El último indicio

30-11-2010.
Escrito en fase de maquetación y revisión ortográfica estaba el libro que hoy tienes en tus manos, cuando ha sucedido algo que, porque no acepto jamás la «casualidad», debo considerar como el último aldabonazo, la postrera llamada, el definitivo indicio que desde las alturas nos llega a la sociedad andujareña en orden a nuestro Símbolo Sagrado, la Virgen de la Cabeza: la aparición de un óleo, pintado en el año 1940 y firmado con la rúbrica de un tal Carbonell, que tuvo el pulso firme y el corazón limpio para escribir un mensaje en el mismo óleo, donde en el ángulo inferior izquierdo se puede leer «Acto heroico de ocultación de la Virgen de la Cabeza».

Todo ha ocurrido así… Como ha sucedido, os lo cuento simple y llanamente, sin más, porque el tema es tan mágico y crucial que tiempo habrá de profundizar en él, en tiempos venideros…
Visitaba yo a mi buen amigo y pariente, el médico y mecenas Antonio Crespo. La razón de mi visita no era otra que comunicarle que el libro, del que tantas veces le había hablado, ya estaba terminado y además que ya tenía título: Ángeles y demonios en el Santuario de la Virgen de la Cabeza.
Antonio, un hombre activo, polivalente y comprometido con el arte y la historia, tuvo la deferencia de hacer un breve paréntesis en su consulta privada, mientras me decía: «Ven, sube conmigo, que te voy a enseñar algo muy interesante y relacionado con tu libro».
Subimos por la escalera… A medio camino, Antonio descolgó de la pared izquierda de la escalinata de su casa‑mansión un óleo enmarcado en viejo, de los que se encuentran y compran en los rastros, con el lienzo oscurecido y algo deteriorado, pero que, nada más ponerlo en mis manos, ellas sintieron el fuego del misterio, y mis ojos casi se desorbitan.
Allí, frente a mi mirada, se manifestaba una posible solución del enigma de la Virgen de la Cabeza, a la vez que se abría un nuevo laberinto de preguntas sin respuesta por el momento…
En ese óleo, con unas dimensiones de cincuenta por cuarenta y seis cm, se pregonaba, a través de los pinceles, que la Vieja Imagen de la Cabeza había sido ocultada en una noche de fuego cruzado y lucha entre hermanos… En ese cuadro había, y hay, sombras y luces, dolor y esperanza, fuego y tinieblas, mensajes y ocultismo, tal y como yo había intentado transmitir a los lectores en el libro que andaba maquetándose.
Ocurría que allí, junto a una escalera de mármol de la Corredera de San Bartolomé, llevaba tiempo colgado el último grito, yo diría que la última señal que se le vuelve a dar al pueblo creyente de Andújar en busca de la solución al enigma de la Virgen de la Cabeza.
Si Paco Calzado hubiese tenido la suerte de contemplar este óleo, habría incluso alargado su vida, pidiendo tiempo a los cielos para profundizar en la obra; pero ha querido la causalidad que tal signo haya caído sobre las espaldas de este torpe investigador, vuestro amigo Pablo, tan alejado de legajos y archivos y tan cercano al verso y a la novela.
¿Podemos estar en el pórtico de una solución o ante una respuesta cercana al enigma? Sinceramente creo que estamos ante una nueva oportunidad.
¿Qué motivos tengo para transmitiros esta opinión? Son estos…
—El óleo está firmado por Carbonell en el año 40.
—El óleo, lejos de los usos y costumbres, tiene en el ángulo inferior izquierdo la siguiente leyenda: «Acto heroico de la ocultación de la Virgen de la Cabeza».
—Lo que en esta obra pictórica se contempla coincide con las declaraciones del guarda Porras; declaraciones que aquel superviviente hizo, en vida, a Paco Calzado.
—La topografía, la perspectiva y el ambiente dramático del óleo son coherentes con la descripción que de las últimas noches del “Asedio” hace julio de Urrutia en su obra El Cerro de los héroes.
—Carbonell, el autor del óleo, fue un alférez superviviente del «Asedio al Santuario», personaje que aparece en multitud de ocasiones en la literatura que se ha escrito sobre el hecho bélico, del que hay que significar que fue persona de total confianza del Capitán Cortés y que defendió, hasta el asalto final, el Santuario, en donde se encontraba con todos sus hijos y esposa, siendo encarcelado tras la rendición y excarcelado al advenir la victoria del 1 de abril de 1939.
Estos datos me dan razones y argumentos, que no dogmas, para opinar que la talla de la Virgen de la Cabeza fue escondida, por los defensores del Cabezo, en una loma o cerrete aledaño, durante una de las últimas noches de abril de 1937; y, en esta ocultación, hubo un pacto de silencio entre las tres personas que tomaron parte; personas que aparecen perfectamente en el óleo, en la siguiente postura: una, mirando atentamente hacia el suelo donde, a la luz de un farol, otra trata de enterrar la imagen; mientras que un tercero, con fusil en mano, anda centinela alerta, cara al Santuario, que arde en llamas bajo un terrible bombardeo de la artillería republicana. Es noche cerrada y, sobre la loma donde ocultan a la Virgen, hay una encina levemente encorvada y un roquedal donde el centinela apoya el fusil… ¡La escena casi me hizo caer de rodillas!
Permitidme que antes de cerrar esta nota adicional, de última hora, os apunte algo en lo que en tiempos próximos la sociedad de Andújar tendrá que hacer un esfuerzo de investigación; y, cuando digo sociedad, asumo el que en este tema no valen los protagonismos. Ese algo es un esfuerzo de investigación sobre el óleo y su autor, sus motivos y sus intenciones, su mensaje y la posible localización de las mágicas coordenadas donde duerme nuestro SUEÑO.
Ocurre que el tal Carbonell, autor de la pintura, es el alférez de la Guardia Civil, José Carbonell Herrera, uno de los heroicos supervivientes del “Asedio”; persona de total confianza del Capitán Cortés, por su lealtad; defensor hasta las últimas horas de la sección que se le había confiado, resultando milagrosamente ileso.
Creemos que es inconcebible que un guardia civil de honor intachable, cercano a los cincuenta años de edad en aquel infausto año de 1937, que había estado dispuesto a entregar su vida por unos ideales, y había resistido defendiendo su misión hasta el 1 de mayo del mismo año (acompañado de su mujer y de sus hijos, entre ellos el soldado topográfico José Carbonell, quien resultó herido de gravedad), intente luego, a través de un óleo, sembrar sombras sobre la desaparición de la imagen que le dio luz y protección en el Cabezo.
Es más creíble que, una vez salido de la cárcel, en abril de 1940, hallase la solución para transmitir, a las generaciones futuras, el acto heroico de la ocultación de la Virgen; y ello, sin romper el “pacto de silencio” que había hecho con el Capitán Cortés, pues tanto el Teniente Porto, como Cortés, habían muerto. Y la solución fue pintar en un óleo la ocultación.
¿Respetando el «pacto de silencio»?. Evidentemente, pues que sepamos, desde el año 1940 en que salió de la cárcel hasta el año 1976, en que José Carbonell murió en Villanueva y la Geltrú, provincia de Barcelona, nunca salió de sus labios la mágica historia de aquella noche en la que tomaron la decisión de ocultar la imagen.
Incluso, a su íntimo amigo, Julio de Urrutia, no se lo confiesa, como podemos comprobar si leemos de cabo a rabo y con atención el Cerro de los héroes, donde Julio de Urrutia cita, casi con veneración, el comportamiento guerrero e idealista de este hombre que, sin ser profesional de la pintura, legó de modo misterioso un nuevo milagro a las generaciones del siglo XXI.
Para aquellos que, en libertad, opinen que tal óleo pudiera ser un acto propagandístico de la epopeya del Santuario, le respondemos, también en libertad, que, consultados psicólogos especialistas sobre esta posibilidad, nos dicen que el perfil de este hombre no caería en ese pecado; antes al contrario, la fidelidad a una palabra la lleva a sus últimas consecuencias, creando esta obra pictórica, que aparece en su momento exacto, cuando la “Memoria histórica” debe ejercerse para los dos bandos: para Caín y Abel, hijos de una misma madre.
Tiempo tendremos de arrodillarnos sobre la tierra y abrir los ojos contra el cielo para que la sociedad andujareña intente con la fuerza de la fe y la virtud del perdón mutuo, mover la montaña donde se ocultó la “Imagen templaria” de la Virgen Negra y Hermosa de la Cabeza.
Mientras tanto, conformémonos con contemplar esta reproducción fotográfica del óleo de Carbonell y juntemos nuestros esfuerzos en pro de que se haga la luz sobre el Cabezo.
Esa luz nos alumbrará a todos, como nos alumbra, hoy, la nueva imagen de Navas Parejo, porque el símbolo de la madre, primigenio y esencial para la vida, siempre debe estar en lo más profundo de nuestros corazones, como en la más sagrada de nuestras montañas.
“Ave María de la Cabeza”.

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