El internado, 3

14-07-2010.
Primavera-verano de 1954
Con el buen tiempo, el patio de recreo se convertía en el escenario que nos proporcionaba los mejores ratos. De todos los juegos que realizábamos, me apasionaba uno: el de “las banderas”. Requería destreza, agilidad y mucha velocidad corriendo. Jugaban dos equipos; sus jugadores se distinguían porque los de uno llevaban una banda de color amarillo en la cintura y los del otro, de color rojo.

Los componentes de cada equipo cuidaban de que su bandera no fuera robada, a la vez que intentaban arrebatar la bandera del otro equipo. Los banderines estaban colocados en un agujero que se había hecho en un trozo de tronco ancho de árbol. A través de este y otros juegos, la relaciones se iban estrechando y nacían buenas amistades, a la vez que se forjaban los alumnos que serían líderes en el grupo, que muchas veces no coincidían con los empollones de la clase. Estos líderes solían ser alumnos mayores. Yo llegué a sentir auténtica adoración por Manuel Gaitán: era difícil de superar en rapidez y estrategia.
A mí empezó a interesarme ya el puesto de la portería en el fútbol y balonmano. Muchos de los alumnos mayores, de entre sus admiradores pequeños de primaria, tenían alguno más preferido, al que encandilaban y con el que pasaban largos ratos charlando al caer la tarde, mientras que en el patio esperábamos la hora de la cena. Algo parecido ocurría entre algunos profesores y educadores. Tenían también algunos alumnos favoritos a los que dispensaban un trato especial, invitándolos incluso a su cuarto personal, algo poco usual. Este hecho ha sido una característica bastante frecuente en los internados, como quiso dejar reflejado Almodóvar en su última película: La mala educación.
Otro recuerdo agradable de los días primaverales es el de las excursiones que nos organizaban para visitar parajes rurales cercanos, ricos en vegetación, en paisaje y amplios, donde respirábamos aires de libertad. El hecho de salir del edificio colegial ya era una gran fiesta, aunque el transporte se hiciera en camiones destartalados y la vuelta nos la pasáramos vomitando hasta las entrañas por la “hartá” de madroños tragados. Y una mención especial requiere el viaje que nos llevó también en camiones, hasta El Puerto de Santa María. Allí estuvimos varios días en una residencia de los jesuitas, junto a la plaza de toros. Fue la primera vez que la mayoría de niños veíamos el mar. Algunos días, las olas se levantaban por encima de los tres metros. Era impresionante. Allí aprendí de una forma espontánea y natural, sin miedo, a pelear con el agua y a mantenerme a flote. Nos llevaron a visitar poblaciones cercanas, importantes bodegas de vino, algún barco de guerra y muchas cosas más. Todo un mundo maravilloso para nosotros. De este viaje conservo una foto en la que posamos en la playa Miguel Cano, Antonio Lozano y yo con unos bañadores que, vistos ahora, provocan una sonora carcajada.
Esto han sido sólo unas pinceladas sobre unos años que con sus luces y sombras conformaron nuestra personalidad y marcaron nuestro estilo de vida, no sólo a nosotros, sino también a los que de la mano nos han acompañado y han compartido algo de nuestra vida, tanto en el ámbito afectivo, como en el profesional.
No he hecho por supuesto, ninguna referencia a mis años de internado en Úbeda, que fueron tan trascendentales o más que los vividos en Villanueva.
Es mucho lo que le debo a mis compañeros de internado. Prácticamente lo que soy y he conseguido, pero el precio pagado ha sido también elevado: desvinculación del hogar familiar, con las secuelas de tipo afectivo que conlleva, alto nivel de autoexigencia y alto rasero para medir la actuación y comportamiento de los demás; conciencia con un componente alto de acento religioso; privación de la libertad que gozaban los niños del pueblo no internos para hacer de la calle su feudo, inventando mil juegos, maquinando divertidas travesuras y apostando a ser héroes para ganarse la admiración de las niñas, de la forma más natural, y jugar a coquetear con ellas sin miedo ni remordimientos de hacer algo prohibido.
¡Qué difícil fue luego desprenderse de algunos de estos envoltorios y… nunca se consiguió del todo!

Deja una respuesta