Todos al poder

30-09-2010.
Tal es el estado de democratización en nuestra patria, que se ha llegado al máximo del mismo: la real posibilidad de que todos, sí, todos y cada uno de nosotros lleguemos al poder. Podremos llegar a ser ministros y hasta presidentes del gobierno. Sí, podemos.
Al revés que en la Iglesia Católica, en donde se nos dice que nada impide que cualquier fiel pudiera ser nombrado Papa y sabemos que ello es del todo si no imposible sobre la letra sí que sobre le realidad corriente, acá en lo político y en nuestra nación ya vamos haciendo más que posible, real y palpable lo de que cualquier ciudadano pueda llegar hasta los escalones más altos. Históricamente (y en todo el mundo) se dieron demasiados ejemplos de ello. ¿Habría que recordarlos?

A nuestras alcaldías han trepado personajes de feria, espantajos fantasmales, charlatanes de la venta de las mantas y el regalo del peine, ladrones de cara muy dura, unos de guante blanco y otros de trabuco, vividores del erario público, analfabetos funcionales o totales, y no sigo que los vais a conocer a todos. Desde las mismas se han aupado también a otros estamentos de más alcurnia.
Los que no han pasado por los gobiernos municipales es que ya sus partidos políticos, o los que ellos mismos fundaran, se han encargado de catapultarlos directamente a los diversos parlamentos, incluidas las Cortes nacionales. Siendo igual de trapisondistas que los anteriores, o más. O de una ineptitud y un vasallaje, ante sus ponentes, más que manifiestos.
Pero todos, oigan, todos se han cuidado muy mucho de que las leyes siempre estén a su favor; siempre los protejan y encubran no sólo en sus cometidos y acciones realmente políticas (lo cual hasta podría ser razonable), sino en cualquiera de sus actividades civiles más o menos lícitas. Y, por facilitarse, que no quede. Que primero es la pela y su aseguramiento por los supuestos servicios prestados y luego las demás leyes aplicadas al común, que no trabaja tanto por la patria.
Que no es, ni era, ni será ese el camino, siempre se ha advertido, con más o menos elevada voz y desde medios y personas que merecerían haber sido oídas. Pero que no, que son cosas del no entenderlos, se ve, de que no son comprendidos, de que no se conocen sus trabajos y labores ímprobos. Si así fuese, si de verdad es que su trabajo, tan necesario por otro lado, no es conocido o comprendido, habrán de ser ellos mismos quienes tengan la culpa de tales desconocimientos, pues ni se explicaron ni se explican… ¿O será que en realidad no pueden hacerlo?
Lo que sí que existe es un cansancio enorme de la población, un desencanto y apatía total, frente a la clase política: desprestigio. Digámoslo con la palabra apropiada. No nos extrañaremos, por lo tanto, de que, visto lo visto (de quienes han llegado a los cargos, a ciertos cargos), se crea el personal que todo el monte es orégano y que cualquiera puede ser alguien en esta vida.
En mis años periodísticos, una vez pregunté a un candidato a concejal cuál sería el puesto que ocupase.
—Cualquiera —me contestó el bendito—.
De lo cual deduje que el sujeto era un inútil y se creía servir tanto para un roto como para un descosido. Pues así, con más de uno y una; que tener ciertos conocimientos, cierta base cultural, experiencia y carácter para organizar y mandar en la parcela asignada (no se diga si debiesen tener la aquiescencia de sus compañeros de partido) y no sólo ser el mejor pelota del jefe o marcar chulería o tipito, parecen ser suficientes avales para optar a cargos y mandos.
Y si se chilla y vocifera, como la Esteban, no digan si no tienen el pedigrí necesario, que ya se anuncia por ahí que sería la tercera fuerza política nacional… ¡Qué fuerte, tío!

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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