Ahora disponía de todo el tiempo del mundo. No dudó en aceptar las ventajosas condiciones que la Caja de Ahorros le ofreció y se retiró a su piso sevillano donde cada rincón le recordaba a su mujer Amalia.
Su hija venía a “darle vuelta” a menudo para su tranquilidad.
—Pero sal por ahí, hombre de Dios, y no te encierres entre estas cuatro paredes, que la vida está en la calle Sierpes. Ve a una corrida de toros a la Maestranza, disfruta los jardines del parque de María Luisa… ¿Ya no te acuerdas la de veces que nos hemos sentado en el banco “Jaén” de la Plaza de España? ¿Por qué no te vas unos días a Canarias?
«Sí, para que me pase igual que la otra vez», pensaba León. Se acordaba de aquel viaje que hizo con Amalia a las islas, invitado por Cajasur. Pasaron diez días estupendos repartidos entre Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria. Disfrutaron el paisaje del Valle de La Orotava con el Teide nevado al fondo, comieron gofio y mojo picón como guanches, se montaron en la “guagua”, tomaron el sol en la playa de Las Canteras y durmieron al son directo de las folías…; pero, dos días antes de volver a la península, visitaron las tiendas de los comerciantes indios y les regatearon algunos relojes, unos prismáticos, una cámara de fotos japonesa, también ropa e incluso unos cartones de tabaco rubio y unas botellas de ron y güisqui que pensaban regalar. La sorpresa fue al montarse en el coche que tenían alquilado. Los ladrones entraron en el aparcamiento subterráneo y, precisamente de su coche, se llevaron el equipaje y los paquetes con todos los regalos. Inútil la protesta y la denuncia en la comisaría de la policía.
—No voy ni al pueblo —le replicaba a su hija—.
Además no paraba de darle vueltas en la cabeza a la revelación que le había hecho su amigo Alfonso. Nunca se conoce del todo a las personas, aunque sean amigos de toda la vida. Se prometió, una vez más, ayudarle en todo lo que él pudiera. Entonces fue cuando Teresa le soltó a bocajarro:
—Papá, me prometiste que hoy me dirías un secreto que ni mamá sabía. Así que no te vayas por las ramas, como siempre haces.
Sin decir palabra, León se levantó del sillón y fue directo al armario del dormitorio de donde sacó una abultada carpeta azul, cuyas pastas de cartón cerraban unas gomillas aún tensas. Entregándosela a su hija, le dijo tembloroso: