
Por ejemplo, cómo el mítico Marco Polo contaba en el Libro de las Maravillas que descubrió las islas Cipango en sus viajes asiáticos al servicio del temible y poderoso Gran Khan. ¡Y ello dos siglos antes de la hazaña de Colón! Cómo, el gran Francisco Javier –jesuita misionero– había difundido el catolicismo en aquella tierra de samuráis. Esos samuráis –legendarios guerreros– que preferían abrirse el vientre sin exhalar ni un débil gemido, antes que rendirse o por fidelidad al emperador. Esa capacidad de sacrificio, de solidaridad, que se manifestó cruelmente durante la segunda guerra mundial, cuando Japón le plantó cara a la poderosa USA y cómo ésta tuvo que “echar mano” de la espantosa bomba atómica para doblegarlos.
Luego, más tarde, nos enterábamos de cómo en Saporo, Paquito Fernández Ochoa se alzó con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1972. Y abordábamos, también de manera elemental, la fantástica cultura japonesa con su originalísimo teatro No, los Haiku de su poesía, la excepcional delicadeza de las xilografías, los exquisitos paisajes, los espléndidos templos generados por el sintoísmo y el budismo, con sus inmensas y plácidas esculturas de madera; las frágiles y míticas geishas, empolvado el rostro con harina de trigo y los labios afilados por el intensísimo carmín; los imponentes combates de sumo, con púgiles que pugnan como montañas agresivas; la formidable industria japonesa, que destaca en automóviles, electrónica, ingeniería robótica, construcción naval, arquitectura; la refinada y singular cocina etc., etc.; y los incesantes seísmos, tan familiares ya para los japoneses que apenas se amilanan cuando tiemblan sillas, ordenadores, camas y rascacielos; y, recientemente, el desvastador tsunami que provocó la destrucción de reactores de la central nuclear de Fukushima…
Y, finalmente, “la gente de la calle”, siempre presta a plegar la cintura con las palmas de las manos enlazadas y la siempre dispuesta sonrisa reverente en todo lugar público, comercio, restaurante, o presentación. Esa incontable “gente de la calle”: en sus casi cuatrocientos mil kilómetros cuadrados de superficie (algo más de medio millón tiene España), Japón cuenta hoy con alrededor de 131 millones de habitantes, de los cuales 31 se ubican en Tokio y sus suburbios… Un auténtico hormiguero. Este escaso bagaje de conocimientos me encarrilaba, sin embargo, a manifestar una cierta fascinación por el llamado Imperio del sol naciente.
Hablando en familia de viajes aún no realizados, probablemente dije alguna vez que me gustaría visitar el Japón… Mi hija Anouschka y su madre Angèle cogieron el pájaro al vuelo y los efectos no se hicieron esperar.
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Antonio.LaraPozuelo@unil.ch