
Voy a aprovechar que el autor don Manuel Jurado y un personaje suyo, llamado León, están conversando sentados tranquilamente en un banco de los jardines de Buhaira, para confesarte, amigo lector, que, como narrador de esta Nube, empiezo a estar un poco mosqueado, porque a mi entender el personaje Alfonso se está alejando demasiado de la historia. Creo que ello es debido a dos razones:
En primer lugar, porque desde hace tres o cuatro Nubes, el autor ha dispuesto que el protagonismo de la historia recaiga sistemáticamente en León, en sus hijos Juan y Teresa, en Aymara y Amalia e incluso en el insulso Indalecio, el propietario de La Luna. Y, en segundo lugar, porque la narración se está desviando hacia recovecos que se pueden calificar de antagónicos y que, además, no tienen nada que ver con la historia principal, que es actualmente la liberación de Aymara. Y explico lo de «recovecos antagónicos».
Resulta que el autor ha permitido, por no decir ordenado, que personas procedentes de la realidad patente se introduzcan con toda naturalidad en el territorio de la ficción narrativa. Lo cual puede crear una especie de revoltijo, de enredo, en donde el lector quizás no vea claro si se está tratando de la realidad de la ficción o de la ficción de la realidad. Porque, si no, ¿a qué viene eso de que el personaje León se encuentre con su creador Manolo Jurado y se pongan los dos a conversar? O que León, que no es mucho más que humo, salude dando la mano o abrazando a compañeros de la Safa, gente de carne y hueso como Ballesta, los hermanos Jurado, Galán, Vela, García… O que ambos, personajes venidos de la ficción y personas procedentes de la realidad, se pongan de acuerdo para tomar unas copas en un bar ficticio, llamado La Luna. Habría que preguntarle, a nuestros safistas de carne y hueso, si esto es cierto…
Sí, ya sé que se trata de una técnica narrativa que la llevó a su cima de excelencia don Miguel de Cervantes, el maestro de todo escritor. Como también sabe el lector que la ficción se apoya, a menudo, en la realidad, con objeto de conseguir mayor verosimilitud. A mí, de hecho, esta promiscuidad entre personas y personajes ni me molesta ni me desagrada, siempre que no despiste al lector; porque, a fin de cuentas, para él se escribe.
De todas maneras, entre tú y yo, amigo lector, he de decirte que, aunque a mí me molestara, tendría que callarme, porque yo no puedo hacer más que obedecer al señor autor, que es quien manda y ordena en la narración. Pero estarás de acuerdo conmigo en que nos estamos olvidando del personaje Alfonso a causa de estos laberintos técnicos.
El pobre Alfonso, a quien dejamos desamparado allá en la Nube 44, lleno de golpes y mataduras, con el teléfono en la mano, dispuesto a preguntarle a León cómo evolucionaba la situación de Aymara-Rosalva. Y en esa menesterosa postura lo tenemos todavía, esperando a que se terminen las digresiones del señor Manolo Jurado con su personaje León, acerca de si componían versos o prosas en el internado de jesuitas, situado en un pueblo de la provincia de Jaén, con un profesor hoy desaparecido, según se desprende de la conversación.
Un palique que se interrumpe, porque al autor lo llama por teléfono su mujer, lo cual permite que, tanto el personaje León como su autor, Manolo Jurado, vuelvan a sus respectivas hogares (si es que un personaje de novela puede vivir en una casa; porque, que yo sepa, fuera de un libro no tiene donde…).
Tras llegar a su domicilio, el autor Manolo Jurado releyó las cosas que están aquí escritas y me ha ordenado (menos mal) que recupere rápidamente la historia de Alfonso. Y, luego de entrar León en la suya, vio que su hijo Juan y Rosalva no habían vuelto aún de arreglar los papeles en la comisaría. Llamó inmediatamente al móvil de Juan y éste le dijo que todo estaba en regla y que estarían de vuelta dentro de una hora, más o menos. Acababa de colgar el teléfono León, cuando volvió a sonar. Era Alfonso.
Aquí, amigo lector, tendría yo que obedecer el mandato del autor, Manolo Jurado, y disponerme a continuar con la historia de Alfonso. Pero don Manuel no se acuerda de que los narradores del Puñado de nubes deben respetar y someterse a una orden dictada por nuestro redactor jefe, don José María Berzosa, según la cual, ninguna Nube, salvo raras excepciones ‑que las ha habido‑, puede superar los dos truenos ‑quiero decir, folios‑. Y como no deseo desencadenar una tormenta entre estas dos personas, yo (a quien los sabios narratólogos me llaman ‘instancia narrativa’) he de dejar a Alfonso con la boca abierta, dispuesto a hablar por teléfono con León acerca de las aventuras que Aymara-Rosalva y Juan viven en la comisaría del, no muy de fiar, comisario Navarro. Prometo, amigo lector, que todo eso te será contado en la próxima Nube.
