El miedo a la muerte

17-03-2010.
¿Se ha atrevido usted a empezar a leer este artículo, a pesar de su título tan poco atractivo? Le felicito por su valentía. Muchos de los males últimos del hombre moderno se explican precisamente por el miedo a la muerte que incubamos dentro de nosotros.

Un miedo oscuro, incontrolado, camuflado, ignorado. Un miedo que la sociedad actual no se atreve a confesarse a sí misma y, menos aún, a analizar en debates a la luz pública. Por supuesto que ni pertenece al acervo de las ideas comunes que dinamizan la sociedad. Es, sin embargo, un temor sordo, generalizado, que explica, por ejemplo, los colosales presupuestos de la Sanidad Pública. Consideren en particular los gastos destinados a prolongar inútil y dolorosamente las batallas perdidas de antemano que se libran en los hospitales en los últimos meses de la vida de las personas ancianas. Este miedo existe. Para apercibirlo, basta con analizar las actitudes generales ante desastres naturales o los comportamientos de las personas ante el médico, las motivaciones religiosas, etc.
El miedo viene de que falta en nuestra conciencia colectiva una sabia y sana filosofía de la muerte y su aceptación tranquila, como término inevitable de toda existencia. Los conceptos “clave” que gobiernan nuestra sociedad y nuestros comportamientos son la competición, el éxito social, el progreso, la juventud, la moda, etc. El concepto “muerte” no se compagina con ellos de ninguna manera.
Sin embargo, a la muerte no se la puede ignorar, porque es el suceso que acontecerá con la certeza más absoluta en el futuro de cada uno. Habría que saber afrontarla muy pronto en la biografía personal. Es decir, incluir entre nuestros horizontes tanto nuestra muerte personal como la de los seres que queremos. Lo hacemos ‑si es que lo hacemos‑ muy tardíamente. Séneca escribía: «Durante toda la vida hay que aprender a vivir, y lo que te parecerá más sorprendente, aprender a morir». Tota vita discendum est mori (De brevitate vitae, VII, 3). Hay que aprender a morir durante toda la vida. Para Sócrates esa es la finalidad de la filosofía.
¿Afrontarla, cómo? Tiempos hubo en que la religión ayudaba a aceptar la idea de la muerte. Hoy es una idea molesta, excluida como la peste del discurso común. La ha proscrito el espíritu del tiempo. Y es ese un tremendo error que nos deja totalmente indefensos ante un frío y negro túnel.
Nos queda la filosofía, la personal, la vivida. Que además no es incompatible con creencias religiosas bien equilibradas.
Tendremos que hablar de una filosofía de la muerte. Pero otro día.

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