
¿Se puede ser hoy darwinista y católico? ¿Tiene el hombre un ancestro común con el chimpancé? Yo creo que se puede responder con un sí a las dos preguntas. Añadiendo algún matiz en cada caso.
Estamos en el centésimo quincuagésimo aniversario de la edición del libro El origen de las especies. Razón de sobra para recordar a Charles Darwin, un revolucionario de la ciencia, como lo fueron otros personajes del XIX.
En la teoría de Darwin es importante la noción de las transformaciones lentas y cumulativas que parten de un primer organismo hasta llegar al actual despliegue del árbol de la vida.
En mi artículo anterior, insistí tanto sobre la noción de emergencia, que pudiera pensarse que soy antidarwinista o, al menos, partidario del Intelligent Design. En esta nota deseo puntualizar para evitar equívocos. Emergencia es transformación súbita o instantánea, concepto a primera vista compatible con el acto creador. Así, Dios pudo, en un momento dado, infundir el alma humana en el barro. O en un animal preexistente. ¿Qué más da? El lenguaje metafórico de la Biblia da de sí para esta interpretación y para otras muchas.
La aportación de Darwin a la ciencia es definitiva
Hoy no se puede ser seriamente antidarwinista. Sí, un neodarwinista contemporáneo, porque Darwin no conoció la genética, ni siquiera la de Mendel, y menos aún la biología molecular, y habría que poner al día las tesis de Darwin.
Lo que no es posible aceptar es el creacionismo puro y duro que defiende los 6 000 años desde la creación y la aparición de las especies en un día del Génesis, de 24 horas.
La cuestión del Intelligent Design es ya otra cosa. A uno le puede estorbar conceptualmente la noción del azar, postulada por el darwinismo. Porque es plausible pensar, por ejemplo, que el azar es solamente el complemento de nuestra ignorancia. Que como en el teorema del límite central, el azar resulta de los efectos conjugados de las variables que no hemos tenido en cuenta. Y, claro está, entonces cobra sentido el que se rehúse aceptar que tantas coincidencias de miles y miles de eventos, cuyas probabilidades son absoluta y extraordinariamente mínimas, se den fortuitamente tantas veces como sean necesarias para que se constituya la más insignificante célula. Y, bajo ese punto de vista, parecería más sensato aceptar la intervención del Diseñador Inteligente. Puede ser.
Mi particular visión alternativa ante esta dualidad, azar darwiniano versus Intelligent Design, es algo distinta: ¿Y si el azar no fuese sino otro nombre de Dios? No se puede aceptar que Dios hiciese en un día y por sí mismo todas las criaturas. Ni en un día, ni por sí mismo. Contradicen claramente los datos incuestionables de la ciencia. Pero, ¿y si Dios no fuera distinguible de la Naturaleza? ¿Y si Dios crease a lo largo de miles de milenios e indirectamente a través de las fuerzas físicas y químicas?
El hombre y el chimpancé
La especie humana presenta similitudes genéticas con chimpancés y gorilas, lo que sugiere la existencia de ancestros comunes. El análisis de las variaciones genéticas y sus recombinaciones mediante un modelo markoviano (matrices de transición entre estados) sugiere la especiación del hombre hace 4,1 millones de años, separándose de un ancestro común con los chimpancés. Ancestro que, a su vez, procede de otro que agrupaba también a los gorilas. (El que tenga curiosidad, que busque en internet Asger Hobolth et al.).
El objetivo de la psicología evolucionista es explicar los mecanismos del pensamiento humano, a partir de la teoría de la evolución biológica. El cerebro es un producto de la evolución y constituye, por consiguiente, una adaptación a las presiones de un entorno concreto con el que se han tenido que confrontar los antepasados de los homínidos.
No hay ruptura de continuidad entre animales y hombres. Pienso que no hay inconveniente de ningún orden para aceptar la hipótesis de que nuestras estrategias comportamentales tienen un origen animal, tal como nos lo explica la psicología evolutiva.
La inteligencia del hombre es una especialización, que resulta de representaciones cognitivas del entorno y solución de problemas. (Leer Alain Berthoz: La simplexité, Odile Jacob, 2009).
¿Tienen los animales un alma?
Cuestión quizás semántica. Tienen afectos, sufren el dolor como nosotros. Tienen capacidades cognitivas, son inteligentes, aunque quizás de otra manera.
Ha sido creencia popular a través de todas épocas que animales como los monos, los cuervos, los delfines, algunos cetáceos, algunos octópodos, los perros, los gatos, los elefantes, los cerdos, los loros, son inteligentes. Se ha pensado también que en la naturaleza existe una jerarquía, una escala, y que los animales se encuentran en diferentes escalones y el hombre en el más elevado.
Un gran esfuerzo de investigación se viene realizando para buscar, entre los animales, analogías con las capacidades cognitivas del hombre. Se han puesto en evidencia unas áreas de despliegue, de eso que llamamos comúnmente inteligencia, que los animales comparten con los humanos, superándolos en algunas direcciones.
Los gorriones, en mi jardín, localizan rápidamente durante el vuelo los granos que he diseminado entre la hierba, demostrando con ello su capacidad para focalizar la atención entre diferentes componentes de un estímulo visual.
Herrnstein ha investigado la capacidad de los pájaros para reconocer no solo los estímulos presentados repetidamente, sino ‑lo que es mucho más significativo‑ para distinguir entre categorías de estímulos. Eso quiere decir que, en su cerebro, se han constituido cascadas de categorías, es decir, de configuraciones neuronales superiores que son excitadas por mecanismos hebbianos, en asociación con las de nivel cero que corresponden a las sensaciones. Importantísimo en neurociencias.
En diferentes animales, especialmente en los monos, se ha podido identificar la memoria, tanto a corto como a largo plazo, y la memoria de trabajo. Nos aventajan en memoria ciertas ardillas, cuyos nichos ecológicos requieren que recuerden cientos de escondrijos.
Bien conocidos son las experiencias de Köhler con los chimpancés, que llegaron a resolver problemas espontáneamente, “sin entrenamiento previo”.
Hoy parece claro que existe una serie de especies, capaces de resolver problemas que exigen una manera de razonamiento abstracto. Entre los córvidos de Nueva Caledonia, se han observado muestras de razonamiento causal y, por supuesto, de aprendizaje.
El chimpancé común utiliza herramientas, como las ramas vegetales, para extraer termitas. Los chimpancés de Senegal afilan la punta de los bastones para utilizarlos como jabalinas en la caza. Es quizás la primera manifestación de uso sistemático de armas entre los animales1.
La conclusión de lo que precede sería que los diferentes animales poseen distintas clases de procesos cognitivos, correlacionados con su adaptación cognitiva a diferentes nichos ecológicos.
Existe un mundo de inteligencia multifacético a través del panorama de la biodiversidad. Hoy se discute el concepto mismo de jerarquía de inteligencia entre animales (Reznikova, 2007). Para un biólogo de hoy, tiene más sentido reformular de otro modo la cuestión de si son o no inteligentes los animales. Por ejemplo, así: ¿Hasta qué punto las diferentes especies son inteligentes de la misma manera que los humanos? ¿Qué similitud existe entre sus procesos cognitivos? Una primera y evidente conclusión es que los grandes monos, que son nuestros parientes biológicos más cercanos, son también los que presentan procesos cognitivos más próximos a los nuestros.
Los animales, nuestros hermanos
Lo dijo Francisco de Asís en Las florecillas. En el “Canto a la creación”.
¿Todos vegetarianos? Pues habría motivos para compadecer a nuestros hermanos los animales. Pero chocaríamos con la inexorable Ley universal de la Vida, que exige la muerte de unos organismos para que otros organismos continúen viviendo. Así fue diseñado.
Eso de “nuestros hermanos los animales” lo decimos también, pero de otra manera. Suena a ñoñez, falsamente franciscana, o a ecologismo barato que hay que mirar con el rabillo del ojo. Lo que queremos decir es que no existe tal cosa como la superioridad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. Hombres y animales hemos salido y pertenecemos a la misma gigantesca ola de vida que se desplegó en este minúsculo planeta, nuestro común vehículo espacial en el que navegamos por inmensos vacíos. Ola a la que Bergson llamó élan vital, y Teilhard de Chardin, movimiento hacia el punto Omega.
La psicología cognitiva reconoce en otras especies procesos, comparables a procesos mentales del hombre. Algún psicólogo comparativista avanza desde los datos científicos hacia el terreno de la filosofía, postulando la existencia de un alma en los animales. (No exactamente en el sentido de las “anima vegetativa, sensitiva et rationalis” de la escolástica, sino en un “algo común”).
Una posición científicamente sensata es que la inteligencia se ha expresado de diferentes maneras en todas las diferentes ramas animales. Quizás ocupemos los hombres el peldaño más alto, pero no bajo todas las referencias que aparecen en los despliegues sucesivos de las capacidades cognitivas. La versatilidad que requiere la adaptación a los variados nichos ecológicos es lo que determina la especiación.
Resumiendo…
No hay solución definitiva a ninguno de los grandes problemas. Pero sí hay motivos para excluir extremismos.
Nuestro trabajo es adquirir mayor lucidez y consistencia, hacer recular los oscurantismos ideológicos y, con ello, replantear las eternas cuestiones insolubles en términos de nuestro tiempo.
En resumen, puedes ser darwinista y católico, pero no de manera simplista. Probablemente, no tienes más remedio que aceptar al chimpancé como a un primo hermano.
Por otra parte, ¿quién puede decir que no va a aparecer una teoría más completa que el darwinismo? Sin duda que no tiene la última palabra y que van a producirse novedades espectaculares en la teoría de la evolución y, seguramente, en el siglo XXI. Como ha sucedido varias veces con la Física, después de Newton. Al fin y al cabo, el darwinismo sólo data de ciento cincuenta años.
Sin embargo, lo que precede no son más que puntos vista de un amateur que desea pensar sin muchas inhibiciones.
1 El tema es tan vasto que no hay manera de evitar el ser elemental. Cito solamente algunas muestras más de inteligencia animal. El lenguaje: el mono de Gardner, del proyecto Washoe, logró aprender un buen número de signos del American Sign Language y comunicarse gracias a él. Son famosas las experiencias de Jane Goodall, que estudió las habilidades cognitivas de los chimpancés, viviendo en su medio natural. Las formas de “conciencia del sí mismo”, estudiadas con el test del espejo, etc.