Un comentario sobre «La familia de Pascual Duarte», y 2

Con estas dos coordenadas, Cela ‑o Pascual Duarte‑ nos introduce el tremendismo patológico de sus reacciones que, a veces, están a la altura del peor animal salvaje. La novela se publicó en 1942. La guerra civil española y su violencia están próximas aún. El autor coloca la historia narrativa hacia 1927. Es probable que haya alejado la fecha como recurso literario, para darle mayor veracidad y separarla del tiempo inmediato que acaba de conocer. Quizá sea buscar intenciones que ahora no se pueden pormenorizar ni, tampoco, afirmar con elementos válidos de criterio. Pero el cimiento que Cela utiliza en su novela podría estar en esa lejana ubicación temporal.

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Cuando es insensato negociar

17-09-2010.
¿Quién se ha creído que las enésimas sesiones actuales de negociación convocadas por Obama traerán la paz final entre israelitas y palestinos?
En el seno de la familia, como en la política o en las relaciones de trabajo, es bueno saber en qué casos y momentos hay que cortar en seco. No siempre se puede saber de inmediato. Y es necesaria una buena dosis de lucidez para saber cuándo es oportuno cortar. Las reflexiones que siguen pueden ahorrarnos tiempo y quizás decepciones y sinsabores.

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El internado, 6

15-09-2010.
Gregorio Alfaro Teruel nos narraba sus recuerdos como interno, que él titulaba “Recuerdos de un safista”:
Aparecían en el claro y diáfano horizonte de la sierra segureña las primeras nubes del otoño. Atrás quedaba el largo y nervioso verano de 1956 y con él una de las etapas más interesantes de mi vida. Se cerraba la puerta de mi escuela unitaria donde recibí cariño, comprensión, estímulo y aprecio de mis maestros y la amistad y compañía, siempre alegre y cercana, de mis compañeras y compañeros. Finalizaban mis caminatas diarias Valdemarín-Orcera, ida y vuelta, estudiar a la luz del candil, el trabajo del campo, la huerta, los animales… Cambiaría mi entorno bucólico y libre por los muros de un internado y el acatamiento de una férrea disciplina.

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La lucha por la permanencia. Don Diego Fernández, 3

14-09-2010.
Excusas que trataran de deportes, de teatro o actividades similares, estaban condenadas al más completo de los fracasos. Por un lado, si cometías el error de decir que no habías podido estudiar por culpa del entrenamiento de fútbol o baloncesto para el partido del domingo, el cero era inexorable. Por otro, si elegías la Literatura y le comentabas que el padre Gallego nos había pedido para el día siguiente un trabajo de García Lorca, te hacías también acreedor a un cero igualmente inapelable y fatal.

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Constancia de sus propias virtudes, 1

13-09-2010.
El hombre no siempre tiene constancia de sus propias virtudes. Me refiero al hombre verdaderamente virtuoso. Yo sí la tuve, a pesar de mi corta edad, de mi oscura belleza, y quise usar de ese conocimiento, porque la belleza, a veces, no es nada más que un esplendor esporádico que florece unos instantes, unas horas, o a lo sumo una estación; y otras, es como una floración sucesiva: la evolución de las formas del cuerpo, siguiendo o despreciando, según los casos, el embellecimiento o la degeneración del espíritu.

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La escuela de la ignorancia, 2

11-09-2010.
Así es cómo El Consumo pudo convertirse en lo que es actualmente en todas partes: una forma de vida completa ‑la obsesiva y patética búsqueda del disfrute siempre diferido del Objeto que falta‑, reivindicado como tal en la práctica y celebrado en la fantasía como una contracultura emancipadora: ¡Todo y ahora mismo! ¡Considerad vuestros deseos como realidades! ¡Gozad sin límites y vivid sin tiempos muertos! Que le ha venido como anillo al dedo a todas las agencias de marketing. Es así cómo los grandes depredadores de la industria, los medios y las finanzas con la complicidad de sus instituciones internacionales y colaborando todas las clases políticas occidentales pretenden construir una cibersociedad de síntesis, cuyo mandamiento único sería: Dejar hacer, dejar pasar.

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Y un burro también

10-09-2010.
Ya de adulto, de nuevo me mordió otro animal. Esta vez fue un burro, y en el mismo camino en el que lo hizo el perro: en el Camino del Regajo.
Había comprado un olivar y, un día de primavera muy soleado, ya algo caluroso me dirigí allí. Pasé San Antonio y el sitio en que de niño me mordió el perro de mi anterior narración y me acordé de aquel momento.
Enfilé hasta la consultora, bajé el pedregoso camino y vi el olivar que mi padre tuvo arrendado. Bebí agua en un calzadizo que había en el camino, que se veía manar de la tierra y que, en los años de abundantes lluvias, solía aparecer.

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