Jaén de la verde oliva

27-01-2012.

Los medios de comunicación, tanto visuales como auditivos, son canales abiertos para atraer grandes masas de oyentes o videntes; son semillas que, esparcidas a voleo, dan frutos del ciento por uno, política o comercialmente hablando. Cuando la televisión o la radio anuncian cualquier acontecimiento interesante: un debate político con protagonistas antagónicos, una confrontación deportiva con preferencia futbolística, la novela de sobremesa y mil aconteceres que esos mismos medios se encargan de aderezar para que el paciente visione, escuche y engulla plácidamente…, a veces me pregunto, ¿cuándo vamos a saber el género humano discernir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira? ¡Yo creo que nunca! Siempre ha habido y habrá tontos y avispados, personas de buena fe que todo lo creen y otros que dudan hasta del Evangelio.

Cuando se desarrollaba nuestra cruzada, como uno de los dos bandos denominaba, la radio era el único medio de difusión, además de la prensa. La televisión no la conocíamos, salvo en algunas películas americanas que veíamos. En esas fechas, el que tenía radio era un privilegiado o pudiente. Aquí, todo poseedor de ese aparato tuvo que entregarlo en la casilla y desprenderse de él, so pena de que lo sorprendieran escuchando la radio fascista, pues las consecuencias serían funestas.

Mis jefes -yo lo vi- poseían un aparato de radio y haciéndose eco de la requisitoria de las autoridades, una tarde-noche lo introdujeron en una espuerta de pleita con un paño encima, y lo entregaron a la autoridad. Después, pasados unos días y a requerimiento de los trabajadores, volvió de nuevo a la casa; pero esta vez no pasó del taller y, a diario, podíamos escuchar las noticias y el cante flamenco, que era el programa que más oíamos. Al margen de esto, en la placeta que hay donde hoy está ubicado el quiosco de la plaza -en la pared de la casa de Medel-, colgaron un potente altavoz que, durante un poco tiempo, hizo las delicias y fue la cita de encuentro de muchos ubetenses, que se deleitaban escuchando las patrióticas poesías, como aquella que comenzaba:

¡Españoles, que nos quitan nuestra tierra!
Surgen, del suelo de España,
negras garras extranjeras.

O aquella otra:

Jaén de la verde oliva,
más que verde, plateada,
que tan tranquila te encuentras
entre tus cerros y montañas.

Ese verano, cuando la tarde declinaba, su luz y el calor bochornoso daba paso a una fresca brisa y, como si se tratara de ir a una novena, a muchas mujeres y hombres veías fluir de las calles adyacentes con sus sillas en la mano y cierta premura para coger preferente sitio en esa placeta, disponiéndose a escuchar arengas llenas de contenido político, música patriótica como el Himno de Riego, A las barricadas y algunas alegres marchas militares…

Las charlas eran una réplica de la emisión que desde el otro bando, el día anterior, habían lanzado a esta zona. Cuando el locutor insertaba en su alocución la frase «¡Qué bruto eres, Queipo!», entonces se escuchaba una gran carcajada que atronaba la plaza del Reloj.

Esas charlas hacían mantener al pueblo con un elevado espíritu patriótico. Ya bien oscurecido, todo el concurrente público cogía su silla y, con regocijo, comentaba las gratas noticias de la toma de nuevas cotas en el frente sur, o de los diez prisioneros que nuestras tropas habían hecho a los moros. Al siguiente día, en el taller era el tema de conversación. Esa propaganda de la radio daba su fruto.

fsresa@gmail.com

 

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