—El padre Mendoza entiende lo que decís, pero no puede responder. Ya no coordina bien el lenguaje y su memoria es muy débil —nos decía a Pablo Gómez y a mí la chica encargada de la residencia del colegio San Estanislao de Málaga, donde vive—.
No me extenderé. Dionisio lo ha dicho casi todo de este hombre que tanta espiritualidad nos transmitió en los años más difíciles de nuestra vida. Pablo y yo lo visitamos hace unos días. Reímos juntos, le recordamos vivencias de Úbeda, sentimos paz y mucho afecto en la hora que estuvimos con él.
—¡Con las veces que me has perdonado los pecados! —le dije—.
Él reía a cada ocurrencia nuestra.
—Hace poco, aprovechando un descuido de sus cuidadores, salió de la residencia buscando el camino de Úbeda. Vive con el deseo de volver a su Colegio de toda la vida —explicaba la chica que lo cuida—.
«Querido padre Mendoza: no puedo olvidar aquellas visitas a los enfermos del hospital, los encuentros con gitanos, la visita a las familias deprimidas de algunos de mis alumnos en El Puerto de Santa María, la meditación ante el inmenso paisaje de Mágina mientras decías: “Dios está en todas partes. La Naturaleza es su verdadera casa. Reza conmigo”.
Mis creencias se tambalearon hace tiempo. Sin embargo, mi sentido de la espiritualidad y de la solidaridad se lo debo en parte a su ejemplo.
Con mi más sincero sentimiento de gratitud, seguiré visitándolo en su nueva casa, para volver a reír juntos y recuperar viejas sensaciones de amistad».