
Calas de un protagonismo: el valor de la experiencia
Si toda autobiografía ‑ficticia o no‑ es, ante todo y en primer lugar, la presencia y afirmación de un yo que no solamente testimonia acerca de su propio vivir, sino que además se alza como única instancia posible para legitimarlo, La vida de la madre Teresa de Jesús posee en grado superlativo dichas características. Y ello no sólo debido a la constante presencia del yo, sujeto del enunciado, sino, sobre todo, porque el yo, sujeto de la enunciación, se encarga de reforzarlos apelando con tenacidad inusitada al testimonio de su propia experiencia. Es decir, que La vida de la madre Teresa de Jesús es un verdadero alegato vivo y prueba directa de alguien que escribe desde un presente enriquecido por la sucesiva acumulación de sus propias experiencias.
Ya, el eminente sociólogo e historiador José A. Maravall, en su estudio titulado “Antiguos y modernos” (Madrid, 1966), que trata del valor de la experiencia personal como principio de autonomía en la crisis del Renacimiento, afirmaba que «tal vez no hay escritores de más reiterada apelación a la propia experiencia que los místicos, como eminentemente se ve en Santa Teresa y San Juan de la Cruz» (p. 465); y añade en nota de la misma página: «aunque el estudio está por hacer».
En efecto, una primera lectura de La vida…, por rápida que se haga, puede confirmar la sospecha de Maravall a propósito de la importancia cuantitativa y funcional que el término “experiencia” tiene en el relato de la madre Teresa; importancia que J. Poitrey corrobora en su trabajo sobre el vocabulario teresiano (Vocabulario teresiano de La vida… y Camino de perfección, Lille, 1977) al señalar que dicha palabra, sin contar sus derivados y equivalencias semánticas, aparece prácticamente, y no una sola vez, en casi todos los capítulos de La vida de la madre Teresa de Jesús.
Sin arrogancia, pero con tan perseverante insistencia que probablemente fuera interpretada como presunción, la madre Teresa acude al testimonio de su experiencia personal, no solamente cuando se refiere a los fenómenos (arrobamientos, visiones) que caracterizan el camino espiritual que conduce a la unión mística, sino también cuando intenta describir ese estado de aletargamiento en que quedan las facultades, cuando tal situación se producía y las consecuencias perturbadoras que de ella se derivaban.
Pero la escritora sabía que no era lo mismo dar a conocer experiencias comunes a la mayoría de los mortales, que intentar describir vivencias de carácter místico. Consciente, además, de las limitaciones que implica el lenguaje, Teresa de Jesús sabía de antemano que sólo podrían entenderla y comprenderla quienes, como ella, tuviesen un conocimiento empírico de tales fenómenos místicos:
· «[…] en esta vida lo paga su Majestad por unas vías, que sólo quien goza de ello lo entiende. Esto tengo por experiencia» (La vida…, cap. IIII, p. 40).
· «Por claro que yo quiera decir estas cosas de oración, será bien oscuro para quien no tuviere experiencia» (La vida…, cap. X, p. 91).
· «Pues lo que digo “no se suban sin que Dios los suba” es lenguaje de espíritu; entenderme ha quien tuviere alguna experiencia, que yo no lo sé decir, si por aquí no se entiende» (La vida…, cap. XII, p. 104).
· «Quien tuviere experiencia verá que es al pie de la letra» (La vida…, cap. XXV, p. 219).
· «Bien creo que quien tuviere experiencia lo entenderá y verá que he atinado a decir algo; a quien no, no me espanto le parezca desatinado todo» porque «Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender aunque más queramos decir, si el Señor por experiencia no lo enseña» (La vida…, cap. XXVII, p. 229).
Más que una reflexión acerca de la incapacidad del lenguaje humano para expresar las vivencias místicas, estas numerosas citas ponen de manifiesto, creo, el alto valor que Teresa de Jesús concede a la noción de experiencia, entendida como único medio para poder comunicar y descifrar dichas vivencias. Y es que ella misma sabía «por experiencia» que sólo, quienes compartían sus experiencias, podían desvanecer sus dudas, reconfortarla en sus momentos de angustia y confirmar la exactitud y legitimidad del camino de perfección que se había trazado. De ahí su confianza en los padres jesuitas, porque «eran muy experimentados en cosas del espíritu» (La vida…, cap. XXIII, p. 203); y de ahí también sus confidencias al futuro San Francisco de Borja, porque «Como quien iba bien adelante, dio la medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia» (La vida…, cap. XXIIII, p. 207), o que sintonice inmediatamente con el también futuro San Pedro de Alcántara, porque «vi que me entendía por experiencia» (La vida…, cap. XXX, p. 259).
Al contrario, la falta de experiencia en grados superiores de espiritualidad, no solamente impide que se establezca la comunicación y comprensión plenas de los mismos, sino que, según Teresa de Jesús, sería un error grave dejarse guiar por quien sólo tiene de ellos un conocimiento puramente especulativo:
· «[…] es muy necesario el maestro, si es experimentado; que si no, mucho puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí misma entender […] yo he topado almas acorraladas, afligidas por no tener experiencia quien las enseñaba» (La vida…, cap. XIII, p. 114).
· «Así que importa mucho ser el maestro avisado, digo de buen entendimiento, y que tenga experiencia” (La vida…, cap. XIII, p. 115).
· «Digo esto para que se entienda el gran trabajo, que es no haber quien tenga experiencia en este camino espiritual» (La vida…, cap. XXVIII, p. 247).
· «Lo que no se entiende por experiencia, infórmase de quien la tiene» (La vida…, cap. XXXIIII, p. 308-309).
Abundando en este sentido, es interesante observar cómo la misma Teresa de Jesús, gracias a la autoridad que le confiere su gran experiencia en materia mística, se permite aconsejar y orientar a su propio confesor, el padre García de Toledo: «[…] y porque tengo mucha experiencia de esto, diré algo para aviso de vuesa merced: no piense, aunque le parezca que sí, que está ya ganada la virtud, si no la experimenta» (La vida…, cap, XXXI, p. 278). Y a este mismo sacerdote, que un poco antes había puesto en duda cierta afirmación de la madre Teresa, ésta no titubeó en ponerle los puntos sobre las íes al decirle con su natural desparpajo: «Así que vuesa merced, hasta que halle quien tenga mayor experiencia que yo, y lo sepa mejor, quédese en esto» (La vida…, cap. XXII, p. 192).
No se trata sólo de un legítimo recelo, éste de la madre Teresa hacia quienes no habían alcanzado el superior grado de espiritualidad que ella ha conseguido gracias a la experiencia. Se trata también de una puesta en tela de juicio de quienes fundamentan su prestigio y autoridad en materia mística. Es, también, una puesta en tela de juicio de quienes fundamentan su prestigio y una autoridad exclusivamente en un conocimiento teórico de las “cosas de Dios”. Desconfianza que, por insuficiencia, Teresa de Jesús hace extensible a los libros:
· «He visto por experiencia que es mejor siendo virtuosos y de santas costumbres no tener ningunas (letras) que tener pocas, porque ni ellos se fían de sí […], ni yo me fiara» (La vida…, cap. V, p. 47).
· «[…] he lástima a los que comienzan con solos libros, que es cosa extraña cuán diferente se entiende de lo que después de experimentado se ve” (La vida…, cap. XIII, p. 113).
· «Porque no era nada lo que (yo) entendía (en los libros) hasta que su Majestad por experiencia me lo daba a entender, ni sabía lo que hacía» (La vida…, cap. 21, p. 179).
Frente al principio de autoridad, basado en el conocimiento teórico, se alza la propia experiencia como privilegiada vía de acceso al saber místico y a la posibilidad de declararlo. Son, en efecto, innumerables las veces que Santa Teresa enlaza en un mismo contexto las nociones de experiencia, saber y verdad. He aquí algunas:
· «Yo tengo grandísima experiencia de ello y sé que es verdad y porque lo he mirado con cuidado […]» (La vida…, cap. XI, p. 101).
· «Esto entiendo yo, y he visto por experiencia, quedar aquí el alma señora de todo» (La vida…, cap. XX, p. 174).
· «Que yo tengo experiencia de la ganancia, con que sacáis a quien en solo vos confía» (La vida…, cap. XXV, p. 219).
· «[…] que yo sé por experiencia que es verdad esto que digo» (La vida…, cap. XXVII, p. 232).
Hija de su tiempo, de ese “espíritu de modernidad” al que se refiere Maravall, Teresa de Jesús concede un valor insustituible a la personal experiencia, no solamente porque a ella le ha permitido el acceso al conocimiento, sino también, y quizá en primer lugar, porque ella es consciente de que el modo de garantizar la verdad y por ahí la eficacia didáctica del relato de su vida, consiste en apelar constantemente al testimonio vivo de su propia experiencia.
La conmovedora perplejidad y la fuerza didáctica, que se desprenden de la lectura de La vida de la madre Teresa de Jesús, proceden de considerar cómo teoría y creencia se han hecho carne viva en ese yo, cuyo testimonio pretende tozudamente disipar toda especulación o escepticismo. Porque no se trata de transmitir una impresión pasajera o la evocación de un momento de arrebato emotivo más o menos irracional. La desconfianza y la actitud crítica de la madre Teresa para con los teorizadores de la espiritualidad, personas o libros, empieza por ella misma, al ser consciente de que sólo un acto vivido, repetido y analizado con minuciosa lucidez es garantía de verdad: «Yo tengo grandísima experiencia de ello y sé que es verdad y porque lo he mirado con cuidado […]» (La vida…, cap. XI, p. 101).
¡Turbadora expresión de racionalismo en cuestiones sobrenaturales! ¡Sorprendente vivencia empírica de lo espiritual!