Breves notas o crónicas de algunas vacaciones, 3

18-01-2011.
III. Mis vacaciones en otoño.
Este año es el tercero que, consecutivamente, he disfrutado de las vacaciones que el Imserso organiza para esa legión de trabajadores que hemos cruzado la barrera de los 65 años y, por nuestra cotización a la Seguridad Social desde nuestro anterior trabajo, nos hemos hecho acreedores para disfrutar de una paga merecida y de estos beneficios que hoy poseemos.
El primer año lo pasé viendo esas bellas islas del Mediterráneo, desde Palma de Mallorca. El pasado año, y segundo, estuve gozando de esas cálidas tierras de Almería; en concreto, en Roquetas de Mar.

Este año no he querido salirme de mi querida Comunidad Andaluza y me he bajado al sur, a gozar de su benigno clima en las luminosas y bonitas playas de Torremolinos. El tiempo está siendo de un magnífico otoño primaveral.
El sitio en el que estamos alojados es este confortable y gigantesco Hotel Royal de tres estrellas, en el que fraternalmente convivimos todas las comunidades españolas. Mezclados estamos canarios, valencianos, madrileños, aragoneses de Huesca, castellanos, manchegos y andaluces. En fin, un cóctel de gentes pero, en definitiva, todos españoles. Más de 850 que, con orgullo, peinamos canas.
Estos artículos que escribo están alentados por muchos ubetenses que han compartido y comparten estos goces y vivencias y desean verse reflejados en este periódico de nuestro pueblo: La Loma, y del que algunos son suscriptores.
Yo les digo que de mí no depende el que se publique o no; pues, hasta la fecha, de lo poco que les he mandado a esa redacción sólo un 50%, aproximadamente, ha visto la luz; el resto habrá carecido de interés o esa redacción habrá tenido cosas más interesantes que las mías. Yo de eso no me molesto, aunque sí siento cierta afición a escribir. Hemos hecho varias excursiones, todas a cual más bonita; pero me voy a detener sólo en una: la que hicimos al pueblo de Benalmádena, bella y blanca, primer premio nacional al núcleo urbano más limpio de España.
Discurrimos por sus empinadas y bonitas calles impregnadas de ese hechizo que los blancos pueblos andaluces tienen. Pasamos por esa encantadora casa, sede de la Escuela Nacional de Hostelería, semillero de cocineros que, en su día, nutrirán las cocinas de los famosos hoteles de la península. Paseamos por la calle Real que, según nos narraron, el día del Señor la siembran de flores y, por esa alfombra de olorosos pétalos, pasa el Santísimo con majestuosidad ante el fervor de todos los asistentes, propios y extraños. Pasamos por la plaza de España, en cuyo centro hay una bonita y sencilla fuente con varios chorros de agua, que salen de la circunferencia que hace el pilar y convergen en el centro, donde una niña es el blanco de esos chorros. Dice la tradición que la mujer que bebe de esa agua se queda embarazada. Yo… ni me lo creo, ni lo dejo de creer; lo que sí noté es que ninguna de las acompañantes, setentonas todas, la bebieron… No tendrían sed.
Muy cerca de ese lugar se encuentra el célebre balcón de Benalmádena, lugar con unas fantásticas vistas. A nuestros pies, un precioso valle surcado por bonitos chalés, blancos como palomas, que termina en unas playas tranquilas donde las aguas, en su constante ir y venir, peinan las finas arenas de las cálidas aguas mediterráneas. Desde allí, divisamos también el famoso Castillo de las Águilas, de estilo antiguo; y la paradoja es que este se ha construido entre los años 1987 y 1994. Su constructor es un famoso médico y arquitecto, que ha fraguado en América una inmensa fortuna ejerciendo allá como galeno, y aquí en España le ha dado rienda suelta a esa quizás primera vocación que ha desarrollado con un arte digno de admirar. El castillo es una verdadera filigrana, construido con ladrillos rojos macizos. Entre sus esbeltas torres y jardines se puede ver, como en un rompecabezas, reflejadas las tres carabelas que descubrieron el Nuevo Mundo. Todas las torres acaban en unas gigantescas águilas; de ahí el origen del nombre. En los exteriores del castillo y en sus jardines hay una exposición viviente de águilas, buitres, milanos, búhos y un sinfín de aves de rapiña. Nos hicieron una demostración cara al público. Todo real… Los cetreros pusieron una presa: consistía en la piel de un zorro lleno de paja y en su lomo un animalillo (pollo) muerto y, desde un cerro cercano, dejaron en libertad a una águila real, y la vimos venir planeando con majestuosidad, dando una pasada y llevándose la presa entre sus afiladas garras. La demostración, así nos lo dijeron, no contenía riesgo ninguno para el público; pero muchas personas se refugiaron bajo unos árboles cercanos.
Mi señora fue una de ellas. Yo, situado en la primera fila del círculo, me llevé una sorpresa sin consecuencias. Vino de las alturas un águila, se comió la presa que había en el suelo y, levantando el vuelo, fue a pararse encima de mi cabeza. Me sorprendí y me quedé quieto, pues anteriormente nos lo habían advertido; después fue posándose en varios espectadores. Una señora que lucía un flamante peinado, al posarse en su cabeza, la dejó a la moda, como una loca.
Hemos pasado unos días de ensueño, unas buenas vacaciones. Las señoras han gozado de lo lindo; en particular, mi señora y amigas nuestras Juana Valdivia y su prima Teresa. ¡Cuántas veces hemos discurrido por la calle San Miguel de este bonito pueblo, arteria principal, donde convergen esa tela de araña comercial, donde rivalizan las bonitas joyerías con las elegantes mercerías, y otros establecimientos!

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