Cambiar el mundo: ¡qué tonta ilusión!

28-01-2011.

Hola amigos, compañeros de intercambio de ideas.
Ayer estuve repasando las impresionantes, majestuosas fotografías de galaxias obtenidas con el telescopio Hubble. Un documento que un amigo me ha enviado por internet. Mi reacción primera: ante tales magnitudes los hombres somos menos que unas minúsculas hormiguitas.
Alguien gobierna la cosmogénesis, la expansión del universo, la materia oscura, etc., etc. Hace reír la idea de que el hombre tenga algo que decir sobre el desarrollo del universo. Es asunto de Alguien. Ése de quien nada sabemos.

De nada serviría que con nuestras patitas de hormiga nos agitemos, intentando variar la trayectoria de la también minúscula bola sobre la que navegamos a través de inimaginables espacios siderales. Insignificante la Tierra, insignificante el Sol, insignificante la Vía Láctea. ¡Y qué insignificante la historia de cualquier individuo humano en particular!
Llego a casi la misma conclusión cuando reflexiono en la otra dirección, es decir, zambulléndome en lo inmensamente pequeño, en el universo intraatómico, en las cuestiones de espacio-tiempo.
Pequeñísimos somos, pero desde nuestro nivel de observación quedamos aplastados entre esos dos cuasi infinitos: hacia el universo por arriba y hacia el átomo en profundidad. Ya lo decía Pascal. Es pura sinrazón que los pobres humanos nos atrevamos a estipular y dictaminar a propósito de lo que, de una forma tan desmedida, nos sobrepasa. (Sí. No me juzguéis precipitadamente. Yo creo en la ciencia. Y además considero, como un grandísimo privilegio personal, el vivir tan intensamente, en mi cada día, una muy modesta aventura de ir comprendiendo algo más el mundo: de irlo descifrando [Jaspers]. Por más que sepa de antemano que mi búsqueda no es sino un acercamiento asintótico a la Verdad, sin esperanza ninguna del alcanzarla, ni de llegar a su total desvelamiento. Pero, ¡cuántas alegrías me depara cada día esta aventura! Yo aconsejaría, a todo el que pueda y quiera, que vuelva a sus viejos libros de ciencia y de pensamiento que ya utilizó antes en sus estudios y lecturas. O que explore con internet para estar más al día).
Añadiré otra cosa más: el hombre ni siquiera es dueño del devenir de la Historia que se desarrolla en la propia Tierra. También de la Historia se encarga Él. Ése de quien nada sabemos.
Continúo con mis reflexiones. Si nos situamos correctamente ante el mundo físico y nos colocamos en nuestra justa medida, evitaremos la tentación de una ridiculísima soberbia intelectual o, yo diría, una soberbia metafísica. La vieja tentación prometeica, tan presente en la tragedia griega.
De manera similar, es pretencioso que queramos cambiar la fisionomía de las corrientes sociales y de sus trayectorias. Lo uno y lo otro me traen a la mente la metáfora de la hormiguita pataleando para cambiar el rumbo del planeta.
Tengo un vago recuerdo de una cita de un autor francés de los años 50. Decía este escritor que, por primera vez en la historia, le había sido dado al hombre la posibilidad de escoger y crear su propio futuro en el que vivir. Esta afirmación tiene algo, pero muy poco, de verdad. Construir un entorno de habitación, modificar el hábitat físico, mecanizarlo, sí. (Y destruirlo idiotamente, también). Pero de ninguna manera le es dado alterar las grandes variables que configuran en profundidad nuestro futuro.
Una prueba. Las grandes utopías sociales del XIX y del XX han hecho, incomparablemente, más mal que bien. Desencadenaron, en cada caso, torrentes de sangre casi siempre inocente. Tragedias históricas largamente injustificadas. Y no creo que hayan conseguido enderezar demasiado las llamadas “tendencias pesadas” de la Historia [F. Braudel].
Se dice que la utopía es motor de la Historia. Pero, ¿no se movería la Historia más bien por ananké (necesidad histórica), y según las trayectorias de creodas (caminos necesarios en la evolución)?
Dicho de otra manera. ¿Ha habido hombres realmente grandes que hayan modelado la Historia con sus potentes personalidades, o no eran ni más ni menos que actores sustituibles? Si Colón no hubiera descubierto América, o Karl Marx no hubiera escrito El capital, ni Einstein hubiera descubierto la relatividad, seguro que algún García, algún Dupont o algún Smith lo hubiera hecho en su lugar, porque esos cambios estaban en el aire, en el “espíritu del tiempo” [Zeitgeist]. (A pesar de todo, no me atrevo a negar de plano que haya habido personalidades que han inducido inflexiones determinantes sobre el curso de la Historia. Habrá que matizar más este asunto, si se presenta otra ocasión).
Deseo terminar mis reflexiones bajando ya al nivel de las personas concretas. Es cierto y seguro que las grandes metas, las utopías, los sueños son un motor en la psicología de muchos adolescentes y gente joven. Constituyen un ingrediente innegable de creatividad.
Sí. Pero, ¿qué pensar entonces de las personas de nuestra generación, los que de jóvenes hemos soñado cambiar el mundo movidos por intensos ideales religiosos o políticos? Algunos de nosotros quisimos consagrar nuestras vidas a esos ideales.
Con el paso del tiempo, hay que decir, simplemente, que fuimos jóvenes cándidos e ilusos. (Una ingenuidad, de la se aprovecharon y se siguen aprovechando políticos sin escrúpulos y otros varios personajes).
Ahora que ya somos menos jóvenes y que nuestros sueños se han ido desmoronando, nos confrontamos con la menos risueña realidad de nuestros menguadísimos límites. Una constatación terriblemente decepcionante.
Hay que conseguir que eso no sea motivo de derrumbamiento moral, o de amargo cinismo.
Las cosas son como son y nosotros somos como somos. Finalmente, hemos aterrizado en la realidad, aunque tarde. Hagámoslo sin lágrimas. Vivir ha sido y sigue siendo fabricar y quemar bellos sueños. (Deberíamos conservar el poder de fabricarlos).
La hormiga que soy no ha podido desviar la trayectoria del planeta, ni mejorar sensiblemente el destino de la sociedad, como ingenuamente soñé de joven.
Ahora estoy aprendiendo la gran lección de la humildad metafísica.
Ahora acepto, sin amargura, que lo que he podido hacer por mejorar el mundo ha sido realmente muy poca cosa. (Esperando también no haber hecho demasiado mal sin pretenderlo).
Hoy en día, me contento con poder ser útil y positivo para las contadas hormiguitas de al lado. Son ya ambiciones a mi medida real.
¡Que le importan a Dios nuestros insanos grandes designios de salvadores del mundo! De todo eso, de la Historia con mayúscula, se ocupa Él a su modo y manera. Lo nuestro es sembrar bienestar y afecto a nuestro alrededor.
¡Cómo se trasformaría el mundo si decidiésemos todos cambiar la vida, no con grandes proyectos, sino en lo pequeño e inmediato, inyectando empatía, amor, simpatía en cada ocasión!
Cambiaría el mundo y se iluminaría nuestra propia vida.

Deja una respuesta