Nuevo encuentro de los Sánchez Cortés en Francia, 1

22‑09‑2010.
De pensar que podíamos coger un autobús –o dos‑ para Francia a ir nosotros tres solos –Margui junior, Antonio y yo– va un pico; pero así es la vida y los proyectos salen o se ejecutan gracias a la interrelación de muchas variables.
Estábamos todo ilusionados y contentos de ver que se iba acercando el tiempo de marchar a Francia y, mira por dónde, después de las advertencias hechas a los respectivos abuelitos de uno y otro lado para que no se pusiesen enfermos, va Margui junior, cuatro días antes de la partida, y se pone para morirse, a las tres de la mañana del martes 3 de agosto, con una gastroenteritis en toda regla. Menos mal que al final todo se ha solucionado y el viernes día 6, ya recuperada, se ha incorporado al trabajo.

DÍA 6 DE AGOSTO, VIERNES
Ha llegado el día D. Margui marcha muy temprano, como siempre –a las seis y media de la madrugada‑, para Jaén, mientras yo quedo encargado de terminar los últimos flecos del viaje: sacar dinero, llenar el depósito del coche de gasóleo, revisar las ruedas y colocar la excesiva carga que el coche nuevo tendrá que soportar.
Como en familia, con Mónica y Margui madre. Pronto –a eso de las dos menos veinte‑ llega la hora H de marchar a Jaén para recoger a Margui y Antonio, que allí nos aguardan para comenzar el viaje, pues pensamos que es mejor irnos desde Jaén, ya que se pierde menos tiempo. Ella ha pedido –por booking ‘reserva’, en el Hotel Isabel de Briviesca, provincia de Burgos– pasar esta noche allí, con el fin de que el viaje no se nos haga demasiado cansado y tedioso. Nos parece excesivo presentarnos en Burdeos de una tacada, ya que no tendríamos tiempo material de hacerlo, pues llegaríamos a altas horas de la madrugada; y no íbamos a tener a Stéphane y Christel esperándonos…
Cuando entro en Jaén, a eso de las tres menos cuarto de la tarde, compruebo que está peor aún que las veces anteriores, pues las obras van más avanzadas y complican sobremanera el tráfico. Todo por el caprichito, de los políticos de turno, de dotar de un tranvía a esta pequeña ciudad que, la verdad, no tiene distancias para ello y, además, que por su orografía y dimensiones, creo yo, necesita otro tipo de transporte. Todo sea por el prurito de decir «Esto lo he hecho yo», aun a costa de gastar mucho dinero del contribuyente…
Allí los recojo: a Margui en la puerta del Museo y a Antonio, que estaba comiendo en el restaurante de la estación de autobuses, en la Plaza de las Batallas. Como llevamos tanto equipaje, Antonio no tiene más remedio que meter su maleta al lado de su asiento y así poder ir dormitando gran parte del tiempo, pues le pasa como a los niños chicos, que es montarse en el coche y con el “meneíllo” se duerme, si no lo lleva claro.
Yo sigo conduciendo sin novedad hasta Seseña, provincia de Madrid. Desde aquí, ella conduce por el tramo más difícil –que atraviesa la capital de España, con sus diferentes “emes” que la circunvalan‑, hasta pasados unos sesenta kilómetros en que Antonio toma el relevo y nos trae hasta Briviesca, capital de la Bureba, donde ahora nos encontramos.
Margui ante la iglesia de San Martín.
En el hotel nos dan, en un post‑it, el número clave de la puerta de acceso, por si volvemos más tarde de las doce de la noche: 1321. Damos una pequeña vuelta por esta población hermanada con Santa Fe de Granada que, según nos apunta Antonio, tiene la misma torre en la Plaza Mayor. Nos enteramos de que es una ciudad cruce de dos calzadas romanas y comemos en el Restaurante Callemayor, ya a una hora tardía: las once de la noche. Tenemos suerte que quieran hacerlo, pues la verdad es que ya no es hora.
Nada más bajarnos del coche notamos que estamos en otras latitudes y el frío rasca un poquito, aunque para Antonio sea la gloria; sin embargo, para Margui y para el que esto escribe es la excusa perfecta para coger las rebecas.
Dormimos bien la noche, pues estamos muy cansados. A las cuatro de la mañana me levanto al servicio y oigo las cuatro campanadas de un reloj cercano que me aclaran la hora en que me encuentro. Sobre las ocho nos levantamos todos, pues hemos puesto el despertador del móvil para no partir muy tarde, ya que nos queda un largo trecho hasta llegar a Burdeos.
Margui y Fernando en la Plaza Mayor de Briviesca.
Nos aseamos y bajamos a desayunar a la cafetería del hotel, que nos sabe bien, aunque un tanto escaso. Luego nos damos una pequeña vuelta por la ciudad con el fin de echar algunas fotos para el recuerdo. Visitamos lo más señero: Plaza Mayor e Iglesia de San Martín, donde se está celebrando la Santa Misa. No podemos verla detenidamente, pero le echamos un vistazo que en verdad nos impresiona. Como llevamos dos cámaras de fotos digitales, la de Margui y la de Antonio, que va a estrenarse, hacemos uso de ambas.
Nos acordamos de que, anoche, la cena fue un tanto cara: 51,60 euros; pero la verdad es que estaba exquisita. Antonio piensa poner un fondo de 100 euros juntamente con los 100 míos para, cuando se gaste, volver a reponerlo con el fin de que nos repartamos los gastos entre los dos hombres, sin que la mujer del grupo pague nada, como fieles y antiguos caballeros andantes. Buena idea…
Llamo a mi padre por la mañana, sobre las nueve y media, y compruebo que se encuentra, como cada sábado alterno, de ayudante de “lavancia” y le cuento cómo estamos. Me sorprende con su forma de ir acompañándonos en el viaje, mediante la consulta a la enciclopedia que tiene en casa, leyendo diariamente por dónde vamos cual si fuera el jefe de un puesto militar de las guerras que nos relatan en las películas, pues va siguiendo en su mapa mental nuestro recorrido… También anoche, nada más llegar, hablamos por teléfono con la madre de nuestra casa y con ambas casas de los abuelitos para tranquilizarlos de que habíamos llegado bien.
El día ha sido caluroso y soleado, aunque ha imperado en todo el viaje el astro rey, que ha comandado todo el horizonte cual fiel capitán que pretende ganar siempre la batalla en este tórrido mes de agosto.

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