
Para qué hablar ahora
de cuánto me arrepiento
de no haber ido más al cine,
del tiempo que he perdido
apretando otro cuerpo
distante y neblinoso,
de cuántas vueltas di…
Confieso que he alcanzado el éxtasis
sentado en la butaca de formica
del cine de mi barrio;
que he estado enamorado
de uno o dos actores
y un puñado de actrices
que luego me dejaban
tirado como a un perro
para irse con el otro,
cada vez más apuesto y seductor.
Los hubiera matado,
pero la sangre es muy escandalosa
y nunca llega al río,
que es el vivir.
Ego me absolvo.
No he cumplido jamás la penitencia.
De ahora en adelante
procuraré ir al cine
una vez en la vida
o antes, si me hallara ‑o hallase‑
en peligro de muerte
o si he de comulgar
con ruedas de molino.
Esto no es más que un despropósito,
un simple despropósito de enmienda.
