«El glorioso Alzamiento», 1

05-08-2011.

«El glorioso Alzamiento», como decían en las filas fascistas, seguía su curso ascendente. La insurrección, el levantamiento contra el gobierno de la República estaba casi controlado; así lo afirmaban los medios de comunicación de los leales. La realidad era muy diferente. España se había dividido en dos y había dos gobiernos en la nación: una mitad apoyaba a unos, otra a los otros. Se establecieron frentes de lucha que hacían frontera en un sinfín de pueblos y regiones. Aquí, en Andalucía, de las ocho provincias que la componen, Málaga, Almería y Jaén estábamos en la zona gubernamental, o sea, al lado de la Repú­blica; las restantes provincias apoyaban a los nacionales. Varios meses después, Málaga, según Franco, era liberada de las hordas rojas.

Aquí, en nuestro pueblo, se encontraba un nudo de comunicación muy interesante con Albacete, Valencia y Madrid. En este lugar estaba ubicado El Estado Mayor de esta zona, que era también de reclutamiento, pues se organizaron varias brigadas como la 25 y un batallón de la 24. En el Cuartel de la Remonta se constituyeron varios regimientos de caballería. Se refugiaron en nuestro pueblo muchas gentes, en particular de la provincia de Córdoba: Espejo, Cañete de las Torres, Castro del Río, Bujalance… y un largo etcétera de pueblos que, según ellos, se habían quedado abandonados por no vivir oprimidos bajo el yugo fascista.

De Madrid también se refugiaron muchos por el asedio y el hambre que allí reinaban. «Aquí, en estos pueblos, comemos y no hay bombardeos». Así se expresaban muy agradecidos esos refugiados o evacuados. En nuestro pueblo, a pesar de que estábamos en guerra, no se notaba apenas, a no ser por el incremento que la población experimentó, pues se decía extraoficialmente que Úbeda tenía más de 60 000 habitantes. En la calle, lo mismo escuchabas a un madrileño castizo como a un cerrado cordobés con frases inaca­badas; o a un nativo con su «¡Ea!» tradicional.

De los muchos que vinieron de otros sitios, llegó un deportista, cuyas raíces eran de Úbeda. Se llamaba Francisco Mula y era ciclista internacional. En la última Vuelta a España, que creo que se celebró en 1935, participó en ella y, según decían, había lucido y conquistado el farolillo rojo. Aquí, como deportista que era, organizó carreras pedestres, tablas de gimna­sia y exhibiciones de bicicletas. Se metió a la juventud en el bolsillo. Mi hermano Juan y yo nos apuntamos y salimos a la plaza de los toros haciendo gimnasia y corriendo en competiciones que muchos domingos organizaban. Además de lo sano que era, nos gustaba mucho. El último verano, el ciclista Mula sembró un melonar en la Venta Juanillo, en una haza donde hoy está el bloque de pisos de Marín. Allí se le veía todas las mañanas, con la fresca, dándole polvillo a los melones. Acabada la contienda y después de venir las «banderas victoriosas, al paso alegre de la paz», no supe nada más de él.

El trabajo en el taller ya se estaba normalizando y casi seguía su curso nor­mal, a pesar de que varios jóvenes no se habían incorporado a él, como “el Churri”, Luis Sevilla y algún que otro más, por motivos de haberse puesto al servicio de sus partidos políticos, unos al socialista, otros al comunista, etc.

El día 29 de julio siguió con las mismas características de los días anteriores: detenciones, requisamientos, asaltos a viviendas… Ya todo lo veíamos casi normal. Ricos y fascistas, todos estaban a buen recaudo.

El que pudo se perdió, pues en esos días se puso en práctica ese refrán de «Sálvese el que pueda». Cuando acabábamos nuestra faena, mi hermano Juan y yo nos encaminábamos a nuestra casa. Al pasar por la plaza, el ambiente se veía algo más tenso y animado que otras tardes‑noches. Muchos corrillos de hombres comentaban los aconteceres del pasado día. La plaza era un hervidero humano, alrededor del quiosco, la fuente, los urinarios, los portalillos y todo el centro de la calzada, pues entonces no había tanto tráfico rodado como ahora y esa calzada la ocupaban esos grupos de vociferantes hombres que, con orgullo y regocijo, narraban el momento en que fueron a apresar a don Fulano o a don Zetano.

Nosotros, sin más dilación, nos encaminábamos, calle Trinidad arriba, a nuestra casa. Nuestra madre, como siempre, nos amonestaba por la tardanza. Nosotros argumentábamos lo nuestro, pues hay un refrán que dice «Contra siete vicios hay siete virtudes». Cenábamos y, como era costumbre en esos tiempos, nos salíamos a tomar el fresco a la puerta de la calle, sin olvidar el botijo, pues de vez en cuando apetecía echarse un buen trago de agua fresca, ya que entonces no había frigorífico, ni televisión, ni tantas cosas para hacernos la vida amena y atractiva como hoy. Mis padres, sentados con nosotros, murmuraban que no les gustaba ese trasiego que venía desde la Torre Nueva hacia la cárcel. Decían: «Parece el principio o el inicio de una tormenta», y así fue.

Nos acostamos y no sé a que hora empezaron a escucharse tiros y más tiros. Todos nos despertamos. Los vecinos y todos nos bajamos al portal y allí nos enteramos de que estaban matando a los de la cárcel. Algunas mujeres lloraban. Mi hermana María, que por entonces estaba sirviendo, pero esa noche la pasó con nosotros, prorrumpió en un llanto cálido al oír los disparos: «¿Cómo estará la señora? No hay derecho. ¿Por qué? ¿Porque son ricos?». Mi madre la calmó un poco, le hizo una taza de tila y se serenó. Nos salimos a la puerta. Desde allí, con más nitidez se escuchaban los disparos y creo que hasta voces y lamentos. Las gentes pasaban corriendo, unos para acá, otros para allá. Había una gran confusión. Sabíamos que se estaba tejiendo una gran tragedia y que pronto íbamos a ver el trágico resultado. La noche había sembrado de muerte a un noble pueblo que siempre se había jactado de muy leal. Pero esa noche, esa lealtad había tenido su fin. Los instigadores y ejecutores creo que fueron gentes de otros sitios y que las autoridades, en ese momento sin autoridad alguna, con su silencio, dejaron que forasteros echaran una mancha de sangre en nuestro escudo.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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