Prosa poética, 7

05-12-2009.
C ) DESDE LISBOA
159
Querida Villagoma
Ideal, 14-02-1989.

Me pongo a escribirte a ti, mi nueva y futura casa, para agradecerte el cobijo y compañía que, en tu seno y contigo, sin duda encontraré.
Ya ves, y quién iba a decirnos que estrenaríamos paredes nuevas. Tú, las tuyas, de cal y virgen. Yo, las mías, desconchados muros de humedad y hastío.
La gente se extrañará de que en un día como hoy, tan señalado para los amantes, se me haya ocurrido escribirle a una casa.
Como si tú no tuvieras también tu corazoncito y tus ganas. Y es que dicen que las cosas sólo se poseen; pero yo ya cambié de opinión, hace bastante tiempo.
Y me gusta saber que estás ahí, esperándome con toda la paciencia y fidelidad de tus piedras al aire.
Sabrás que tuve otra casa, y otro amor, y otro libro de poemas, y otra esperanza. Y una mala noche los perdí y me perdieron. Nos perdimos.
Ahora nos tenemos a solas. Yo con mi cuerpo deteriorado y con las grietas de tantas vidas cumplidas y recobradas. Tú con tu belleza entera; quiero decir: inmaculada.
Por eso acudo a tus deshabitados muros y, desde esta distancia, te mando nuestro primer abrazo que siento mudo, aunque sospecho fecundo.
Confío en que será bien vista la caricia a una casa, la mirada de una chimenea o el guiño de un jardín como chirimiquis de enamorados.
Todavía falta algún tiempo para que nos revolquemos juntos y nos demos los últimos respiros del postrero jadeo en el que yo seré el protagonista y tú la testigo.
Te necesito en la misma cuantía que tú de mí, pero en diferente calidad. Compensemos, si quieres, tu ansia de vida con mi deseo de cuna; tu juventud de arena con mi madurez de sangre; tu lavada cosmética con mi arrugada piel.
Nos falta la misma cosa a los dos: calor. A ti, para ser hogar; a mí, para ser persona.
¿Qué haces allí, callada e inertemente quieta? ¡Tan presumida!
¿Y qué hago yo gritándote lejano y tan fieramente desoído?
Es martes y febrero, y aún nos conocemos poco. Y hasta tengo pudor para decirte algunas cosas que a lo mejor no entiendes.
Por ejemplo, que me gustaría compartirte con alguien, sin que te mostraras celosa. Por ejemplo, que aún no somos nuestros del todo, porque nos debemos mucho: tú, tu ayuda; y yo, algunas letras.
Por ejemplo, que todavía no sé muy bien cómo lavarle la cara a la palmera o alisar el cabello de tus rejas.
Deshabitada te encuentras y tus ventanas cerradas enjaulan tus alturas; pero yo abriré tu vientre hacia la Sierra Nevada y te echaré un mus en las tardes otoñales.
¿Qué quieres que te regale en este San Valentín madroño? ¿Una vela encendida para iluminar tu mirador oscuro? ¿Una brizna de Tajo que oree tu encarcelado aroma? ¿O, tal vez, un reloj de arena para medir las horas de tu tiempo indescifrable?
Y…, ¿qué me darás a cambio? ¿Acaso alguna lágrima de tu piedra llorona? ¿La cintura, tal vez de tu ajardinado talle? ¿O el cuenco generoso de tu escondrijo íntimo?
Podemos llevarnos bien a poco que lo intentemos y seguramente ocurra. Una doncella como tú ‑lo presiento‑ será mimosa y coquetilla. Y eso me gusta.
Y un hombre como yo te cubrirá de gaviotas libres. Pero también pudiera ser que nos lleváramos mal.
Esas cosas de la convivencia ‑te lo digo yo‑ tienen su miga y hay que echarles comida aparte, aunque el riesgo sea mayor en los amores entre personas.
Por esos ojos alhambrescos es posible que veas algún duende loco, misterioso, tal vez prohibido.
Ten paciencia y no sufras tan pronto y por tan poca cosa. El amor humano necesita de aventura y, sobre todo, de pique.
Menos indiferencia, te permitiré todo. Tolérame tú a mí algún ronquido y algún que otro trasnoche… ¿Vale?
Alguna vez, posiblemente, nos visite alguien y se interesará por nosotros con un cumplido, y enfilará su ida con una frase cortés y de puntillas.
Alguna vez aparecerá San Valentín con un disfraz de mujer / golondrina y hasta te dirá piropos con la boca chica. Alguna vez te pedirán en prenda y ofrecerás tus enaguas a la sonrisa…
Pero nosotros ‑como tórtolos nuevos‑ permaneceremos con la misma inconsciencia, rondando los talones, como personajes idos en busca de aquel amor que fue, y se fue, dejándonos plantados.
Te quiero ya, Villagoma, porque serás la memoria heredada de todo cuanto amé; la confidente amiga de futuros renglones y tinteros; la compañera blanca de los pasos caídos del abuelo y sobre todo la huella… ¡Serás la huella!
No me llores aún, que aún no es noche plena. Y quedará ese laurel al que tú diste tu vientre y yo mi semen podrido.
¡Tenemos tanto tiempo y para nosotros, solos! Un beso de agua.

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