Mis años en Alcalá de los Gazules (1964-1976), 3

23-04-2011.

A las posibilidades de promoción de aquellos jóvenes que no podían desplazarse a Jerez o Cádiz para hacer Bachillerato, también contribuimos en la parte que se pudo. Primero en la creación del CLA “Sainz de Andino”, cuya inauguración tuvo lugar el 30 de julio de 1969 para comenzar el siguiente curso. Allí estuvieron el Alcalde, Miguel Puelles, y el Gobernador Civil, Julio Rico Sanz, con quien después, siendo concejal del Ayuntamiento, tuve algunos problemas, que no es el momento de exponer. No tenían nada que ver con el tema educativo.

Después, como licenciado, di clases en el CLA y creo que algunos alumnos lo recordarán. Era profesor para todo: Latín, Lengua, Francés, Matemáticas… Era la edad en que uno puede con todo.

Mis primeros pasos en la escuela me daban la oportunidad de llevar a la práctica el bagaje de teoría que había adquirido. Pero como decía antes, aprendí muchas cosas, y la primera, el vocabulario. Recuerdo de aquellos primeros días que un alumno vino a la pizarra, en donde estaba explicando, para decirme que su compañero tenía una “mosqueta”. No sé si sería mi vocación ecológica y cinegética lo que me hizo pensar que la “mosqueta” era un animalillo. El hecho es que me dirigí al alumno y le pregunté: «¿Dónde tienes guardada la mosqueta?». Y el chiquillo me señaló la nariz. Os podéis imaginar la sensación de ridículo que me inundó.

Luego tuve muchas anécdotas, como intentar corregir la expresión «se vais a… se queréis…» y la utilización de la copulativa «y» como enlace de la subordinación. Después de tantos años, aún recuerdo a un alumno que, en una redacción sobre el mar, me decía que los «Océanos estaban contaminados porque no tenían desagües». Para otro, el Arcipreste de Hita «era una especie de árbol». Y otro, para quien la democracia era el gobierno de los «plutócratas». O aquel párvulo que decía que «Dios era un hombre sin brazos ni piernas, pero con un ojo muy grande». Tenía su explicación si se observaba el dibujo del libro. Claro que siempre hubo otro con unas teorías más disparatadas, como el que escribía que el «gato es un animal de cuatro patas, las dos d’alante le sirven para correr y las dos d’atrá, para frenar».

Del CLA recuerdo mis explicaciones de Filosofía, los ejercicios de Lógica, la respuesta de un alumno al clásico silogismo:

Todos los hombres son mortales;
Juan es un hombre;

luego…

Respuesta del alumno: «Luego Juan bebe vino». Nunca supe si lo dijo en serio o se quedó conmigo.

Y hablando de vino, en Alcalá se bebía y se bebe mucho vino. Yo no bebía cuando llegué a Alcalá. Mi amigo Paco Peláez y yo íbamos al bar de Julio, en la calle Real, y pedíamos un gran vaso de leche. Julio Vázquez nos decía al entrar: «Ya han llegado los buenos del Oeste». Luego me aficioné. Los primeros chiclanas me los tomé en casa Rogelio, en la calle Los Pozos. Tuve que subir al Convento pegado a la pared. Después lo de Domingo, Las Tres Salidas, Palomino… qué sitios tan entrañables.

Por las tardes veía cómo gran cantidad de personas se paseaban por la calle Real. No había coches. Así que yo también me incluí en el censo de los paseantes.

Compraba un paquete de pipas en casa de Paca Coronil, que era lo que hacían los jóvenes, y a andar y desandar, desde San José a la Alameda. En uno de aquellos paseos conocí a la que es mi mujer. Recordad que decía que vi por primera vez los alcornoques al llegar a Alcalá; pues luego me enteré bien de todo el proceso: descorche, pesada, traslado, clasificación… porque la niña con la que empecé a salir era “la niña de las corcha” o “Maripili, la de las corcha”. Circunstancias del azar.

El paseo en la calle Real era fundamentalmente de jóvenes. Cuando se desplazó a la Playa, se incrementó el número de personas y se hizo el parque, con árboles, y hay que hacer esta apreciación porque era común el comentario de los contrastes alcalaínos. Una Playa sin mar, una Alameda sin árboles, el Chorrillo sin agua… El parque sí era un parque, que pronto se llenó de personas de variada edad.

¡Cuántas veces he recordado aquellos paseos desde el Control a la Peña la Negra! ¡Cuántas palabras de promesas y amor contiene este kilómetro de carretera…! ¡Cuántos sueños han andado por este trozo de asfalto, que ya perdió su vigencia!

A mí lo que más me gustaba era dar un paseo por La Coracha. Su trazado permite una impresionante visión del paisaje circundante. Uno sueña en los tiempos en que alguna algarabía apareciera por Magañas o Caracena, para llegar a Alcalá. En mis años de estancia en Alcalá ‑y creo que ahora también‑, era costumbre que los alcalaínos realizaran este paseo tras asistir al entierro de algún vecino. Quizá este paseo sirva para equilibrar el sentimiento e inconscientemente reafirmar su apego a la vida.

La vida transcurría en Alcalá con la monotonía del quehacer diario, solo alterado por algún acontecimiento. La llegada del “correo”, de Cádiz, era una distracción diaria. La lluvia –entonces llovía más que ahora‑, el apagón de la luz, la pesca de los barbos, la llegada de algún turista…, pequeños acontecimientos que alteraban la vida del pueblo.

Pero hay un hecho anual que es fundamental en la vida del pueblo: la Romería a la Virgen de los Santos. Todos los alcalaínos y los que nos sentimos como tales necesitamos acudir ese día a Alcalá y al Santuario. Hasta los ateos creen en la Virgen de los Santos.

Cuando llegué a Alcalá, fue uno de los primeros sitios al que me llevaron y se me aseguró que si rezaba bajo el manto de la Virgen, me casaría en Alcalá y seguiría allí. La profecía se cumplió.

La fe del alcalaíno es tal, que he escuchado más de una vez opiniones un tanto agnósticas y críticas hacia la Iglesia, los curas, y la existencia de Dios. Ahora bien, a la Virgen de los Santos, que no la toquen.

Como exponente me viene a la memoria la anécdota que presencié entre un alcalaíno y un vejeriego. Ambos discutían sobre las excelencias del Santuario de la Virgen de los Santos y el de la Virgen de la Oliva. De aquí se pasó a contabilizar el cupo y la magnitud de los milagros que se adjudicaba a cada advocación de la Madre de Dios.

En el momento álgido de la discusión, el alcalaíno, a quien llamaremos Paco Pérez, espetó al otro: «Trabada, la Virgen de los Santos trabada, hace más milagros que la Virgen de la Oliva».

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