
«Pasó un día y otro día…». Meses y años pasaron… Y hubo plétoras ‘gran abundancia’ de contento y bienestar. Y días de vacío y remordimiento por no tener sus capacidades a sueldo de una gran obra humana. Unas veces la indecisión y otras la comodidad ataban a Burguillos a la placidez de sus entretenimientos.
Tiempos exaltados de grandes proyectos se compaginaron con días de soledad tangible. Parecía que no se le pegaba la ropa al cuerpo ni le daba el sol en el alma. Apenas un guiño lejano, de largas intermitencias, le atraía y le llevaba la vista a la altura. ¡Cuánto bien le hizo El seguimiento de Jesús, de José M. Castillo, SJ! ¡Cuán feliz hubiera sido él en religión! Nihil habentes et omnia possidentes ‘no tienen nada y lo poseen todo’…
A Burguillos le zaherían y halagaban los diversos acontecimientos que conlleva la vida. Su pobre hermana Cándida, mujer de dolores, vivía más en el hospital que en su casa. A pesar de los hijos y nietos, a los que justamente adoraba, quería morir. Y Burguillos, amándola mucho, nada podía hacer por ella.
El día de San José de 1996, a los setenta y ocho años, murió su hermano Manolo. Hombre bueno, justo, prudente. Dios fue benigno con él.
A vueltas con Dios y sus silencios… Si tuviera Burguillos un átomo de fe, poco le importarían achaques ni ausencias. Aun la de sus niños, que seguía siendo su herida abierta, se le aliviaría.
Desde su terraza vio el Pisuerga. Desmelenado, borbolleando. Salido de madre, anegaba los paseos de Las Moreras… La cesta bursátil que le preparó el gestor de sus fondos acrecentaba su montoncito.
Le llamó “Selim flamígero”. Es un negro que sujeta con manos poderosas un pesado candelabro de doce luces. Le quedaba pequeño el salón… Es precioso. Le roía un gusanillo: ¡cuántas obras útiles, urgentes, se podrían hacer con estos dispendios suntuosos…! Pero su afán manifiesto, tal vez, de disfrutar de la belleza o de ostentación, le hacía gastar y gastar sin duelo.
¡Cuántas veces, en casa, en el campo, bendecía a Dios por su elevado tono vital, por su bienestar! Pero, si ahondaba un poco, se sentía colgado de un pelo sobre un abismo insondable, trágico… La duda, el subyacente ateísmo nunca erradicado: como se lo temía, se lo recrudeció el corto de Garci… Los dos hermanos intelectuales. El clérigo pierde la fe. El científico, agnóstico, pierde a su esposa y necesita creer… Burguillos también… Como el aire que respiraba. Es que no tenía otro punto sólido donde asentar el pie.
Dios había sido y era su único asidero y referencia a solis ortu usque ad occasum ‘de la salida del sol hasta el ocaso’. En el dolor y en la alegría, en el pecado y el perdón. Sin Dios, no le interesaba seguir viviendo. ¡Qué vacío! Suprimido Dios, le desaparecía el código escatológico donde hallaba las claves últimas de todo. ¿Adónde, en qué cuajaría tanto amor, tanto heroísmo… las lágrimas, el dolor? ¿De quién esperar la remisión de tanta vileza? ¿La compensación por el bien hecho? ¡Qué sinsentido seguir poseyendo la vida sin tener a quién agradecer las maravillas que la hacen apasionante…! El sol, el agua, las flores, el arte, los amigos, el amor… A pesar de todo, Dios era más su gran problema que no una solución. Su duda escocida, que no su certeza… Necesitaba que Dios existiera. Tanto, que le parecía que desde sus medulas lo estaba creando.
Seguía Burguillos jugando a los ideales. A veces se autoconvencía de que su encuentro vinculante con Cristo iba en serio… Pero tan inconsistente era, que cualquier mariposa en el aire le llevaba tras de sí. La capturaba fácilmente. Y cuando se le ajaba entre los dedos, ¡qué vaciedad de nuevo!
A veces, Burguillos reaccionaba contra ese mal juego. Como cuando subyugó a un significado administrador de Misiones y, gozoso, le hizo un hueco en su instituto. Una oportunidad, un sueño de oro para cerrar su vida de saltimbanqui, promocionando cultivos y granjas en una misión africana. ¡Lástima que en esos días le sirvieran en el chalé un pedido de frutales y bacillos ‘vástagos o renuevos de la vid’…!
En una semana ‑junio de 1997‑, se le fueron José Velicia, un amigo de juventud, y Julián, su único primo Giraldo. Un cáncer se llevó a los dos. Nefanda enfermedad que nunca temió…
Ese mismo verano, España se horrorizó y alegró con la liberación de Ortega Lara. Casi dos años lo tuvieron enterrado vivo… esperando a que, muerto por inanición, barbudo y sucio, rígido como un garabato, le hubieran podido abandonar en una cuneta. De haber sido periodista, cómo hubiera clamado Burguillos, pidiendo que en aquella nave se erigiera el primer testimonio del horror nazi, de ETA y de sus adláteres y encubridores. Y que Arzallus, Garaicoechea y otros, previas bendiciones de monseñor Setién, lo hubieran inaugurado. ¡Qué mal les sentó esta liberación! La reacción ciudadana por la muerte de Miguel Ángel Blanco acabó de reventarles la bilis.
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