Miguel Damas Hidalgo. Un alumno diferente, 3

16-06-2010.
Era el único alumno del curso con un buen nivel de mecanografía. Él, que sabía perfectamente buscar la rentabilidad y el provecho de cada una de sus habilidades, quiso también rentabilizar esta faceta.

En una ocasión, el padre Gallego, inspector y profesor de Literatura, pensó en organizar la lectura de una obra de teatro en el instituto de Úbeda, a la que asistiría toda la joven beautiful people femenina ubetense. Nosotros, que ya más o menos contábamos con la admiración y el embobamiento de alguna de aquellas damitas, aceptamos la idea con satisfacción y entusiasmo, poniéndonos a las órdenes del cura para todo lo que gustase mandar.
El padre Julio Gallego adaptó, censuró, mutiló y suprimió párrafos y escenas. Finalmente, una vez conseguido el níhil óbstat del padre Rector, se anunció que, en el Instituto de Enseñanza Media de Úbeda, tendría lugar un Teatro Fórum con la lectura de la obra La muerte de un viajante de Arthur Müller, por el cuadro de actores de la Safa.
Estas iniciativas se acogían con gran interés. En la preparación, participaba prácticamente todo el curso: unos como actores; otros ‑como Cano Chinchilla‑ pintando los carteles de publicidad que se exponían en los principales comercios de la ciudad; el resto, colaborando en la decoración y en todo lo necesario para asegurar el éxito de la representación y de paso perderse alguna que obra clase de Literatura.
El padre Gallego, como era lógico, llamó a Miguel Damas, destacado mecanógrafo, para encargarle pasar a máquina los papeles de los personajes de la obra. Este, que nunca daba puntada sin hilo, entre bromas y sonrisas contestó:
—Padre, lo malo es que mientras paso a máquina los papeles de los artistas, no puedo estudiar Literatura. O zea que zi quiere que paze a máquina los papeles, ya zabe lo que le quiero decir.
Después de aquello, Miguel se confió. El padre, que no era fácil de manipular ni se compraba barato, lógicamente no le contestó. Al parecer, en el examen de aquel mes, Miguelín no se distinguió por su especial brillantez, y el cura, sin tener en cuenta los méritos del mecanógrafo, le encasquetó un suspenso. Él, que como mínimo se esperaba un notable, no en base a los conocimientos demostrados en el examen sino como pago al trabajo realizado, pilló un mosqueo de consideración. Juró que nunca más se fiaría de las promesas del cura y a nosotros, desde aquel día, nos subió las tarifas de los apuntes de Filosofía y Dogma, que eran los más extensos y los que tenían más demanda.
La censura había dejado en la obra sólo un personaje femenino: Linda, esposa de Willy Loman, que era el protagonista. Para interpretarlo, invitamos a Maribel Coto, locutora de Radio Úbeda e hija de un profesor del colegio, que bordó el papel. En la escena final ante la tumba de Willy, leyendo aquel monólogo inolvidable, la voz de Maribel se quebró. A las jovencitas del público se les hizo un nudo en sus delicadas gargantas y, tras un parpadeo, tenue y maravilloso como el vuelo de una mariposa, algunos de los ojos más hermosos que he visto en mi vida se llenaron de lluvia limpia de primavera.
Lectura de La muerte de un viajante.
Damas tenía la seguridad de la gente honorable y la astucia del pilluelo. Una tarde, al entrar en un bar en busca de un vinillo garrafero, al fondo de la barra, solo como casi siempre, estaba don Isaac Melgosa. Inmediatamente, nos dimos la vuelta, dispuestos a alejarnos de allí a la mayor velocidad posible. Pocos años antes, la entrada en los bares estuvo muy mal vista y la sanción podía llegar a ser gravísima. Él, sin amilanarse en modo alguno, tomo las riendas de la situación y con total y absoluto dominio de la misma, nos convenció con dos palabras para que continuáramos en el bar. Pidió un “pesetero” para cada uno de nosotros y luego, con educación exquisita, dijo al camarero:
—Al señor del fondo de la barra no le cobre. Le invito yo.
¡El delirio!
Desde aquella tarde, iniciamos una relación nueva y diferente de auténtica amistad con don Isaac, de la que pocos cursos habrán gozado. A partir de entonces, “El Viejo” buscaba nuestra compañía a la hora de salir y nosotros disfrutábamos con él, escuchando sus anécdotas, sus consejos y sus recomendaciones, mientras tomábamos unos vinos, que casi siempre pagaba, y fumábamos un cigarrillo que nos sabía a gloria.
He sabido después que a algunos compañeros del curso, al pasar por la puerta del bar, les molestaba vernos charlando con él, porque pensaban que el trato a la hora de la exigencia y de las clases sería diferente. Seguramente tenían razón y yo en su caso hubiera pensado lo mismo. Pero para nosotros, contar con el afecto y la amistad de una persona de su nivel cultural e intelectual, hablar con él como con un verdadero amigo, opinar de todo aquello que nos interesaba, chicas, religión, política, educación, planes de futuro, inquietudes, familia, etc., escuchar sus puntos de vista y sus opiniones, con las que no siempre estábamos de acuerdo, realmente suponía un auténtico lujo y privilegio.

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