01-02-2012.
LUNES, 29.
Estuve escribiendo las memorias de este viaje hasta las once y media; y, ya cansado, me acosté y dormí de un tirón hasta las cinco de la mañana, pues la movida del fin de semana más bien había sido viernes y sábado, mientras que el domingo apenas se oía -al menos desde nuestra habitación-, pues no había el “jaleazo” que hubo las dos noches anteriores.
No enchufé el ordenador a la red eléctrica, a pesar de tener el adaptador, pues, como se fue el fluido eléctrico la última vez que lo hice, temí que ocurriera lo mismo; por lo que, al final, durante este viaje apenas he escrito directamente esta crónica en el archivo de word correspondiente; así que lo he ido haciendo a la vieja usanza: apuntándolo a mano por días, según cansancio y tiempo personal disponible. Ya sabemos que si falla la técnica, el hombre debe tener otros medios artesanales.
De visita turística por Zúrich y alrededores.
Habíamos quedado en levantarnos a las seis de la mañana para estar a las seis treinta en el comedor -que era la hora en que lo abren todos los días- y a las siete en recepción, donde poco antes ya nos estaba esperando un taxista varón, que ya la noche anterior Margui había encargado en recepción. Creo que más o menos tendría mi edad. Cargó las maletas en la puerta del hotel Alexander, con puntualidad de reloj suizo. Marchamos todos faltos de sueño y con la ansiedad propia de terminar el viaje y tener que coger el avión, con sus respectivos trámites -que después contar-, en un país extranjero. Menos mal que teníamos a nuestra hija Margarita, y como buen complemento a Mónica, que eran nuestros pies y nuestras manos a la hora de entender carteles, mensajes o gestiones urgentes que hacer.
A esas horas, había un tráfico impresionante, principalmente entrando en Zúrich, pues veíamos largas caravanas de automóviles que venían de Winterthur. El taxista corría que se las pelaba y más de una vez -por poco- nos la pegamos, pues quería llegar pronto. Por eso, le pitó a un coche de autoescuela que, según él, iba en carril equivocado… Pero, en fin, menos mal que llegamos bien y con tiempo suficiente para hacer las gestiones que relato a continuación. Luego me contó Mónica, y lo mismo nos pasó a los demás, que pasamos más miedo en el taxi, curiosamente, que en el avión de vuelta…
La pareja de ¿prejubilados?, en las alturas del Rigi.
Al principio, preguntó Margui junior por los trámites para sacar el billete de avión y la facturación de las maletas. Le equivocaron diciendo que los podía expedir en unas máquinas que había allí instaladas, a la entrada del aeropuerto; pero al final, como cuando le metía el pasaporte salía error, tuvo que preguntar una segunda vez y entonces nos pusimos en la cola donde se facturaban las maletas. Aunque todavía no era tiempo de facturación, pues faltaban más de dos horas para salir el vuelo, cuando llegamos al mostrador ya eran casi las ocho menos cuarto, y no pusieron pegas al respecto. Allí nos dieron los billetes numerados por parejas, en asientos separados; o sea, que los cuatro no podríamos ir juntos, igual que en el viaje de ida; pero nos intercambiamos los billetes, una vez dentro del avión, para que las niñas fuesen por un lado -la mayor, según me contó su hermana, se volvió a dormir despegando el avión como le ocurrió a la ida-; y nosotros dos, por otro, en la cola del aparato.
Nos quedamos por parejas, de forma diferente al viaje de ida, en el que nos dieron tres billetes por un lado -para que ellas tres viajasen en medio del avión- y yo a la cola. A las niñas, que tuvieron más suerte que los padres, les dieron 9A y 9B (siendo el primero originariamente el de la madre), y nosotros íbamos más atrás en el 30D y 30E. Ninguno de estos dos últimos daba a la ventanilla, sino al pasillo y en medio, respectivamente, por lo que en el viaje de vuelta no pude admirar, con tanta nitidez y sin esfuerzo, el cielo, la tierra y todo lo que gusta observar desde ocho o diez mil metros de altitud, cuando se está en pleno vuelo y el día -al estar despejado- te permite apreciarlo en toda su inmensidad. A Mónica sí le pilló ventanilla y estuvo observando -como yo a la ida- el panorama tan espléndido que se divisaba, comenzando por la ciudad de Zúrich, siguiendo por los Alpes nevados, los Pirineos, la seca y parda Mancha, los ríos y lagos y el campo, en general, parceladito como si fuera un juego de monopoly…
El compañero que me tocó al lado era extranjero, y estuvo todo el camino haciendo sudokus. El libro que llevaba tenía 300 y casi se los termina en las dos horas y veinte minutos que duró el viaje.
Poniéndose pipa en el autoservicio del monte Rigi.
No tomó nada de lo que le ofrecieron las azafatas y supongo que sería porque estaba nervioso, aunque no lo aparentase, y no quería pensar dónde se encontraba; pensamiento que todos solemos o podemos tener, pero que en realidad, si no le das raquetazo mental -o pasas a otro tema-, no te montas en ningún avión o te vuelves loco.
En Berna.
De comida nos ofrecieron un bocadillo -vegetal o de jamón de York- con el archiconocido y usado pepinillo largo cortado por la mitad, que ya se nos había hecho habitual en casi todas las comidas de este país, especialmente si son sándwiches, bocatas o similares con la bebida correspondiente. Nosotros cuatro siempre pedimos agua. Después vino la opción café o té, que declinamos todos; y, al final, creyendo que las chocolatinas de chocolate con leche -tan suizas- no iban a llegar, sí lo hicieron y tanto la madre como el padre tomamos dos, pues ya nos había advertido la mayor que en el viaje de ida así lo hizo ella; pero cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos enteramos, al llegar a Málaga, de que Mónica había cogido tres… «¡Qué bordes -pensarían las azafatas- son estos españoles…!». Pero es que estaba tan rico el chocolate suizo… Luego, pasaron también el carrito del tabaco y demás, que nosotros declinamos, porque estos artículos eran de pago.
Antes de tomar el avión, habíamos comprado en las tiendas del mismo aeropuerto diferentes chocolates genuinos suizos, que nos había recomendado Angèle…
Monedas fraccionarias del CHF que guardamos de recuerdo.
Salimos a poco más de las diez menos cuarto, que era nuestra hora de partida; creo que, en ese mismo momento, había cuatro aviones de la misma compañía Swiss preparados para despegar a cuatro diferentes lugares: Málaga, Lisboa, El Cairo y Atlanta; y para mí que nos tocó salir los últimos. De todas formas, el despegue fue estupendo y no hubo turbulencias ni cosas raras al respecto, por lo que pudimos disfrutar de un vuelo sin incidencias y con un ambiente distendido, mientras nos servían la comida e íbamos viendo en las diferentes pantallas el recorrido que hacíamos por el aire, señalándolo en el mapa. Para mí, el viaje de ida fue más completo en ese aspecto; pero en el de vuelta también pusieron dibujos animados de Tom y Jerry y peliculillas de objetivo indiscreto que a mí, particularmente, me parecen siempre una chorrada, pero se ve que a bastante gente le divierte…
Llegamos al aeropuerto de Málaga sobre las 12:10, aterrizando sin tener que pasar por el mar Mediterráneo, como yo pensaba en un principio, ya que la pista de despegue está orientada para salir hacia el mar y, cuando aterrizas, se coge la misma pista; pero, si vienes por tierra, no tienes que pasar por el mar, a no ser que no frene el avión y te encharques, como ocurrió con un aparato, al principio de su inauguración, en el aeropuerto de Gando en Las Palmas de Gran Canaria, según nos contaron, cuando estuvimos allí un mes de vacaciones -hace ya bastantes años-; y, por supuesto, murieron todos sus ocupantes y tripulantes… Menos mal que eso no nos ha ocurrido a nosotros; y espero y deseo que a nadie…
La madre en el Rigi.
Nada más tomar tierra, fuimos a los servicios, pues en el avión nosotros no nos atrevimos, aunque sí lo hizo mucha gente. Iban dos niños muy pequeños, uno se veía que era suizo o alemán y otro español, que se reían y hacían sus gracias con o sin su chupete puesto, poniendo la nota infantil y tierna en el viaje de vuelta. Nada más ir a recoger las maletas, llamé por teléfono a mis padres, a la tita Juani y al taxista, que ya nos estaba esperando en la salida, aunque apenas pude hablar con él, pues se cortó la llamada. Contamos a nuestras respectivas familias que ya estábamos en España, alegrándose todas por ello.
“El patito feo…” de Zúrich.
El cielo de Málaga estaba un tanto encapotado cuando aterrizamos; pero luego, cuando cogimos camino hacia Torre del Mar, se despejó, una vez que ya habíamos quedado con el taxista Pepe, como él nos dijo que se llamaba. En la charla de vuelta, nos enteramos de que era primo del albañil Antonio Moreno, que fue quien nos hizo la última obra del cuarto de baño; por lo que le dimos recuerdos para él, ya que ambos son y viven en Almayate. También nos contó que llevaba varios meses sin fumar y que se encontraba mucho mejor; y todo, porque este invierno cogió un resfriado, por el que le pitaban los bronquios cuando estaba acostado y, al tomarle miedo, había dejado el vicio que llevaba arraigado durante cuarenta y un años, llegando a fumar tres paquetes diarios desde que se inició a los 12 ó 13 años… Reconoció que le había costado muchísimo dejarlo, pero estaba contento por lo bien que se encontraba y eso que todavía había veces que le entraban unas ansias enormes de fumar, especialmente después de comer y tomarse el cafetito; y que, además, había cogido bastantes kilos que era imposible lastrar, pues ahora tenía buen apetito… Hablamos de lo bien que se vive en España, a pesar de que nos quejemos; de la comida tan estupenda que tenemos; y de otros muchos temas variados, durante el viaje que ya habíamos concertado a la ida, quedándonos ambos con nuestros respectivos teléfonos móviles por si nos hiciese falta comunicarnos cualquier incidencia.
Auténtico chocolate suizo.
Cuando llegamos a Torre del Mar, le di lo concertado por el viaje, por lo que quedamos tan amigos. El dinero suizo que me sobró en billetes, como estaban abiertos los Bancos y las Cajas de Ahorros, fui a que me los cambiasen por euros y me los ingresasen en la cartilla de Caja Granada. Después, nos fuimos a comer, pasadas las dos y media, al Criado; adonde, por ocho euros por cabeza, nos dieron -como siempre- una estupenda comida casera que nos encantó. Seguidamente, nos fuimos a desempacar y descansar un poco, pues a las cinco menos cuarto nos teníamos que marchar a Málaga la hija mayor y yo. Margui quería irse en tren, dos horas antes de lo previsto, y necesitaba cambiar el billete del AVE para Santa Justa, para verse con su novio. Luego, tendría que subir a Madrid el sábado para exponer la comunicación que había hecho sobre las Carmelitas de Úbeda, aprovechando -la parejita- el fin de semana para estar en la capital de España. La anécdota del viaje es que, charlando, me colé de la salida de la autovía correspondiente para entrar en Málaga; pero, menos mal, que por otros vericuetos llegamos a tiempo de solventar el cambio de los billetes que Margui llevaba entre manos…
El resto del personal se quedó en casa y luego, cuando volví, compramos lo necesario para hacer una buena ensaladilla casera en la frutería de debajo de donde nosotros vivimos, que tiene muy buen género; pues nos apetecía a todos, siendo idea de la madre hacer una cena más acorde con lo que sabemos que deberíamos tomar. Hasta a Mónica le apetecía verdura y fruta para esa noche…
La primera noche en Zúrich.
Cuando terminamos, sólo la madre y yo nos dimos una vuelta por el paseo marítimo para aspirar el aire del Mare Nostrum y valorar aún más lo que tenemos, pues a veces en la proximidad no nos damos cuenta de ello. La pequeña, como estaba cansada, se quedó en casa duchándose y hablando con su novio.
Ahora ya estamos en casa y hemos pensado que la partida se haga para Úbeda el próximo miércoles día 31, a las diez de la mañana, con el fin de no tener que madrugar en exceso y poder cargar equipaje y comida de aquí (patatas, melocotones, uvas moscateles, etc.) a primeras horas de la mañana.
Como vengo refiriendo en cada crónica que hago, damos gracias a Dios y a nuestra hija mayor, así como a todos en general -y a la suerte, en particular-, que hemos vuelto sanos y salvos, una vez más, a nuestra amada casa, disfrutando de unos días de turismo que, ajetreados y todo, nos hacen mudar por un tiempo nuestro acontecer cotidiano y nuestra vida. Siempre lo recordaremos como bonito, aunque haya habido nervios y preocupación porque todo saliese bien y más estando en un precioso país extranjero con lenguas muy distintas a la nuestra, especialmente la suiza-alemana, donde imperan las consonantes sobre las vocales, al contrario de nuestro querido español, y que han podido provocar algunos tensos momentos que, al final, se han solucionado en familia sacando lo más positivo…
Finalizado entre Torre del Mar y Úbeda en septiembre de 2011.
Texto: Fernando Sánchez Resa.
Maquetación y fotografías: Familia Sánchez Latorre.
fsresa@gmail.com