Peregrino o visitante, aborigen o forastero…, que llegas llamado por la mano de Dios o del destino a esta Úbeda, Patrimonio de la Humanidad, y encuentras palacios, iglesias y casas solariegas que dulcificarán tu vista e imaginación pretérita… No dejes de pasar por una calle estrecha, muy transitada, que une la Plaza de Abastos con la Plaza Primero de Mayo, pues allí encontrarás un museo litúrgico inigualable y esclarecedor de la vida de las Carmelitas Descalzas, comunidad tan acendrada en nuestra ciudad, donde su divina huella ha hecho mella…
Sus inquilinas, tan primorosas, limpias y hacendosas, quieren ganarse el sustento dignamente, elaborando unos artesanales dulces (bizcochadas, magdalenas de coco, mazapanes, teresitas, pastas de coñac, pastas de gloria, perrunas, distintos polvorones, tortas de azúcar y chocolate, roscos de huevo…) que atrapan los cinco sentidos. Son manjares bajados del cielo, dulces artesanos elaborados con sumo amor y celo, con ingredientes naturales y sanos, sin adiciones superfluas, que tienen el gusto, el aspecto, el sabor, el olor… necesarios para que la familia que los pruebe repita y se diga mentalmente: «¿De dónde viene este sabor tan exquisito, tan genuino, tan de mi infancia…?».
Ahora que llegan las Navidades, aunque mejor durante todo el año, les animo a que se acerquen a este rincón privilegiado de la calle Montiel donde, en su torno, les atenderá una atenta monjita que, con su garbo y salero, le va a ofrecer todo lo bueno que de sustento tiene este convento. En verdad que también es una obra de caridad necesaria comprarles, pues viven de ello y la dichosa crisis les está haciendo difícil el camino de su mantenimiento…
Si queremos probar algo especial y a la vez dar vida humana ‑y divina‑ a este reducto emblemático de nuestra amada Úbeda, hagamos por consumir y recomendar estos magistrales y originales productos que, además de saber conjugar el binomio calidad‑precio, son sumamente sanos por la cantidad de ingredientes naturales que contienen, proporcionando esa energía que tanto necesitamos en nuestro intrépido mundo moderno.
Hoy he visitado su torno y he pensado que, si todo el mundo valorase lo que estas delicadas monjitas hacen por nuestra ciudad, todos correríamos a auxiliarles de la mejor manera posible: comprando sus beneficiosos y exquisitos productos para que puedan seguir viviendo decentemente, sin necesitar otro tipo de ayuda; o visitando su museo, por un módico precio, y así poder admirar su larga trayectoria, en arte consumada, de lo que este convento alberga en sus muchos años de historia y que la muestra al público visitante cual madre que quiere que sus hijos, vecinos y turistas sean testigos de lo que el pasado le deparó…
¡¡Dios ‑y ellas mismas‑ se lo agradecerán eternamente, pues la bondad y el bien se habrán unido en ese mismo momento…!!