Sobre el aborto

20-04-2010.

José Antonio Díez Fernández disertó sobre el aborto, en una conferencia celebrada en el centro cultural “Guadalmena”.

Díez Fernández es doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Tiene a su cargo la Coordinación General de la Asociación Nacional para Defensa de la Objeción de Conciencia (ANDOC), materia sobre la que lleva editadas varias publicaciones, entre las que cabe destacar “Comités Nacionales de Bioética” y “Libertad y Conciencia en las Profesiones Sanitarias”. Es autor de numerosos artículos y ha pronunciado varias conferencias.

En su exposición, el conferenciante abordó la problemática actual existente, derivada del debate sobre interrupción voluntaria del embarazo, surgida como consecuencia de la aprobación de la llamada ley del aborto, que entrará en vigor el próximo uno de julio.
Desde el principio, Díez Fernández quiso dejar claro que el aborto «no es un problema religioso; sí puede ser un problema médico, social o antropológico…». No obstante, matizó «que, desde el punto de vista de las religiones, se entiende mejor, al ver con más profundidad lo que es el ser humano». Abordó, seguidamente, el fondo de su tesis, sometiendo a la consideración y análisis de los asistentes el enunciado de dos frases, ya transcendentales, separadas cronológicamente por setenta años. La primera de ellas fue pronunciada en 1939: «Un judío, independientemente de su edad, es claro que es un ser vivo; ahora bien, no puede afirmarse que sea un ser humano, no hay base científica para ello». La segunda frase, siete décadas después, reza así: «Un feto de trece semanas es un ser vivo, pero no puede decirse que sea un ser humano, porque eso no tiene ninguna base científica». ¿Existe alguna similitud entre ambas frases? La respuesta surge inevitable: la similitud entre ambas es más que evidente. En cambio, no es para sorprenderse de ellas, conociendo a sus autores. La primera fue pronunciada por un alemán: Adolf Hitler; la segunda, por una española: la ministra de Igualdad, Bibiana Aído.
La dignidad humana
Ambas sentencias tienen algo más que un simple parecido. Estas escalofriantes declaraciones tienen en común el considerar la dignidad del ser humano no como un atributo, característica inalienable y propia de todos y cada uno de los seres humanos, sino como un factor variable y dependiente de lo que piensen o legislen otros. Con este pensamiento, el que un ser humano exista, piense, o que pueda vivir y morir con una determinada dignidad, no va a depender del respeto que merece su vida, sino de lo que dicte una determinada ley, o de lo que diga un médico o un familiar o un político. «Y, en consecuencia –subrayó‑, la dignidad humana pasa a ser un bien de intercambio y consumo que, según quien la administre, se entenderá de una manera u otra».
Un delito convertido en derecho
Con idéntica claridad, entró en el análisis de distintos aspectos de la nueva normativa legal que, si nada lo impide, entrará en vigor el próximo mes de julio. Así, mientras que con la actual legislación, aprobada en 1985, el aborto es un delito ‑despenalizado sólo en determinados supuestos‑, con el nuevo texto legal queda convertido en todo un derecho. Un derecho que amparará hechos tan peculiares como el que pueda ser ejercido libremente, sin ningún tipo de exigencias ni trabas, por cualquier embarazada de hasta catorce semanas de gestación, incluyendo a menores de edad a partir de los dieciséis años, sin necesidad de conocimiento ni permiso paterno. Este plazo puede ser ampliado hasta las veintidós semanas de gestación (cinco meses y medio) si se alegan malformaciones genéticas del feto o trastornos físicos o psíquicos de la futura madre. Algo que puede ser calificado de «infanticidio» ‑afirmó José Antonio Díez‑, teniendo en cuenta los conocimientos actuales de la ciencia, que demuestra que desde el mismo momento de la fecundación existe un ser vivo con toda la información genética, rasgos característicos, que le acompañará a lo largo de su existencia.
Cifras
El panorama que nos dejan ver las cifras, siempre un tanto agobiantes, no deja de ser desolador: desde 1985, el aborto se ha llevado por delante a más de un millón de vidas humanas; en toda Europa, más de veintidós millones. Sólo en el año pasado, se produjeron ciento quince mil abortos en España (quince mil entre adolescentes menores de dieciocho años). Número que va en aumento y que nos sitúa ya en el quinto puesto en el mapa europeo, cuando, por otra parte, somos el segundo país en número de adopciones internacionales (catorce mil, el año pasado). Estas cantidades nos revelan que problemas demográficos y económicos, asociados a esa falta de población, se hubieran atenuado sensiblemente.
Asimismo, criticó el conferenciante la ausencia del hombre en la responsabilidad ante el aborto. «No es un problema sólo de la mujer, sino de la mujer sola» ‑enfatizó‑, «amenazada por las circunstancias de su entorno, que se ve abocada a asumir un problema en solitario; el setenta por ciento de ellas, solteras, con pocos recursos económicos y de baja cualificación académica; una forma más de violencia doméstica. Es la razón de la sinrazón de una ley que pregona el feminismo y la libertad de la mujer, pero que ha resultado ser profundamente machista». No es un problema religioso; pero, bajo el punto de vista cristiano, implica a las almas y a la conciencia de las personas, lo cual nos hace apostar por la vida.
Dos grandes frases cerraron su discurso: «Me parece tan claro como el día que el aborto es un crimen» (enjuició Mahatma Gandhi en su día). Asimismo, Juan Pablo II sentenciaba sobre el caso: «No puede haber auténtica paz sin respeto a la vida; especialmente, si se es inocente e indefenso, como es la vida de los niños que aún no han nacido».

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