Mis años en Alcalá de los Gazules (1964-1976), 2

05-04-2011.

En aquellos años de estancia en Alcalá, los alumnos de la Safa realizaron un trabajo sobre su pueblo, recopilando (refundió y recopiló Pepe Arjona) una serie de datos entre los que he extraído los siguientes:

Exceptuando las calles del Lario, las calles de Alcalá eran entonces 63 y sumaban un total de 5 710 metros.

La calle más larga era Nuestra Señora de los Santos con 332 metros.

La más corta era Ángel de Viera con sólo 14 metros.

De las 63 calles, 43 no llegaban a los 100 metros. Solo 20 superaban los 100 metros.

Cuatro superaban los 200 metros.

Dos superaban los 300 metros.

Empedradas había 41 calles con 3 111 metros y adoquinadas 32, que representaban 2 599 metros.

De entre ellas siempre recuerdo la calle Real. La calle Real puede ser la síntesis de la trayectoria histórica del país. Cada etapa política la rotuló con el nombre del personaje sobresaliente de turno o el que se le antojara.

El pueblo, en su sabia y experta noción de los hechos, siempre la llamó calle Real. Siempre me impresionó su equilibrio, distinción y adustez.

La primera visión que tuve de esta calle fue sorprendente. Cuando, como relataba, por primera vez bajé de La Valenciana, tras observar la inconfundible silueta del pueblo y el paseo de la Playa, me dirigí a un grupo cinco de personas para preguntar dónde se ubicaba el colegio adonde con tanta ilusión empezaba a estrenar mi cargo de maestro.

Los allí congregados me ilustraron sobre el “Convento” y, de entre los reunidos, brotó un “guía” que se ofreció para acompañarme e indicarme el itinerario. Era “El Mudo”.

Sin duda, pensaba que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Mi guía se dirigió desde el bar La Parada a la calle Sánchez Flores, el Patio de las Campanas, y así me encontré de pronto en la calle Real, con una maleta en cada mano.

Mi sorpresa fue tan grande que aquella misma noche intenté hacer el recorrido inverso. Tuve que desistir. No fui capaz de encontrar la “casapuerta” por donde un rato antes había salido.

De esta forma realicé mi primer paseo por las calles del pueblo, que aún no he olvidado.

Hay que recorrer las calles, andando, para degustar el encanto y sabor de una experiencia tan notable como original. ¡Qué simbiosis arquitectónica entre los torreones existentes en las calles Ildefonso Romero y San José! Y, si desde la Plaza Alta iniciamos un recorrido por las calles adyacentes, nos habremos sumergido en el Alcalá de siempre. Por cierto, la Puerta del Sol será el rincón más ventilado de estos alrededores. ¡Y tanto! Es el famoso levante de Alcalá. Un promedio de 110 días al año. Ya en 1782, López de Ayala enumeraba los males de este viento: «Es oscuro, es húmedo, es cálido; con él se enmohecen y pudren los muebles; contrae orín todo lo que es de yerro o acero…». Un poco exagerada la descripción. El levante es connatural de Alcalá. Al poco tiempo lo descubrí y fijaos: a mí me llamaba siempre la atención cuando sus iras se desataban, pero por más fuerte que fuera el viento, los airosos peinados de las alcalaínas no se deshacían. Y los niños, con el babi abierto a modo de capa, se ponían en la Puerta del Sol.

Entre los dos vientos, levante o poniente, Alcalá entera.

Con el levante, todo cruje, se reseca, se adormece. Con el poniente fresquito todo se remoza y es un placer pasear por La Playa, o admirar el inconmensurable paisaje desde San José del Valle o La Coracha.

Como quiera que sea, el levante está tan íntimamente ligado a Alcalá que más bien parece un soplo de recuerdos venido desde África.

Pero sigamos el hilo conductor de esta charla. Me pusieron a trabajar con un curso de recuperación que, para los iniciados en la docencia, ya sabemos lo que quería decir: alumnos de distintas edades y conocimientos. Aprendí con aquellos alumnos muchas cosas.

Mis compañeros aquel año eran: Fernando Otálora, director, M. Mansilla, J. Coca, J. Lozano, R. Hinojosa, P. Arjona, Paquita, María Luisa, José L. Fernández, Mercedes Rodríguez y Paco Peláez. Luego alternaron otros compañeros.

En aquel año, a través de la llamada “Campaña de Alfabetización”, tuve oportunidad de conocer el nivel cultural del pueblo, de aplicar una serie de datos que, a modo de curiosidad, transcribo.

Tenía Alcalá, en 1963, una población de derecho de 10 445 habitantes. De ellos, 1 138 eran analfabetos, lo que suponía el 10’88%, un índice alto si lo comparamos con los porcentajes de otros lugares, en la misma fecha. En 1968, cinco años después, el índice había descendido al 1’15%. La evolución fue la siguiente:

De los 1 138 analfabetos:
7 fallecieron,
90 rebasaron la edad de 60 años,
267 emigraron,
674 fueron redimidos,
110 quedaron sin redimir.

En 1982, siendo Inspector Jefe en Cádiz, el porcentaje oscilaba alrededor de 1’7%, lo que se consideraba normal.

Las lecturas preferidas en aquel tiempo por los alcalaínos, referidas a la prensa escrita, eran las siguientes:

Periódicos recibidos semanalmente:

ABC de Sevilla
Diario de Cádiz España de Tánger
Ya
Pueblo

600 ejemplares
250 ejemplares

62 ejemplares
50 ejemplares
40 ejemplares
TOTAL: 1 002

En total se recibían 1 002 periódicos a la semana, que suponía un periódico diario para cada 72 personas.

En el año 1968 existían en Alcalá 260 TV y algo más de radio. El aislamiento de gran parte de la población, por lo que a medios de comunicación se refiere, propiciaba una falta de interés por la cultura.

Sin embargo, no se puede decir que el alcalaíno haya sido refractario a las influencias culturales. Cuando ha tenido acceso a ella, la ha incorporado. Es muy alta la nómina de titulación y cargos que hijos de Alcalá ostentan, ejerciendo su labor en lugares muy diversos.

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