01-11-2009.
Al llegar aquí y con permiso de la Santísima Trinidad, quiero reproducir íntegramente dos opiniones contrarias, la una blanca, negra la otra, para que los lectores juzguen la catadura, buena catadura de Iker Jiménez y su compadre el rondeño.
La primera es la blanca: En un foro aparecido en la página web http://yamato.blogalia.com de fecha 31 de julio de 2003, a las 21 horas 26 minutos, ya podíamos leer esto:
Tampoco soy un fan de Iker Jiménez, del que pienso que es quizás algo sensacionalista y trabaja con información demasiado vieja; pero es cierto que, al menos, firma sus libros y da la cara por ellos. No ocurre como con el señor Yamato, que de su escrito se deduce que no ha oído más de un programa sobre enigmas.
Y ahora, la segunda, la versión u opinión negra, aparecida en la misma página web, el 12 de agosto (¿les suena a alguno de ustedes esta fecha?) a las 7:16 h del año 2003, que decía lo siguiente:
De Iker Jiménez destacaría dos virtudes: el indudable entusiasmo que pone en todo y la ingenuidad y buen conformar que demuestra en todas esas investigaciones, hechas en una tarde, una tras otra, a destajo.
El bueno de Iker va a Ochate, pasa miedo, porque se siente observado y patatín, patatán; y venga, un capítulo más para el libro. El hecho de que ni haya noticia ni caso no debe ser un obstáculo que estropee un buen artículo. Y es que, en esta vida, todo es muy misterioso y ‑como del más allá‑ especialmente la ingenuidad y el poco espíritu crítico de tanta gente crédula. El último caso de periodismo de investigación de calidad del colega Iker ha sido el viejo asunto de las caras de Bélmez. Como todo el mundo sabe, en el año 1979, en una cocina de una humilde casa de Bélmez, en Jaén, aparecieron unas caras dibujadas en el suelo de cemento. El tema causó furor, fue y es considerado uno de los mayores misterios de la parapsicología.
El caso lo ha solucionado el señor Jiménez en tarde y media. ¡Con dos cojónes! Un tal señor Brú, hipnólogo, lleva a la famosa casa de Bélmez a una “sensitiva”; esta, como no podía ser de otra forma, entra en trance y monta un jaleo de la hostia. La “sensitiva” ve niños que se quejan, mujeres llorando. Muy afectada ella con el tema (que también vaya gana de ser “sensitiva” para llevarse esos berrinches) y ¡claro! a la señora de la casa, que lleva viviendo 32 años con las caras y ha recibido la visita de miles de curiosos y periodistas, recuerda, así como el que no quiere la cosa, que su familia murió de esa forma. ¡Tacháaaan! Sorpresa, estupor, horror. De repente el misterio da un nuevo, sorprendente y original giro: ¡Las caras del suelo de la cocina son las caras de sus parientes fallecidos, en un triste episodio de la Guerra Civil! Encuentran por ahí una foto de la familia y ¡oh, sorpresa!: las caras coinciden como gotas de agua. Hasta la policía científica lo dice.
Yo, a la verdad, pese a que tengo la vista perfectamente, no veo ningún parecido entre la foto de las niñitas y las manchas del suelo, pero es que también hay que reconocer que ni soy investigador,ni reportero, ni ná de ná, y que mejor estaría tirando de un carro que alternando entre “sensitivos” y parapsicólogos, dada mi escasa formación moral e intelectual. ¿El argumento de un telefilme malo del sábado por la tarde? No señores, es el último caso resuelto por el señor Jiménez.
Hasta aquí la palabra de Baldomero Cifuentes, del que ignoramos sus cualidades como exorcista de entuertos y chanchullos; pero si que tiene casta, agarre y pluma para desenmascarar a los periodistas torticeros.
Opinen ustedes y, si pueden, compren, compren o fotocopien el libro de Iker…, sea el de Tumbas sin nombre o ese otro imaginado por nosotros en el Hotel Logasasanti de Cadáveres al alba, cadáveres que visionó hace siglos sor Lucía y de cuya visión, a poco que mis lectores se lo propongan, podrán gozar o padecer, con tal de ponerse en las aceras de la calle Ollerías, cualquier ocho de diciembre a la hora del ángelus.
Que no se me enfade Iker ni venga a entrevistarme por lo que os voy a confesar; pero yo llevo gozando y padeciendo de “esta procesión de cadáveres” desde hace unos años, en que un mal aire me debió achicharrar los sesos, porque, que yo sepa, ni rezo, ni canto, ni me disciplino, desde que un miércoles de ceniza, estando bajo la batuta espiritual de un cura pederasta, éste me encasquetó un cilicio de alambre viejo sobre mi casta pierna en orden a mi salvación. ¡Vaya una manía que tenía aquel jesuita con que me salvara! ¿Me salvaré?
Yo, amigos míos, a pesar de tener que ponerme de puntillas y apretarme el cinturón a “la pegota”,he visto, en la procesión de la Inmaculada, algunas docenas de cadáveres vivientes, algunas calaveras bien bruñidas, portando bandas blancas, unas; otras, estandartes brocados en oro; cetros de hueso tallado con sabor a médula los menos; aunque, a diferencia de sor Lucía, entre esos esperpénticos cadáveres no había cenizas sobre sus cabezas, pero sí que abundaban, sobre los costillares, abrigos de visón, chaquetones de foca, incluso alguno de piel de “tarando”. ¡Todo un lujo esta nueva peste que nos envuelve!
He sentido el asma que emanaba de sus osamentas y me he aliviado con el humo blanco de sus velas negras. Su peste no es de bubas ni pústulas; su peste tiene un nombre tremendamente insolidario; se llama incoherencia.
Quizás algún día habrá que aporrear con la aldaba el portón tornero de las venerables hermanas trinitarias y preguntarle a la abadesa si todavía la beatitud de sor Lucia Yáñez padece estertores.