Inalienables derechos del paciente a la información y a la codecisión

24-09-2010.
Acabo de conocer el caso de una señora de alto nivel de formación, ya entrada en los setenta, a la que ha tratado con arrogancia increíble un joven doctor, negándose a informarla e impidiendo así que pueda participar en las decisiones terapéuticas que le conciernen. No entraré en los detalles, porque no es el caso.

Contra esta trasgresión, que está muy lejos de ser caso único, me sublevo y me rebelo con indignación. Estas trasgresiones de los derechos individuales me parecen muy graves y el denunciarlas es más urgente que las trasgresiones de los derechos políticos. A la señora que menciono, ¿qué más le da que sea Zapatero, Sarkozy o Berlusconi el que gobierna el país? Lo que le importa ahora, más que todo, es que el médico la atienda como a una persona cultivada que es y que se respeten sus derechos fundamentales.
El derecho a la información y a la codecisión pertenece al enfermo, respaldado ética y jurídicamente por un contrato implícito entre paciente y médico. Y, antes que nada, es un derecho que emana de la dignidad de la persona humana. Porque el paciente que acude al médico no trae un automóvil que reparar, sino que trae su cuerpo, su vida.
Al médico se le exige más que a un técnico. Se deposita en él una confianza última, al ponerse enteramente en sus manos. Pero que no pidan los médicos fe absoluta en todas las circunstancias. Sabemos de sobra que la medicina, a fin de cuentas, perderá todas las batallas. Así ha de ser. La ciencia médica tiene unos límites que los médicos verdaderamente sabios conocen y reconocen.
La tentación del poder
En la labor técnica del médico frente a su paciente hay que distinguir dos aspectos. El más evidente es el que deriva de los conocimientos específicos de la ciencia médica. Pero hay otro trabajo intelectual que lógicamente le precede, y es el proceso metodológico que gobierna las fases de diagnóstico y de prescripción terapéutica. Esa fase tan importante no es específica, ni mucho menos, de la práctica médica. Se trata de un proceso de resolución de problemas que, por muy esencial que sea en el diagnóstico y en la terapia médica, lo hallaríamos también ‑exactamente el mismo‑ en otras profesiones. El hecho de que existan personas que saben enfocar y buscar soluciones tan bien como los médicos, justifica ampliamente su participación a un proceso que tan de cerca les concierne. Participación, o mejor dicho, codecisión entre el médico y un paciente cualquiera, con tal de que por teoría y por experiencia esté capacitado y lo desee. (Entiendo por codecisión ‘decisión conjunta entre médico y paciente, no sólo puntual para descargarse de responsabilidades a la hora de una operación quirúrgica, sino permanente a lo largo de las fases del proceso clínico’).
Condiciones previas para la codecisión
Las condiciones previas son:
Primero. Que el paciente disponga de las informaciones que vayan apareciendo a través de la exploración, análisis y pruebas relativas a su caso. Sin esas informaciones, no podría participar. Y que quede claro que nadie tiene más derecho que el paciente a la información sobre su propio cuerpo. Una información que, además, paga.
Segundo. Se trata de una exigencia, de un requisito, que el paciente disponga de los elementos de formación suficiente para desenvolverse en la semántica médica. Es frecuentemente el caso, gracias, entre otros, a internet y a una difusión mayor de los conocimientos médicos entre personas de cierto nivel cultural.
Miedo a la claridad
Lo más importante que se ha de apuntar aquí es que hay médicos que temen que se les pueda enjuiciar en su real valor profesional. Para evitarlo, envuelven conscientemente sus palabras en el misterio de una terminología oscura. (¡Y qué satisfacción, para algún histérico paciente, la de padecer una dolencia con un nombre exótico, en consonancia anglosajona o tal vez griega!). Otra maniobra con la que se protegen algunos médicos es la de crear distancias. Para ello, interponen al paciente barreras de enfermeras jefes y subjefes, secretarias y ayudantes. Misterio y distancia son dos viejas artimañas, empleadas por la alta dirección de las empresas en las relaciones con sus subordinados. Un fenómeno que se está extendiendo en el mundo de la medicina, paralelamente a la tecnificación, cuando debiera ser al revés. Debiera haber más tiempo para ocuparse de la dimensión humana en la tarea.
Pero ese fenómeno del alejamiento entre médico y paciente no tiene nada de extraño. La medicina está corriendo el peligro de dejar de ser una vocación para convertirse en una empresa, en un comercio. Un comercio en el que demasiado frecuentemente se vende aire. Esa es la verdad. Por más que seamos infinitos los ex pacientes agradecidos a nuestros amigos médicos y a la medicina contemporánea. Una ciencia que tanto debe ‑todo hay que decirlo‑ al generoso y nunca bien remunerado trabajo de hombres de ciencia, en campos como la biología y la física.
El maldito dinero
Muchos médicos no informan al paciente, o no lo informan suficientemente, porque compartir información y explicar las decisiones toma tiempo, y ellos no pueden perder tiempo. Nunca más verdad aquello de que «Time is money». En esta profesión médica, como en otras, el dinero está socavando valores, carcomiendo las profesiones. No hay justificación económica posible para que algunos profesionales de la medicina ganen miles de dólares por hora. Frecuente, amigo lector. (Ni que fueran prostitutas o futbolistas). Ni hoy tampoco se justifica que midan y escatimen, por razones de tiempo ‑léase de dinero‑, las explicaciones debidas y la motivación al paciente para que siga la terapia que se le propone. Hay que explicar, porque, finalmente, eso de la infalibilidad solo sirve para la gente con fe de carboneros. Y exigir una fe ciega es arrogancia estúpida e infundada. Y falta de respeto a las personas.
Precisiones finales
Un deber de justicia es poner las cosas en su punto y evitar generalizaciones.
El paciente de que hablo es una persona excepcionalmente cultivada e inteligente, pero en situación de inferioridad a causa de sus dolencias.
El médico al que me refiero, pequeño dios de una clínica, es un personaje excepcionalmente arrogante. Luego, probablemente, poco inteligente.
Pero hay un gran “pero”. Ni todos los pacientes cumplen las condiciones requeridas para entrar en un proceso de codecisión plena, ni todos los médicos son arrogantes.
Lo grave es que estas situaciones de violación de derechos elementales lleguen a poderse producir. Algo falla o falta en los contrapoderes sociales.
Porque no hay que olvidar que las tentaciones del poder y del dinero son tan difícilmente resistibles como el apetito sexual.

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