«Nuestro sueño hecho realidad»: viaje a Suiza (23/29-08-2011), 2

06-01-2012.

 

MIÉRCOLES, 24

La levantada fue a las siete y media, como habíamos quedado. Con puntualidad inglesa se presentaron las “niñas” en nuestra puerta a las ocho menos cuarto. Bajamos raudos y hambrientos a tomar el desayuno, bufé libre, que estaba bastante bien surtido, aunque otros había mejores, como el de Coimbra… De todas formas, comimos bien y nos marchamos rápido para comprar los cuatro Swiss pass y, antes de las nueve, cogimos el tren hacia Berna, que tardaba poco más de una hora, porque era directo, por lo que no eran ni las diez y media cuando ya estábamos en la capital de este pequeño y encantador país centroeuropeo, que por cierto no se encuentra incluido en la Comunidad Económica Europea ni tiene nuestra misma moneda, el euro.

La mañana fue radiante, aunque luego a la tarde noche llegarían las tormentas con su fina lluvia , acompañándonos en ambos lugares (Berna y Zúrich).

Fuimos descansados; y algunas, medio durmiendo. Los demás admiramos el verde y frondoso paisaje que se divisaba desde el tren, mostrándonos múltiples bucólicas estampas: vacas pastando en los verdes prados y descansando plácidamente de la ajetreada vida que el turista lleva, mientras ellas la tienen tan tranquilamente asegurada…

Con la estupenda guía que nos buscamos (Margui), ayudada algunas veces por Mónica, nos fuimos enterando de muchos detalles, horarios y lugares que no nos podíamos perder, pues en Berna la gente hablaba especialmente suizo-alemán, quitando algunos empleados de turismo u otros ciudadanos que conocían el inglés, que no el francés.

En Berna, ante un goloso escaparate…

Salimos a la plaza principal, que estaba adornada con una visera de cristal que no desmerecía del conjunto histórico y de la arquitectura que la rodeaba. De todas formas, notamos que estos ciudadanos tienen otra mentalidad distinta a la del sur de Europa, pues vimos cómo los periódicos los dejan en la puerta de las casas sin que nadie se los lleve o, como cuando nos montamos un par de veces en los autobuses, ni siquiera enseñan el tique al conductor… Es una civilización, que en ese aspecto, es superior a la nuestra y de la que tenemos mucho que aprender.
Con Margui junior, leyendo lo más importante de la Guía azul de Suiza que llevábamos, hicimos el recorrido de seis kilómetros, por lo menos, por las calles principales de Berna, que tiene antiguos y continuados soportales donde las tiendas, bares, peluquerías, chocolaterías y negocios de todo tipo abundan. Las calles se continúan y enlazan, con la particularidad de que, cada cierta distancia, no demasiado larga, hay una fuente con un santo u otro motivo en la cúspide y cuatro caños de rica y fresquísima agua, donde es una delicia mojarse y beberla, cual si estuviésemos en la Sierra de Cazorla… También se encontraban en obras algunos tramos de las calles o plazas, pero a pesar de ello las disfrutamos, incluso visitando un mercado de fruta que había instalado en una plaza principal, cruce de dos calles importantes. Allí compramos un cestito de un cuarto de fresas pequeñas, capricho de Mónica, y unas pocas cerezas riquísimas y carísimas, por mor de la madre, con las que desayunamos sentados junto a unos árboles, mientras un juego de ajedrez de figuras gigantes se extrañaba de nuestra presencia, esperando que una mano amiga moviese sus enormes piezas…

Margui hija, junto al río Aare, en Berna.

Después proseguimos el paseo hasta que llegamos al río Aare, ya cansados por el ejercicio y el calor, por lo que decidimos montarnos en un autobús para dar una vuelta a la ciudad, hasta que nos volvió a dejar cerca de la plaza donde habíamos visitado la iglesia evangélica, al principio del paseo, que tanto nos gustó y fotografiamos. Era curioso comprobar que no había imágenes, pues los protestantes no creen en ellas. La catedral, al ser más de las seis de la tarde cuando accedimos a ella, no pudimos visitarla pues cerraban a las cinco y sólo estaba abierta a los devotos de su religión que se reunían para meditar.

Interior de la iglesia protestante del Espíritu Santo, en Berna.

Nos echamos muchas fotografías pues, al ser digitales, no hay el freno del carrete clásico que luego, algunas, engrosarían la crónica de este viaje. Cuando llegó la hora de comer, como apenas teníamos ganas, hicimos una comida ligera y diferente cada cual. Margui junior una crepe en la misma plaza de la fruta; Mónica un bocadillo pequeño que compramos en una tienda de los extensos soportales que anteriormente habíamos recorrido; y Margui madre y yo un bocadillo de atún que no estaba muy allá.

Margui madre, lavando las dulcísimas y caras cerezas.

Antes habíamos paseado y visto que mucha gente, siendo las doce de la mañana, ya estaba tomándose su bocata, sentada en las escaleras que dan a los soportales, en la sombra. Se veían todos ellos turistas de segunda clase, pues los de primera comen -y bien- en los restaurantes, aunque sean caros. Nosotros notamos que este país no es nada barato, aunque sabíamos a lo que veníamos…

Margui hija, ante el museo.

Después visitamos -gratis- el Kunst Museum Bern que estaba incluido en el Swiss pass. Nos gustaron mucho, tanto las exposiciones temporales de Aimé como las fijas que había en la primera y segunda planta, pues eran estupendas, y con una variedad de grandes artistas; aunque en las individuales y ocasionales predominaban, como es lógico, los autores suizos.

A su término, nos montamos en el autobús en busca de la catedral; y nos equivocamos, pues nos llevó a la parte nueva de Berna que, como en todas las grandes ciudades, no es lo más bonito e interesante que visitar. Cuando se acabó el recorrido, volvimos a bajarnos y a subirnos en el mismo autobús, devolviéndonos al centro histórico de Berna. Andando -por intuición y con el pequeño mapa de la guía-, llegamos a la catedral que, por desgracia como dije anteriormente , estaba cerrada. Visitamos un jardín anexo, con unas vistas estupendas que tiene a la vera, donde el río Mis proporciona unas impresionantes panorámicas que no dejamos de fotografiar y retener en nuestra memoria. Después, marchamos en busca de la cena -temprano para nosotros, no para los abuelitos Manuela y Fernando de Úbeda-, aunque eran poco más de las seis y media. Anduvimos por los soportales de una de sus calles principales, instalándonos en un restaurante italiano para cenar y que pagué con tarjeta, al igual que el Swiss pass, no como la noche anterior en Zúrich que lo hice en metálico con un billete de cien francos suizos.

Tras un corto recorrido, aguardamos a que dieran las ocho en el reloj de la torre principal para que apareciesen las figuras acompañadas de música. Comprobamos que no merecía la pena esperar al espectáculo musical, porque apenas tenía demasiado aliciente. Fuimos rápidamente de vuelta, por las mismas larguísimas calles que por la mañana habíamos transitado buscando la estación ferroviaria para coger el tren a Zúrich, con tal de tomar el de las ocho y media en lugar del de las nueve de la noche, que era el que pensábamos montar en un principio. Así, a las nueve y media ya estábamos en casa; y lloviendo, por cierto, presagio y resultado de la tormenta meteorológica que habíamos tenido por la tarde.

Ya habían quitado el mercadillo que por la mañana estaba puesto en la misma estación ferroviaria de Zúrich. Con los chubasqueros y el paraguas que la previsora madre llevaba en su bolso, llegamos poco mojados, aunque ella -al calzar chanclas de verano- sí que llegó con los pies perlados de agua: paradojas de la vida…

Mónica, paladeando las fresas.

Nos duchamos todos. La madre estuvo leyendo mientras las niñas hablaban con sus respectivos novios ¡¡el dineral que nos iba a costar el móvil…!! y yo tomaba nota de lo más sobresaliente del día para elaborar esta crónica, habiendo releído primero un artículo que, en pasadas fechas, había recortado de El Mundo donde el periodista describía un paseo de cuento de hadas por la ciudad de Berna. ¡Qué diferencia noté cuando hice la primera lectura en Úbeda, sin haberla visto, de esta segunda, pues pude apreciar en toda su intensidad lo que el periodista trataba de transmitirme…! Por eso, es tan importante visitar uno mismo los lugares, mejor que te lo cuenten…
Y así llegaron las doce y media de la noche, por lo que me acosté bastante cansado. Poco antes, intenté meterme en internet con las claves que me habían dado en el hotel; pero debió faltar algún detalle, que dejé, para que al día siguiente lo preguntase Margui en recepción. Después, hasta yo mismo me di cuenta de que me habían dado el pase de veinticuatro horas para darme de alta en internet que se había cumplido a las siete y pico de esa misma tarde y, como ya había pasado esa hora, no tenía acceso; por lo que, al día siguiente, pedí un nuevo pase. También me encontré con que no pude conectar a la red eléctrica el ordenador, puesto que los enchufes que había tenían las patillas más pequeñas y, además, eran triples y no dobles. Me llevé una ingrata sorpresa, porque creía que enchufándolo en el aseo, que tenía tres agujeros, sí podría coger electricidad; pero saltaba el botoncillo colorado de debajo, por lo que dejé aparcado también ese tema para el día siguiente, a ver si me facilitaban un adaptador.

Así mismo, teníamos pensado ir a Lausana, levantándonos a la misma hora, desayunando y yéndonos a las nueve -o antes- en tren para aprovechar el día. Por lo que llamaría a Antonio Lara para concretar lo del sábado, ya que el segundo mensaje por móvil que le había enviado tampoco había entrado y, la verdad, es que no sabía por qué si él me lo pudo mandar la noche anterior a mí, ¿por qué llevaba yo dos intentos y habían sido fallidos? Supongo que serían cosas de la técnica que tiene sus fantasmas y secretos que, a veces, hasta para los expertos son difíciles de descubrir; cuanto más, para un inexperto como yo…

fsresa@gmail.com

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