Una gran noticia

28-12-2010.
Anda uno estos días de fiestas navideñas merodeando por aquí y por allá, del correo electrónico al ordinario, y de éste al teléfono móvil, en busca de mensajes y compañeros con los que poder sentarse a conversar un rato de esas cuestiones tan complicadas, que la vida nos plantea. Hojea uno la página en busca de noticias y se encuentra con Enrique Hinojosa, poeta en blanco y negro en lucha, permanente y ganadora, contra una enfermedad que no será capaz de arrancarle del alma, la palabra y la fe. Contando sentimientos y experiencias, como quien relata sus días de vacaciones, en un crucero por las islas griegas. Con el corazón lleno de razones, de esas razones que la razón no entiende. A veces imagino a su esposa intentando afectuosamente arrancarle de la mano las cuartillas. Quizás responda con ese punto, tan suyo, de humor y de energía:

—Compréndeme cariño. Yo soy escritor, igual que tú eres madre.
El Café está desierto a todas horas. De vez en cuando, me asomo al ventanal, rancio y amarillento, como el celuloide de una vieja película, y observo bandadas de turistas multicolores y sofocantes, como pájaros exóticos de la manigua caribeña. Pongo atención y veo en medio de la caterva turística a Juan Ramón Martínez Elvira, restaurador amante del pasado ubetense. Estudioso y nostálgico. Catalogador paciente y generoso, de calles y de plazas. Habla de Felipe IV, de la Infanta María Teresa o de su esposo, Luis XIV, como si hubiera compartido con ellos, siglos de sobremesa. Da gusto escucharle desde el silencio, tras las viejas vidrieras del Café.
Leyendo a Blas Lara, a pesar de mis escasas luces, tengo la sensación de escuchar a un profesor de doctorandos y superdotados, al que me gustaría ser capaz de entender cuando habla del miedo, de la muerte y del sufrimiento. De Dios y la verdad. Y se detiene uno con prudencia, pensando que, aunque no le conoce demasiado, Manolo Almagro podría polemizar con Sócrates en el ágora, con Cicerón en el Senado y hasta con Rubalcaba en el Congreso. Y me parece que tiene dolido el corazón de tanto amar, de entregarse tanto y de preguntarse tantas veces:
—Explícame, Señor, qué futuro me aguarda. ¿Será verdad aquello que aprendimos de pequeños?
¿Será verdad ‑pregunto‑ que allá, en lo más profundo del dolor, anida la esperanza? Me gustaría decirle ‑que de esas cosas algo sabe uno‑ que en la vida, igual que en el amor, no hay heridas que la amistad y el tiempo no sean capaces de cerrar.
Echa uno de menos los tiempos en el que el Rincón parecía una taberna de chatos y de tapas, donde de vez en cuando te servían un plato de morcilla picante o de patatas bravas que te quemaban el cielo de la boca y hasta el galillo. Maestro en estas lides era el amigo Mariano que no nació para pedir el voto, que eso se queda para los políticos, caciques y muñidores. Mariano no acaba de pasarse al otro lado, aunque a veces parezca que está a punto y nos lo recomiende a los demás. No le gusta vestirse de saco o de ceniza, en demanda de perdón; ni abrazar ni sonreír a las piadosas mujeres, por mucha devoción que le profesen. Mariano guarda los abrazos para su nieta, que es un ángel de niña, y en eso hace muy requetebién.
Sigo con Antonio Lara, que tiene la sencillez y la humildad del intelectual, y por eso no busca el reconocimiento y desprecia la adulación. Y es que la historia de la vida hay que escribirla en colaboración y mucho mejor desde la comprensión y la amistad. Sin plumazos. Como hace el amigo Pepe Aranda, que es generoso en todo: con su tiempo, su amistad, su experiencia, su palabra y su dinero. Generoso en todo menos en jactancia. Esa no se la regala a nadie ni es capaz de presumir de ella.
En la vida, ganar o perder, ser el primero o el último, son formas distintas de quedarse solo. A mí no me gustaría estar solo ni siquiera en el cielo. Lo realmente hermoso es encontrarnos todos con la palabra y con la pluma, aunque sea para seguir discutiendo cuáles son los mejores caminos que deben explorarse para llegar, y llegar a tiempo, a donde cada uno quiera ir. En eso ‑para que luego digan‑ me parezco bastante a mi tocayo Diego. Ni uno ni otro nos damos por vencidos. Con la que está cayendo. A pesar de saber que el corazón humano está lleno de paradojas y contradicciones, sigue empeñado, el hombre, en preguntarse si es posible la integración de las culturas. ¡Dios le bendiga!
Pienso que ya es hora de enviarle a José María estas cuatro líneas para el Rincón. A veces tengo dudas, porque Berzosa siempre anda viajando, enseñando, corrigiendo y publicando. ¿Cuántos miles de artículos han pasado por él? ¿Quién sería capaz de hacer lo que lleva haciendo a la perfección desde hace diez años? Se dice pronto: diez años manteniendo la página al día, con acierto esmero y corrección. Por eso hoy le digo:
—¡Señor Redactor Jefe: pare usted las máquinas! ¡Que paren las rotativas! Dedíquese a contar a sus nietos que en una cueva, en Belén, ha nacido un niño muy pobre y muy hermoso. Ayúdeles a adornar el árbol con bolas y cintas de colores. Enséñeles a colocar, con cuidado, la cueva, el molino, la nieve, los ángeles y los pastores. Cómpreles panderetas y zambombas. Coja usted la guitarra, siéntese con ellos junto al Belén y cante villancicos hasta que se caigan de sueño. Hoy no lea, no corrija, no publique. Que esperen los artículos. Nosotros estamos muy contentos de tenerle como Redactor Jefe. Diga a sus nietos que también ellos deben estar contentos, porque en el corazón del hombre vuelve a nacer tan blanca, como un copo de nieve, la flor de la esperanza. Hoy sólo tenemos que dar a cuatro columnas, una noticia, enorme, sencilla y delicada: Ha nacido, en Belén, el Hijo de Dios.
Barcelona, 25 de diciembre de 2010.

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