El hombre de los domingos

30-10-2011.
En su ya regalada y dorada ancianidad, piensa Fernando, una y otra vez, en el tiempo largamente dedicado a la venta ambulante en la vecina aldea de Santa Eulalia, vulgarmente conocida como Santolaya. Hace mucho tiempo que pasaron las dos décadas que le dedicó… Él tenía todos los domingos ‑y festivos‑ una cita puntual con su especial clientela de esta población, que dista cinco kilómetros de Úbeda.

Amaba que llegase ese día especial en que marchaba todo contento, llevando los múltiples productos que ofrecía a sus queridas “mariquitas” (cariñoso nombre con que nombraba a sus clientas). Primero fue en su bicicleta de lance, cargando en su portamaletas una gran caja, donde albergaba múltiples artículos: productos de ferretería, mercería, cristalería, droguería, perfumería… ‑la mayoría de encargo‑, que ofrecía amablemente a su sencilla clientela, dándole facilidades de pago mediante cómodos plazos, cuando nuestra amada peseta era moneda de curso legal.
Conforme fue pasando el tiempo, la moto Guzzi Hispania de 49 centímetros cúbicos sustituyó a la bici; y luego, a su vez, fue reemplazada por el plácido utilitario Seat Seiscientos D, que le compró a su hijo mayor con el dinero que éste había ganado en las Prácticas de Tercero de Magisterio.
Van pasando –cadenciosamente‑, por su privilegiada memoria, esos gélidos inviernos en que ponía el puesto en la calle principal de la aldea; y aquellas lozanas primaveras que pronto se convertirían en tórridos veranos, por lo que había que buscar fresca sombra donde calmar la sed en el Arroyo de la Dehesa ‑antes de que vilmente lo diezmaran‑ o hacer alguna parada a la sombra de los olivos que había junto al camino, en Torre Mochuela.
Recuerda el recorrido de ida con toda ilusión y alegría: parece sentir la frescura y el relente de la mañana dominguera; y se recrea repasando el trayecto de vuelta, ya satisfecho de la venta hecha, soñando la bebida refrescada en el pozo del patio, juntamente con la sabrosa comida que su amada esposa le tenía amorosamente preparada…
Recopila en su mente los cientos de anécdotas ocurridas en este periplo aventurero en que toda la aldea lo conocía, niños y mayores, con el sobrenombre de “El Hombre de los Domingos”, “El Tío de la Porcelana”, incluso “El Dominguero”… «¡Ya está aquí “El Hombre de los Domingos”!», se oía decir de boca en boca…

 

Este afán vendedor servía de suave complemento económico al escaso jornal que entonces cobraba por su cotidiano trabajo en “Casa Biedma”, siendo la suya una familia pobre a la que había de buscar cómo alimentar y cómo dar estudios a sus hijos para que el día de mañana fuesen hombres de provecho.

Fernando recapacita ‑a sus ochenta y ocho años‑ cómo siempre estuvo trabajando, desde pequeño, de seise y monaguillo en El Salvador; y, con más de cuarenta años a su espaldas, en “Casa Biedma”, adonde entró siendo un chiquillo para jubilarse a los sesenta años y emprender la labor que más le ha congratulado: la venta ambulante ‑por toda la provincia‑ con su hijo menor, hasta que, pasados los ochenta años, dedicó todo su tiempo y energías a su casa y a su querida esposa Manuela.
También ha tenido el gusto de hacer cientos de rosarios de huesos de aceituna ‑para regalarlos a sus paisanos y también a foráneos allende los mares (Benín), o familiares y amigos en Francia o Suiza- e ir desgranando semanalmente, y durante largas temporadas, en el periódico Úbeda Información, muchas de sus vivencias y recuerdos de antaño de la ciudad que le vio nacer…

Y para no tener vacaciones, ni siquiera un día a la semana, fue por lo que se buscó esta actividad que le llenó más de veinte años de su vida, de la que, como de las restantes épocas de su longevo vivir, sigue estando orgulloso, pues todavía la gente de Santa Eulalia le recuerda como “El Rey Mago” que todos los domingos y festivos, puntualmente, aparecía por sus calles, ofreciendo simpatía, amor y diversos productos necesarios, que sus humildes compradoras siempre supieron agradecer.

Así, Fernando se recrea, una y otra vez, cualquier mañana o tarde, en los dulces y añosos recuerdos que son la urdimbre de su ser, produciéndole un lindo aleteo interior al saber que allí, en su querida aldea de Santa Eulalia, por donde pasa todos los años su amada Virgen de Guadalupe, tiene plantado un árbol de nostalgia que le va a alimentar ‑y que ya le está nutriendo‑ las dulces jornadas que vive en su piso de la bonita y arbolada calle Cava, frente al Torreón del Portillo de Santo Cristo, con inigualables vistas de Sierra Mágina y las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas…
Fernando Sánchez Resa.
 Úbeda, 07-07-2011.

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