12-01-2010.
Acabada nuestra insistencia en la existencia pasada de los templarios en esta ciudad, detengámonos en las ermitas, que como antes hemos dicho, jalonaban las cinco leguas que separan este enclave del Temple, este enclave trinitario, del altar donde un día estuvo “la Cabeza”.
No hacemos esta mención a las ermitas para dolernos de su abandono o casi desaparición. Tampoco para reeditar y añadir viejas o nuevas leyendas, ni para escudriñar en la propiedad de ellas, como ocurre con la ermita del Rosario. Si lo hacemos, es por equilibrar con nuestras insinuaciones el silencio lacerante en el que tenemos sumidas estas reliquias arquitectónicas, tan lacerante que incluso parece que a lo largo del tiempo ha habido una mano negra derramando sal para ocultar la grandeza esotérica y mágica de tales hitos, ocultación incluso permitida en nuestros centros escolares, donde hemos sido capaces de hacer bajar a nuestros alumnos a contemplar «la pirámide maldita» de la antigua FUA, sin hacer el mínimo esfuerzo, en la programación transversal , para llevar a nuestros hijos y alumnos por la ruta de las ermitas, explicándole la grandeza de la alquimia que en ellas se encierra.
No voy a cansar a los lectores con un detallismo que no viene al caso, más aún cuando el joven historiador Jesús Ángel Palomino nos ha descrito, profundamente y con toda clase de detalles, este mundo ermitaño en un laborioso libro titulado Ermitas, capillas y oratorios de Andújar y su término para que algún día los andujareños seamos capaces de reflexionar, al menos, sobre lo que hemos hecho con nuestro patrimonio histórico y monumental. Lo hemos dilapidado, unos por comisión, otros por anuencia comodona, sabiendo como sabemos que basta con ir hasta el Pazo de Meirás para ver allí entre yedras y humedades parte de nuestra heráldica; o, si no queremos molestarnos en viajar a las hermosas tierras de Galicia, basta con alargarnos hasta Espeluy, donde José del Prado y Palacio, marqués del Rincón de San Ildefonso y firmante de los versos de esa piedra que dice Parad caminantes que esta piedra os habla, adornó su palacete con derribos de nuestras casas solariegas; y, si no nos queremos molestar en llegar hasta Espeluy, basta con que le echemos unas pocas agallas y subamos al pago de Las Viñas,abramos los ojos, los ojos del amor propio, y podremos comprobar pedazos de nuestra vieja ciudad gritándonos en silencio.
En el editorial de Cuadernos de Historia N.º I, marzo de 1984, Santiago de Córdoba escribía: «…la teoría de los cien años está justificando que al siglo XXI no sobreviva nada del XX. Si Andújar quiere recuperar su puesto, ha de esforzarse para restablecer su propio prestigio. La piqueta, el tiempo, los intereses particulares y algunos falsos intereses colectivos han tirado demasiada historia local».Estas mismas palabras fueron recogidas años después, febrero de 2000, por José Antonio Arcos, entonces alcalde de la ciudad, para abrir el libro catálogo que el Ayuntamiento editó por la restauración del Palacio Municipal:
«La piqueta, el tiempo, los intereses particulares y algunos falsos intereses públicos, que Torres Laguna definió como los imponderables, han destruido Andújar. Así comienza Santiago de Córdoba el editorial del número de Cuadernos de Historia, titulado “Andújar, Ciudad Fénix”. En él se muestra esperanzado de que el PGOU [Plan General de Ordenación Urbana] ‑en redacción en ese momento, 1988‑ sea el principio del fin de los “imponderables” y que todo lo que hasta entonces se había salvado de la destrucción pueda ser recuperado, a la vez que se incida en la formación y concienciación de los ciudadanos en el respeto a nuestro pasado, señas de identidad como pueblo.
Hoy nadie propondría abrir la Avda. 12 de agosto, destrozando con ello la antigua judería; nadie se atrevería a demoler, como en su día se hizo, la muralla almohade o levantar un “moderno” bloque de pisos, reduciendo a escombros un convento o una iglesia.
Hoy, todos, políticos y ciudadanos, hemos avanzado en el conocimiento de nuestro patrimonio histórico‑artístico y no somos conformistas ante propuestas que atenten contra el mismo. Se ha ganado en concienciación y formación.
A ello no ha sido ajeno el PGOU vigente (1990) que en su CATÁLOGO se marcó el objetivo básico de proteger aquellos edificios individuales que sobrevivieron a las actuaciones que, principalmente durante los años 60 y 70, desfiguraron la trama urbana original y derribaron o condujeron al abandono buena parte del patrimonio calificado de interés».
Cierto es que hasta 1990, fecha del último PGOU vigente, hemos destrozado nuestro patrimonio. La piqueta, los intereses particulares y públicos y otros imponderables han derribado, en el pasado reciente, el legado de los tiempos; el último de los episodios, al que hicimos la vista gorda, fue el del Convento de las Capuchinas, esperando que este PGOU y los que se aprueben desde ahora hasta el fin de los tiempos no permitan que los huertos de las Trinitarias o lospatios callados de las Mínimas sean convertidos en patios interiores de algún bloque de pisos. Aunque me cueste admitirlo, prefiero una moderna restauración, transformando recintos religiosos en naves multiusos (como las antiguas iglesias de Santa Marina y Santiago), a que sean abandonados a la ruina interesada.
Pero aquí me detengo, porque se me van a olvidar las ermitas, oratorios, capillas y otros hitos de religiosidad popular, tan magistralmente investigados por Jesús Ángel Palomino. La mayoría de esta diversidad religiosa de otros tiempos ha desaparecido o tan sólo conserva algún elemento en total abandono; por cuya circunstancia, al no tener ninguna protección especial, puede ser objetivo de los intereses particulares y de los imponderables.