06-07-2010.
Ante casos concretos y con miembros de la familia, con los amigos, en los negocios, ¿qué actitud de principio mantener? ¿La del perdón, la bondad, la empatía, o la de la firmeza y el despliegue del poder y la fuerza que se tenga?
Argumento práctico en favor de la estrategia de la bondad: más se consigue con una gota de miel que con un barril de hiel.
Argumento más metafísico en favor de la estrategia del poder: la ineluctable e inmisericorde ley de lucha en la vida. Como decía Nietzsche, haciendo la apología de poder: «Cada vez que encuentro la vida, encuentro una voluntad de poder».
EFICACIA VERSUS ÉTICA
¿Qué es más eficaz en las relaciones entre personas, la empatía o la fuerza del poder?
Se dirá con razón: «La eficacia es una cosa, la ética otra».
Conocemos a personas para las que solo la eficacia cuenta; y hasta puede que nos hayamos cruzado con alguna que otra rara avis para quien de verdad, y no de palabra, solo la ética cuente.
La pregunta de hoy es si tiene sentido asumir una regla general de vida. Una tal actitud, una metaestrategia, es la del Sermón de la Montaña, el mensaje cristiano del amor universal. No el ojo por ojo y el diente por diente, sino ofrecer la otra mejilla al que te abofetea.
¿La empatía puede ser regla de vida? En nuestro tiempo, hemos elevado al estatuto de héroes de ejemplaridad universal a personas como Gandhi o la Madre Teresa.
En el plano de la teoría, pocos admitirían el poder como regla general de comportamiento. Nadie va a considerar como universalmente ejemplares a hombres que han ejercitado el poder como Napoleón, y menos aún a Hitler o Stalin. Ni siquiera a Henry Ford. Pero cunde mucha hipocresía. Detrás de muchas ventanillas, debajo de muchas togas, uniformes y batas blancas, laten dictadorzuelos en potencia.
Las formas bastardas del amor
La tan limpia noción de amor cristiano y de bondad es como el cristal: se empaña fácilmente.
No se la debe confundir con las actitudes de paños calientes para actitudes paternalistas o babosas.
La bondad no puede ser un fácil camuflaje para la cobardía. Hay gente que no es mala, porque serlo no está a su alcance. Hay que tener un cierto grado de inteligencia y de coraje para jugar a ser duro.
La bondad puede también ser un tapujo para la pereza. Una forma barata de no comprometerse con la vida.
(Una curiosidad lingüística: la palabra pánfilo viene de los términos griegos pan y filos, ‘a todos querer’. La sabiduría popular la ha hecho deslizarse semánticamente a ‘bobo bondadoso’).
Es absolutamente importante dejar bien claro que esas formas bastardas de bondad, mal comprendida, no permiten avanzar en la vida.
Estoy pensando en el dicho americano: getting things done, ‘que las cosas lleguen a hacerse’. Cualquiera que haya ejercido responsabilidades en la empresa o en las instituciones verá de lo que hablo. Una persona responsable no puede permitirse ‑ni permitir a otros‑ debilidades ni desidia, si se han alcanzar los cometidos razonables en la sociedad, en la empresa y hasta en el seno mismo de la familia.
Repetiré yo aquí, como tantos otros, la manoseada cita de Heráclito: «La guerra es el padre de todas cosas».
Distinguiendo
Los comportamientos de bondad y poder ¿son siempre compaginables en la práctica? ¿Pueden darse juntos en la relación entre personas?
Habrá quien responda: «En unas circunstancias, lo adecuado es la bondad; y en otras, la fuerza».
Para responder, quizás haya que considerar, por un lado, las negociaciones comerciales o políticas; y, por otro, las interacciones personales en el círculo familiar y social.
Y habrá tal vez que distinguir también entre la moral del individuo y la moral de las colectividades.
Conclusiones provisionales
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Adoptar como posición de vida la ley cristiana del amor es claramente no pertinente en determinadas ocasiones. Por ejemplo, ante el malintencionado, ante la persona de mala fe. Entonces no sirve el clavel contra el fusil.
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El panorama interior de las empresas y sus redes de relaciones entre colaboradores nunca ha sido tan degradado y tan tenso como lo es hoy. Muchos piensan que es efecto de la ley de la fuerza, predicada por las Escuelas de Business Administration americanas y difundida en la empresa por los consultores del mismo origen.
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Un cierto grado de altruismo es necesario hasta en la empresa, aunque solo sea para que las relaciones sean fluidas y, eficaz, la necesaria colaboración.
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Ya se sabe: el amor desinteresado de los padres es una precondición indispensable para la continuación de la vida; para que el planeta tierra siga girando en torno a sí mismo.
Por consiguiente…
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No se puede preconizar o prescribir el amor o la fuerza como regla de vida con valor absoluto para todo el mundo.
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Nadie tiene derecho a ejercer el poder sin cortapisas. Por el contrario, cada uno tiene derecho a optar por la generosidad sin medida ‑la más alta elegancia del espíritu‑, sin que por ello se le tache de imbécil.
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El término empatía me parece más adecuado que el de bondad o amor.
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La noción de empatía acepta más fácilmente entrar en coalición con la de energía; noción más suave que la de ejercicio del poder.
ELEGANCIA Y JUEGO LIMPIO
Yo estoy por el fair play inglés. No es un concepto tan radical como el del amor cristiano o el del ejercicio del poder sin frenos éticos. Es una posición más moderada, más realista. Es un concepto deportivo de la vida en la sociedad. Una forma de aristocracia del espíritu.
El juego limpio excluye la malicia, pero acepta la obligada competencia, al mismo tiempo que exige el respeto de las reglas del juego. Ganar a otro según las reglas es legítimo, incluso en el boxeo ‑aunque los golpes no sean precisamente manifestaciones de bondad‑. Pero aplastar sin misericordia al enemigo es disgusting, inelegante y, por consiguiente, inaceptable.
¿Cómo podría alguien no estar de acuerdo con esta noción de juego limpio? Argumentarían algunos que la vida no es un juego. Precisamente, lo es en última instancia. La idea de juego conlleva un concepto metafísico de la existencia, una suerte de cinismo, una relativización de los valores efímeros. Implica un sabio distanciamiento de las cosas que, además, es muy útil para jugar racionalmente, sin dejarse llevar por emociones malsanas y contraproductivas para obtener resultados.
La elegancia espiritual de jugar siempre limpio puede ser un ideal de vida, no tan extremista o utópico como la bondad universal o la lucha sin límites por el poder. Es más moderado, más realista; más inglés, también. Y es que nosotros, los europeos del sur, fácilmente nos revestimos de coraza y casco, y empuñamos la lanza quijotesca para defender las grandes nociones abstractas de justicia, amor al prójimo y caridad. Pero que quede claro: esas sublimes actitudes las guardamos sobre todo para la teoría. Porque los criterios que gobiernan nuestra práctica del cada día no son tan gloriosos. De ahí una esquizofrenia radical en la estructura mental del homo ibericus.
Me quedo con un modesto fair play, definitivamente, aunque sea british.