Navidad: la fiesta del pueblo

27-12-2009.
En las zonas rurales del sur de España, hace cuarenta años, la Navidad se empezaba a preparar por la Inmaculada y la anunciaban grupos de niños, cantando villancicos de puerta en puerta. Por aquellos días, se mataba el marrano que la familia había criado con desperdicios de comidas y rebuscos de hierbas y cosechas. De este animal se aprovechaba todo y, con sus piezas nobles o su casquería, se preparaban platos exquisitos, formando parte principal de los cocidos de garbanzos de todo el año.

La Nochebuena era una llamada, con tantos decibelios, que los miembros de la familia la oían en cualquier parte del mundo, y a ella acudían para congregarse alrededor de los abuelos. La cena de aquella noche era mágica, finalizando con postres caseros, fabricados con las almendras del huerto, la manteca del cochino y las hierbas aromáticas del campo.
La alegría del encuentro familiar de la Nochebuena se exaltaba con el vino de la pitarra Tinaja o vasija pequeña de barro. recién abierta y con las uvas en aguardiente que se servían de postre. Y, a la medianoche, toda la familia ‑desde el abuelo hasta el nieto recién nacido‑ se iba a la iglesia para celebrar la misa del gallo; una misa donde la liturgia, con tanta alegría, se convertía en puro folclore.
Ese fenómeno religioso (la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret), celebrado durante dos mil años con distintos matices, según el tiempo y el lugar, ha nutrido la cultura de Europa que, posteriormente, se ha extendido a todo el mundo, principalmente en América. De la Navidad nace una gran parte de nuestra música: desde la clásica hasta el flamenco. La literatura se sirve de ella para crear bellísimas obras (Gerardo Diego decía: La Navidad es ya la poesía). En realidad, todo el arte está lleno de referencias magistrales a esta fiesta y, aunque a partir del Renacimiento se hace profano, en el siglo XX aparecen obras como La Puerta de la Natividad, de la Sagrada Familia en Barcelona, reconocida como una muestra genial de la arquitectura de todos los tiempos, y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Al margen del sentido religioso que la Navidad tiene para los cristianos, esta celebración está situada en los cimientos de nuestra civilización y, cuando desde el nihilismo se quiso sustituir con un “superhombre” el símbolo que representaba ese niño (el amor entre los hombres como instrumento para regresar al paraíso, de donde la evolución de nuestra corteza cerebral nos ha expulsado), lo que realmente apareció fue un canalla con gorra, pistola al cinto y una nueva religión (el nazismo). De aquel intento por destruir el símbolo de la Navidad resultó una catástrofe, de la cual, la Humanidad todavía no se ha recuperado. Algunos, en su afán anticlerical, están empeñados en eliminar cualquier símbolo religioso, y es evidente su interés por convertir esta fiesta en una diversión, y nada más. De lograrlo, se habrá mutilado seriamente una de las raíces más profundas de nuestra cultura.
La Navidad nace en Europa como fruto del cristianismo, y es una fiesta del pueblo; por ello, en España, las canciones que se cantan en el tiempo en que se desarrolla se llaman villancicos (lo cantaban los villanos y, de hecho, Felipe II los prohibió dentro de las iglesias). Son poemas con la frescura de lo auténtico, entre los cuales encuentro éste del siglo XVII, bellísimo, que se canta en mi pueblo:
En el portalico,
el niño duerme,
San José vela.
Del seno de la Virgen,
se ha caído un clavel.
Qué orgulloso que está el heno,
porque ha caído sobre él.
Artículo publicado en el diario HOY, el 22 de diciembre de 2009.
 
En Villanueva de la Reina, por Navidad, todavía se conserva la tradición de salir a cantar villancicos por las calles.

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