Tirso de Molina, 2

17-11-2011.

El burlador de Sevilla y convidado de piedra: “De una comedia de honor a un drama teológico”.

Esa dimensión trascendente desde el punto de vista religioso ha hecho que la crítica ‑unánimemente y con razón‑ interprete El burlador… como un drama de contenido teológico, en el cual se escenifican los tres fundamentos postridentinos de la Predestinación, la Gracia y el Libre albedrío. Trespilares que formaban parte insoslayable de los debates teológicos que, en torno al tema de la salvación o condenación del hombre, entablaban jesuitas y dominicos, y que nuestro fraile mercedario llevó a las tablas en numerosas ocasiones (1).

 

Particularmente, en su obra El condenado por desconfiado, Tirso analiza el escepticismo sin esperanza de su protagonista, el ermitaño Paulo, cuyo itinerario se acostumbra a contrastar con el despreocupado optimismo del libertino don Juan, protagonista de El burlador de Sevilla. Un itinerario vital antagónico, pero que desemboca en idéntica condenación: Paulo, por “desconfianza” en la Gracia divina; don Juan por “demasiada confianza”.

La incidencia de la problemática teológica postridentina en El burlador de Sevilla es sin duda muy importante; tanto que, sin ella, se podría poner legítimamente en duda la posibilidad del nacimiento de lo que hoy llamamos el «mito de don Juan». Ahora bien, la insistencia de la crítica en dicha cuestión ha relegado a un plano muy secundario aquello que sin duda constituye la base sobre la que se sustenta desde el punto de vista teatral esa disputa de orden teológico. En dos palabras: que, en El burlador de Sevilla, Tirso expresa su opinión acerca de un debate teológico contemporáneo, valiéndose del “teatralísimo” tema del honor. O, si se quiere, que Tirso se sirve de una base teatral extremadamente popular para inyectarle una temática teológica contemporánea. En ello no hay nada de frívolo ni de oportunista por parte del fraile mercedario, sino simplemente la perspectiva de un hombre de teatro que, al mismo tiempo, era un eminente teólogo y que quiso, probablemente, tomar posición “teatralmente” con respecto a la citada polémica teológica.

A esta opinión me conduce el convencimiento de que El burlador de Sevilla está planteado como un drama de honor o también llamado «caso de honra», desarrollado en sus dos contextos espacio-temporales más usuales, a saber, el contexto cortesano y el contexto rural. Lo que equivale a afirmar que El burlador… de Tirso se sitúa en la corriente temática preferida por el admirado maestro Lope de Vega.

Bien es sabido que, en los primeros años del siglo XVII (cuando fray Gabriel Téllez empezaba a ser llamado Tirso de Molina por el éxito de piezas teatrales como El colmenero divino o Amor por señas), el maestro Lope de Vega, después de veinte años de experiencia en la práctica escénica, redacta El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609), el primer método completo en español para componer comedias. Y Lope, que tan bien conoce el gusto del público que abarrotaba los corrales madrileños, su público, concentra en dos endecasílabos de su Arte Nuevo la temática que más apasiona a los espectadores del momento:

Los casos de la honra son mejores
porque mueven con fuerza a toda gente
.

Temática que prácticamente se reducía a escenificar, con mayor o menor fortuna, conflictos de “amor y celos”: violaciones, engaños, ultrajes, adulterios, etc., que conducían ineluctablemente a la venganza, y venganza sangrienta. Prueba del éxito de esta temática fue la exorbitante cantidad de obras que sobre tales «casos de honor» escribieron los numerosos y prolíficos dramaturgos de nuestro Siglo de Oro. Y, mostrando el ejemplo, estaba el maestro Lope…

Tirso de Molina no fue, no pudo ser una excepción. Y, menos aún, su …burlador de Sevilla, obra de la que se ha dicho que es la más lopesca de Tirso en lo que a cuestión del tema del honor se refiere, con el añadido de que en ella no se trata de “un” caso de honor sino de cuatro.

Dentro de las múltiples posibilidades escénicas que ofrecía la casuística del tema del honor, Tirso escogió para El burlador… la única que permitía a su protagonista alcanzar la categoría mítica: la de situarlo frente a su eternidad, frente a la salvación o condenación. Por eso, la originalidad de Tirso reside menos en haber convertido en materia teatral una polémica de orden teológico que en haber concedido una dimension teológica a esa manida temática del honor. Y, todo ello, respetando al pie de la letra tanto la casuística teológica como la de los «casos de la honra».

Empecemos nuestro análisis de El burlador de Sevilla por la descripción de la «casuística del honor», teniendo en cuenta los cuatro lugares en donde sucede y los cuatro personajes femeninos que son difamados:

1) La duquesa Isabela. Palacio. Engaño por suplantación.

2) La pescadora Tisbea. Playa. Engaño por promesa.

3) La marquesa Ana. Casa noble. Engaño por suplantación.

4) La villana Aminta. Campo. Engaño por promesa.

Desde el inicio de la Jornada Primera, el conflicto de honor está planteado de la manera más impersonal y genérica. Cuando el rey de Nápoles acude a los gritos de la duquesa Isabela, que acaba de descubrir al intruso con quien ha estado acostada, el rey pregunta:

—¿Qué es esto? ¿Quién eres?

Y don Juan responde con cínico descaro:

—¿Quién ha de ser?:
un hombre y una mujer.

E inmediatamente estalla el clamor de la duquesa al tomar conciencia de su pública deshonra:

—¡Ay, perdido honor!
(vv. 21-26).

Estamos ante una situación típica, «genérica», de un caso de deshonra que, como si fuera un tema con variaciones, se va a repetir en la tres situaciones siguientes:

· Al verse abandonada por don Juan, la pescadora Tisbea gritará:

—¡Ah, falso huésped que dejas
a una mujer deshonrada!
(vv. 1008-1009).

· La marquesa doña Ana (la única a la que no logrará gozar don Juan) exclamará:

—¿No hay quien mate a este traidor
homicida de mi honor?
(vv.1559-1560)

· Finalmente, la pazguata y engreída campesina Aminta sólo al final de la obra caerá en la cuenta de que don Juan «le debe el honor» (vv. 2811).

Es obvio que don Juan sabe lo que hace y la sanción que merece según el código del honor: venganza, en el caso de las aristócratas difamadas; corrección por parte del rey, si se trata de aldeanas. Pero don Juan está convencido de que nada puede temer porque, como le dice a su criado Catalinón con desvergonzado cinismo:

Si es mi padre
el dueño de la justicia,
y es privanza del rey,
¿qué temes?

(vv. 1962-1965).

También las víctimas conocen perfectamente las reglas del honor y lo demuestra el cierre de la obra, en donde todas ellas van a pedir justicia al rey. Todas, salvo doña Ana. Porque el caso de doña Ana es una caso de venganza fallida. Cuando don Juan intenta abusar de doña Ana, haciéndose pasar por el marqués de la Mota, a los gritos de doña Ana acude su padre don Gonzalo de Ulloa para matar al impostor y cumplir así la venganza que exije el código del honor. Por eso, cuando cae atravesado por la espada de don Juan (y como anticipación a su sobrenatural regreso para recobrar su honor), don Gonzalo: «Seguiráte mi furor». Intención ratificada en el letrero colocado al pie de su tumba con estas palabras:

Aquí aguarda del Señor
el más leal Caballero
la venganza de un traidor.

(vv. 2249-2251).

Y, como sabemos, don Gonzalo «resucitará» en la última cena (recuérdese la leyenda de la invitación a un muerto) y ejecutará su venganza como padre, cumpliendo así una de las réglas fundamentales de la casuística del «honor deshonrado», a saber, que la simple intención de deshonrar también reclama venganza. De ahí que, cuando comprende que ya no hay escapatoria en su combate con la sobrenatural estatua del Comendador don Gonzado, don Juan intenta una última treta, una última artimaña, diciendo, casi implorando:

A tu hija no ofendí,
que vio mis engaños antes.

A lo que la estatua responde:

No importa, que ya pusiste
tu intento.
(vv. 2765-2778).


NOTAS

(1) Véase Mario F. Trubiano en su libro Libertad, gracia y destino en el teatro de Tirso de Molina. Ed. Alcalá. Madrid, 1985. En este libro, Trubiano estudia dicha problemática en las siguientes obras de Tirso: Santa Juana; El mayor desengaño; La madrina del cielo; El condenado por desconfiado; y El burlador de Sevilla y convidado de piedra.

antonio.larapozuelo@unil.ch

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