19-12‑2010.
DÍA 11 DE AGOSTO, MIÉRCOLES
Cuando me he levantado, sobre las siete y media, ya estaba Antonio leyendo en el patio y Patricio trajinando. Aurora también había madrugado para irse a su trabajo de voluntaria en la Cruz Roja y, poco más tarde, Patricia ya está trabajando como buena ama de casa.
Esperamos que Margui se levante y desayunamos todos juntos, pues sobre las once y media hemos quedado con el primo Joselillo, que se marchó anoche a su casa de Rochefort, para volver hoy a esta casa para visitar todos Île D’Oléron y su faro de Chassiron (Lumière D’Oléron). Echaremos el día completo fuera, pues comeremos allí donde vayamos. Al final, lo hicimos en Boyardville, pueblo donde nació la tía Paula y donde vivían sus padres.
Buena comida de mar en Boyardville.
Según nos cuentan, su padre fue albañil de profesión.
Ha amanecido chispeando y, por el contacto telefónico con Úbeda, sabemos que ayer tarde noche cayó una buena nubarrada, por lo que el ambiente allí está más fresco.
Aquí se ha nublado y está cayendo una fina agua. Cuando llegó Joselillo, ya habíamos acabado de desayunar nosotros tres, porque los de la casa comen o toman sólo un café y poco más. Nos hemos marchado con ambos coches, el de Patricio y el de Joselillo, con la misma distribución de ayer.
Hemos cogido los paraguas y rebecas o ropa, al menos Margui, Patricia y yo, pues el resto se ha ido en plan veraniego, a pesar de que parecía más bien una mañana de invierno con lluvia incluida. Por el camino, nos hemos vuelto a encontrar bouchon, cada dos por tres, y hemos tardado más de la cuenta en llegar al sitio en el que hemos comido, pues ya era hora de ello. Nos hemos visto negros para aparcar y allí nos hemos enterado de que sus abuelos ‑los padres de tía Paula‑ vivían aquí y tenían cinco hijos: dos hembras y tres varones; siendo la mayor, ella. Nos han invitado a comer en uno de los muchos restaurantes que por aquí abundan, con comida de mar que nos ha sabido a todos bien, regada con un vino muy exquisito de la zona D’Île. Cada uno pidió lo que prefirió de la carta, que mandaba elegir entre varios primeros y segundos. Después, pusieron el trocito de queso y, por último, el postre, apuntándonos la mayoría a la dama blanca; mientras que Antonio pidió una tarta de frutas del bosque, especialmente de frambuesa, que estaba muy buena.
Luego, tras un corto paseo por el puerto, nos metimos en los coches para ir a Chassiron, Lumière D’Oléron, donde también volvimos a encontrarnos con muchísimo bouchon y gente.
Antonio, Margui, Patricia, Patrice y Fernando ante el Faro D’Oléron.
Nos pusimos en una larga fila para acceder a la subida del faro y, mientras nuestros primos guardaban cola, nosotros estuvimos viendo los jardines de alrededor, hasta que nos tocó entrar. Sólo lo hicimos Patricio, Antonio, Margui y yo, puesto que mis dos primos habían subido muchas veces, ya que de pequeños los llevaba su padre muy a menudo y, por eso, no les apetecía hacerlo una vez más; así que se quedaron abajo, esperando que ascendiésemos los 174 escalones, hasta coronar la azotea del faro; que, por cierto, estaba abarrotada de gente, pues todos estábamos ávidos de ver y fotografiar las maravillosas panorámicas terrestres y marítimas que desde allí se divisan. Nos disputábamos los ángulos más idóneos para llevarnos en nuestras mentes y en nuestras cámaras digitales lo más bonito que pudiéramos atrapar. A todo fuimos invitados por los primos y, como en días anteriores, no nos dejaron pagar nada, pues querían enseñarnos esta amada región en la que viven, para que nos llevásemos una muy buena impresión: cosa que consiguieron plenamente.
A continuación, anduvimos por los alrededores del faro para acercarnos a la orilla de los acantilados, donde no hace mucho han puesto quitamiedos, y ver el bravío mar y los deteriorados refugios de la Segunda Guerra Mundial.
Después, visitamos varias tiendas, donde Antonio compró algunos regalos y mi prima Patricia unos caramelos dulces que, curiosamente, se hacen de sal y que están deliciosos. Al final, volvimos a coger el coche para visitar la ciudadela de la ciudad del Castillo D’Oléron, donde me ocurrió una anécdota que ahora puede resultar graciosa, pero que, mientras la estaba viviendo, no era tal.
Antonio sujetando el cielo de la Ciudadela D’Oléron.
Como la tituló Antonio, “La toilette asesina”, puesto que hay dentro de la ciudadela un par de servicios incrustados en un rincón del recinto y son superautomáticos. Tanto es así que, cuando entré a orinar, se me cerró la puerta, dando vueltas el picaporte sin que yo pudiera pararlo. Además, se me apagó la luz; por lo que, como estaba reventando, hube de vaciar la vejiga a oscuras; pero lo peor fue cuando quise salir y comprobé que no podía hacerlo. Sin luz y con la cisterna descargando fuertemente, me puse un tanto nervioso, por la claustrofobia que suponía estar allí encerrado en plena oscuridad. Margui me gritaba desde fuera que pulsara un botón que yo no veía, pues no había ninguna luz, hasta que por suerte, a tientas, acerté y pude salir, al fin, de ese recinto infernal… Creí, por momentos, ser un galeote encerrado en su galera, con la oscuridad y el desamparo por bandera…
Luego, ya más tranquilos, nos hicimos bastantes fotos y recorrimos todo el recinto, viendo a lo lejos unos burros, raros en esta zona, que sirven para dar una vuelta en ellos ‑pagando claro‑, así como las distintas y diferentes entradas con que ‑de forma concéntrica‑ está construida esta ciudadela por el arquitecto Vauban. También nos llamó la atención el cartel que ponía, en dos de sus cartelas del patio de armas, que un vándalo había arrancado la noche del 30 al 31 de julio las mencionadas cartelas ‑que están inscritas en francés‑, contando paso por paso la historia de este valioso y estratégico recinto militar, mandado construir por Colbert para la defensa contra los ingleses o la armada inglesa. Si el resto del recinto era gratuito, para entrar al polvorín se necesitaba entrada, que nosotros, por lo tarde que era, ni siquiera sacamos, pues con el largo paseo que nos dimos y el fresco de la tarde teníamos suficiente.
Dos aspectos de la Ciudadela D’Oléron.
Antes, saliendo del faro, perdimos el contacto ambos coches, pues siempre solemos ir uno detrás del otro, para volvernos a encontrar en las puertas de la ciudadela que pertenece al pueblo de Le Château D’Oléron, ya que había mucho tráfico; y además, para más inri, la ciudad estaba en ferias, con la complicación que ello conlleva, porque para llegar a la ciudadela había que dar un gran rodeo, sin poder pasar por las calles centrales, que estaban cortadas por los feriantes.
Después hemos llegado a casa, ya un tanto tarde, y mientras Patricia se ha puesto a calentar o terminar de hacer la cena, nos hemos plantado en más de las once de la noche por lo que, como siempre, hasta pasadas las doce de la noche no nos hemos podido ir a dormir, a pesar del cansancio acumulado que llevábamos todos, especialmente los conductores, y Patricia, al tener que cocinar. No ha podido faltar el vino. Por cierto, tanto Antonio como yo estamos bebiendo más variedad y cantidad de vino que nunca y no sé si en otro momento llegaremos a repetir la hazaña.
Ya andan todos acostados y yo, con tal de hacer tiempo para la digestión, he aprovechado para escribir esta memoria a vuela pluma, con el fin de que no se me borre lo más señero de este día.