Las décadas, 10

03-03-2010.
Mágina, 10
Nota del arquitecto-transcriptor:
Una vez más aquí estoy, y lo justifico porque nuestro autor habla de fútbol refiéndose a su protagonista y a otro de sus personajes, en particular, al llamado Pepe. Al margen de la visión favorable, indiferente o negativa que se pueda tener del fútbol, es innegable que, a lo largo del siglo XX, ha pasado de ser un fenómeno social a un hecho social que incide en la vida económica, política y cultural de un país. Y sobre ello, tengo, modestamente, bastante que decir; de tal manera que si el dicho Pepe no fuese un personaje de ficción, yo podría sin duda echarle una mano en sus investigaciones de carácter socioliterario a propósito del fútbol.

El personaje aludido sólo se refiere aquí al interés que por el fútbol tenía la Generación del 98 y cita a Pío Baroja y a don Miguel de Unamuno. Puedo añadir, porque tengo confeccionado todo un extenso fichero al respecto, que también escritores de la generación siguiente, la del 14, como Ortega y Gasset o su contemporáneo W. Fernández Florez, se interesaron por el fútbol. Como también la generación de Lorca, es decir, la del 27: en ella se encuentran textos interesantísimos futbolística y literariamente hablando; por ejemplo, en Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti… ¡Quién no recuerda la famosa “Oda a Plattko” de Alberti, dedicada al brillante guardameta húngaro del Barça en los años 20! Y no digamos los escritores posteriores, entre los que solamente quiero destacar a Miguel Hernández con su “Oda al guardameta”; a Vicente Gaos con su poema a Jairzihno, “Oración por un gol”; a Camilo José Cela con sus “Once cuentos de fútbol”; o a Miguel Delibes con su ensayo titulado “El otro fútbol”. No hace mucho, un escritor como José Luis Sampedro dio una de las visiones más atinadas de la función del fútbol en la sociedad española de medio siglo, con su relato titulado “Un caso de cosmoetnología”, editado en su libro Mientras la tierra gira, del año 1993. El fútbol, como manifestación del deporte en general, constituyó primeramente (para noventayochistas y para veintisietistas) una de las líneas directrices de la Institución Libre de Enseñanza; luego se fue convirtiendo en una posible herramienta para análisis sociológico. Es posible que algún día, cuando considere suficiente la documentación que acumulo, publique un estudio sobre esta cuestión. Pero, una vez más, dejemos paso a la ficción de estas “Décadas”.
Aquella noche, apenas pudiste conciliar el sueño. Habían sido muchas las emociones que habías tenido que encajar y digerir: por la mañana, el examen, de cuyo resultado dependía tu futuro en el internado; luego, el viaje de vuelta, de casi cuatro horas y que se te hizo eterno debido a tu deseo de llegar lo antes posible a la feria del pueblo; y, finalmente, la desilusión de comprobar que el objeto de todos tus pensamientos, deseos y esfuerzos prescindía de ti de la manera más inesperada y punzante: tu chica de ojos verdes y larga trenza negra giraba enlazada en los brazos de otro, bailando nada menos que un tango. Y no de cualquier otro, sino de un comepollos que la doblaba en edad, casado y padre…
Aquella noche, la del tango de Gardel que te machacaba la memoria, no quisiste volver a la caseta en donde, seguramente, te esperaban tus amigos Santiago y Pepe. Cabizbajo y pensativo, tomaste el camino de vuelta a tu casa, dejando atrás sucesivamente luces, músicas y voces de feria, mientras te ibas diciendo:
—Cuánta razón tenía Pepe cuando me dijo «De tal palo tal astilla»; pero no, no tengo derecho a juzgarla, porque ella ni me conoce ni tiene ningún compromiso conmigo; apenas si nos hemos mirado durante unos segundos…; no, no tengo derecho a considerar que se ha reído de mis sentimientos; pero tampoco puedo negar que esto me ha dolido… Quizás sea por orgullo…; pero ¿por qué?, ¿qué me ha ocurrido?, ¿por qué esta congoja y absurdo sentimiento de humillación y de abandono? ¿Será esto enamorarse sin ser correspondido? ¡A quién se le ocurre enamorarse de una chica sin conocerla primero…! Como le ocurrió a Augusto Pérez en la novela de Unamuno. Nada: no pienso leerla. La devolveré, sin abrirla siquiera.
Acostado, oías que el reloj de la torre daba las tres de la madrugada. «He de dormir», te dijiste. «Ahora necesito dormir, porque mañana por la tarde tenemos partido de fútbol en el pueblo y le prometí al entrenador Carmona que podía contar conmigo». Pero ¿cómo gestionar aquella experiencia totalmente nueva para ti y que, sin haberla plenamente vivido, ya te había proporcionado tanta tristeza y desazón? Decidiste olvidar; decidiste borrar recuerdos e ilusiones, persuadido de que la mejor solución era no pensar en «lo que podría haber sido» y, en cambio, entregarte a ese presente que se imponía por sí mismo. Decidiste proceder como hacías en el internado: sobresalir, practicando el deporte para compensar amarguras…; coger la pértiga, acelerar, calcular, pegar el salto, superar el obstáculo de la cuerda y caer al vacío… Y, abatido, caíste en un profundo sueño.
—Oye, Santiago; pues no lo hace nada mal nuestro amigo, el de los jesuitas —dijo Pepe, mientras Rosalía y Eulalia gritaban estrepitosamente la palabra «¡Goool!» y él mismo se ponía de pie y aplaudía con la seriedad y suficiencia del entendido. Y ratificó, mirando a Santiago—. Su técnica, su visión de la situación, su precisión en la ejecución del pase y su colocación en el terreno, que parece adivinar la trayectoria del esférico, hacen de él un jugador pometedor. Lástima que no tenga mayor envergadura.
—Bueno, bueno, amigo Pepe: no te desbordes, que sólo se trata de un juego —le replicó Santiago, que permanecía sentado en la caldeada grada de hormigón—.
Si, como se dijo en otra ocasión, Santiago deseaba estudiar traumatología, cuando acabara los estudios en el Instituto de Córdoba, Pepe, en cambio, pensaba doctorarse en Ciencias Sociales y Políticas y llegar a ser catedrático en alguna universidad importante. Para él, el fútbol era mucho más que un juego: era una herramienta privilegiada para la comprensión de actitudes y de comportamientos definitorios no sólo de un individuo, o de una sociedad, sino también de toda una cultura, en el sentido antropológico del término, como forma de vida de un determinado conjunto social.
—De ahí —decía en el Casino, durante alguna tertulia dominguera—, el interés que por el fútbol tuvieron los escritores de la llamada Generación del 98; como, por ejemplo, Pío Baroja o el mismo don Miguel de Unamuno, que escribió una treintena de textos en los que toca el tema futbolístico. Y ¿por qué ese interés en un escritor tan serio y fundamentalmente preocupado por cuestiones metafísicas? —Pepe hacía una corta pausa y miraba a sus amigos, mientras con en índice golpeaba suavemente al cigarrillo—. Pues porque el deporte entraba de lleno en las directrices pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza.
—¡Goool! —chillaron de nuevo Eulalia y Rosalía y se pusieron de pie, aplaudiendo a rabiar, como así lo hacía el numerosísimo público jarote que había acudido a ver el encuentro entre su equipo y el manchego Calvo Sotelo—.
Era sábado y último día de feria. En los graderíos no cabía un alfiler. En dos jugadas personales, el «amigo safista» había marcado los dos goles del equipo de Villajara contra nada menos que el Calvo Sotelo, equipo de Puertollano recién ascendido a Segunda División.
—¿Sabéis quién vino a verme al vestuario? —dijiste a tus amigos, cuando con ellos comentabas el encuentro y os tomabais una Coca-Cola en el ambigú. Y, sin esperar respuesta, añadiste—. Pues el presidente y el entrenador del Calvo Sotelo. Querían saber quién era yo, qué edad tenía y a qué me dedicaba. El entrenador me dijo que el Calvo Sotelo se interesaba por mí. Necesitaban reforzar la línea media del equipo. Yo les di las gracias y les dije que si no tenían prisa, les contestaría por carta la semana siguiente. Atentamente se despidieron y dijeron que esperaban mi respuesta. ¿Qué os parece a vosotros?
Todos miraron a Pepe, el cual, con gesto templado, casi solemne, respondió:
—Mira, esa es una cuestión muy personal y delicada. Sólo te diré que en el fútbol «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». El fútbol es un deporte cada vez más exigente y agresivo porque, a partir de un cierto nivel, se está convirtiendo en una profesión interesante desde el punto de vista económico y de imagen. Además, ten en cuenta que, durante un tiempo, el entrenador te tendrá a prueba y no podrás estar seguro de que te acepte.
—Oye, Pepe —intervino Eulalia—. ¿No se lo estás pintando muy feo a nuestro amigo?
—Pues no. Intento ser lo más realista y objetivo posible. Y, finalmente —concluyó, mirándote—, para que todo lo dicho sea posible, antes tienes que decirle adiós al colegio de los jesuitas… y no pienso que tu familia esté de acuerdo con eso.

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