Prosa poética, 10

15-01-2010.
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Miraestoril
Programa de la Virgen. Agosto – 90
Se me ocurrió este título hace tiempo, como epígrafe general de prensa que resumiera mis crónicas periodísticas desde Portugal.

Después cambié de perspectiva, es decir, de punto de vista, y comenzaron a salir algo desperdigadas como «Cartas desde Lisboa».
Al cambiar de mirada, casi siempre cambia también el enfoque y ‑como diría Ortega‑ el escorzo. Porque ese es el verdadero sentido del «yo y mis circunstancias» del famoso filósofo español.
Saco esto a cuento para justificaros, y justificarme, por qué he desempolvado el viejo título y lo transformo en página alcalaína. Esta vez, sí.
Esta vez me ha sido levemente pedida. Y uno, que últimamente es un sensiblero a fuerza de haber sido siempre un gran e imperdonable sentimental, ha aceptado el envío, asimismo leve.
Porque cuando el hombre se va haciendo mayor, aparece eso que unos llaman la levedad del ser y otros, rizando más el rizo, la interiorización del yo.
Es Miraestoril el ojeador y hojeador de mi buhardilla. Desde él pongo el ojo y paso la hoja, como el narrador de ese cuento mío premiado del «Semáforo».
También pudiera ser el ojal y hasta la hojarasca. Que semejantes juegos de palabras sólo se los puede permitir un idioma tan rico y tan vivo como el de nuestra lengua española.
Desde Miraestoril, aquí en la cercana lejanía, ojeo y hojeo las distintas colaboraciones mías en las que, directa o indirectamente, he escrito sobre y para Alcalá.
Diecisiete años desde mi primer artículo, si no recuerdo mal. Porque a mí me bailan ya las fechas y las cifras. También se me juntan y confunden los títulos… ¡Han sido tantos…!
Y Miraestoril me devuelve aquellos coloquios alcalaínos, travestidos ahora en amarillos monólogos…, como las viejas fotos de cuando existía el blanco y negro y los cines mudos.
Y cada página se te clava más, como una herida, como una caricia o como un clavel. Porque si la herida es dolor, la caricia es bálsamo y el clavel será siempre belleza.
Y todos mis escritos alcalaínos ‑ahora lo veo claro‑ fueron creados con aquella fórmula que expresara Aleixandre:
«Toda (tierra) es amor, o sangre, o latido, o existencia».
Pasaron aquellos años del realismo y sucedieron cosas que te mudaron la piel y los cabellos.
Y ocurre a veces que, desde otras tierras, tus raíces se te ofrecen íntimas y clandestinas…, como si los largos misterios del viaje te hicieran cada vez más peregrino en tu tierra y huésped en tu casa.
Pero también ocurre, y casi al mismo tiempo, que cada vez eres tú más tierra de tu tierra y más casero de tu casa. Más pueblo de tu pueblo, y que, conforme tú más te alejas, ella se te acerca más.
Por eso, Alcalá, desde este indescifrable océano, se me hace conciencia, memoria y madurez.
¿Cómo no amar intensamente a esa tierra tuya que, al mismo tiempo que te hizo sufrir, te curó de muchas cosas y además (y encima) te gusta?
Imposible la renuncia, aunque estés convencido de que todo localismo tiene que levantar el vuelo hacia todos los universos.
Miraestoril no es sólo el descanso del guerrero que retoma su infancia; es también el doble del Géminis que se te cuela a través de las espumosas púas de Cabo da Roca y que, enfilando el vientre común de nuestro Tajo peninsular, te hace gozar de ese sentir que por aquí llaman saudade.
Porque la saudade portuguesa no es sólo la morriña gallega, el sueño yanqui o la vena nórdica, sino algo más espiritual y estético. Tampoco es la nostalgia a palo seco.
Probablemente esa bellísima palabra reúna el transtierro, la penica y el quejío andaluces. Pero dicho a compás de fado, claro.
Como si un fantasma te hiciera guiños desde los altos de la Mota y ‑ya en el Llanillo‑ se te apareciera convertido en duende.
Y es ahora ‑sólo ahora‑, cuando te das cuenta del tirón de tu tierra, de su imán y de su erotismo. De lo que otros llaman, más solemne, la fuerza de lo telúrico.
—¡Si vierais cómo se alarga este mar, todos los días, hasta llegar a las costas de allá lejos!
Un servidor, que ha criticado todo lo criticable como el que más, también tiene ganas de expresaros, amigos y paisanos, este sentimiento de saudade que Miraestoril me enciende, cuando ojeo y hojeo ese álbum alcalaíno que, con tanto dolor y mimo, describí hace años y al que intento ahora darle otra historia, cumplidos ya todos los madrigales de la espera.
Miraestoril es una buhardilla con una gran silueta entre la Mota y la Alhambra, mis dos símbolos preferidos.
Casi sierra y casi nieve, todo un resumen, como aquella señorita primavera con lágrimas de princesa.
Y ahora me dice que tal vez un día podamos, Alcalá y yo, volar juntos hacia ese universo de las ménades en el que (lo dice Cortázar) habrá un concierto con una sola voz, un solo ritmo y una sola partitura.
Entonces crearemos las alas de los ángeles y creeremos en ellos.
Y es Miraestoril quien me anima ‑¡pueblo!‑ a hacerte un verso lleno de ojos y de hojas, inmenso en el mirar y cercano a aquella música perdida en aquel pentagrama de una atlántida inacabada.
Entonces. Ahora. Siempre ese tiempo entre la luz y el silencio.
No sé si la responsabilidad recién asumida de la dirección colegiada del instituto Español de Lisboa me permitirá asomarme, al menos, al agosto alcalaíno.
Si no me fuera posible, aceptad mi presencia desde Miraestoril. Aunque haré un esfuerzo.
Cuando la bahía de Cascais se deshace en colores de cristal, Miraestoril me mira. Nos mira. Y, como un día le dijera a Poli, el gran álamo del Paseo me habla y me dice:
«Te quedas solo, más solo que antes,
creyendo dormir,
tal vez soñando que te viene el sueño».
Aunque el gran poeta A. Valente lo dice de otro modo: «Para estar cerca de lo que está lejos hay que seguir estando lejos».
Me brindo esta idea. Y os la brindo. Y así seguimos.

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