15-09-2009.
¿Sabe alguien de dónde viene el sueño que revolotea en los ojos de un niño?
¿Sabe alguien dónde nació la sonrisa que está aleteando los labios del niño dormido…?
¿Alguien sabe dónde estuvo escondida la suave frescura que florece en la piel de mi niño?
¿Sabe alguien dónde nació la sonrisa que está aleteando los labios del niño dormido…?
¿Alguien sabe dónde estuvo escondida la suave frescura que florece en la piel de mi niño?
R. Tagore
José Manuel Alarcia, un antiguo alumno, ya profesor de Cristo Rey, se casó al iniciar Burguillos esta nueva peripecia. Y se fue a vivir al ático espléndido del colegio. Lo nombró subdirector honorífico. Y un buen día le dio como buena nueva la preñez de su joven y bella esposa. Y Burguillos, desde que supo de esta concepción, esperó con alegría de abuelo retardado, anhelante. Que ya tenía encima la sesentena. Y a pesar de tanta gente en torno y de la buena marcha de sus asuntos, a ratos, allá en las entretelas, sentía la vida llagada de soledad.
A partir de esa noticia, su vida se estremeció de vivencias y proyectos desconocidos. Y su diario se evadía frecuentemente de las experiencias laborales de cada día. De no haber sido por el estrecho pudor de la gestante, Burguillos hubiera propuesto celebrar litúrgicamente el embarazo como una gran buena nueva… Y, juntos los tres, ungidas de sacra emoción, poner las diestras sobre el vientre, sobre la vida naciente. Y en una oración espontánea, llamar a florecer a la criatura sana y hermosa. Y se hubieran conjurado ante Dios para preparar, al que había de venir, una vida plena, profunda y feliz… Personalmente, Burguillos se comprometió, en el margen que le correspondiera, a no escatimar esfuerzo e ilusión en ser el abuelo ideal.
Agosto de ese verano fue muy movido para Burguillos. Hubo de presenciar, a pie de campo y de báscula, la cosecha. Debía de atender amablemente a curiosos y solicitantes de plaza para el nuevo curso. Y darle agilidad y estilo a la campaña de verano: captar turistas, examinandos de septiembre y extranjeros de los cursos de verano…
Fue una tarde, la de aquel veintisiete de agosto, trepidante de camisas pegadas al cuerpo y bolígrafos fluyentes, pringosos. Por fin, sonó el teléfono con otro timbre. «Acaba de nacer Jesús ‑me dijo el nuevo papá‑. Bien formado, grande, guapo…». ¡Como Burguillos le esperaba…! No sabía él lo que sienten los abuelos legítimos cuando les nace el primer nieto. Pero a él le anegó un tropel de alegría, ternura, sueños, proyectos…
Como andaba por entonces encalabrinado en la compra de una hermosa hacienda en La Mancha, soñaba que hubiera hecho tallar en la roca viva más visible:
Iesus A V
XXVII Augt MCMLXXXIII
Natus
XXVII Augt MCMLXXXIII
Natus
Y él mismo, con un tizo al rojo vivo, lo hubiera marcado en la viga más robusta, en el hogar del cortijo. Y, como el paterfamilias de la Biblia, hubiera dispuesto matar el becerro mejor cebado y espitar la cuba del mejor vino. Y en persona, con sus propias manos, hubiera volteado, enloquecido de alegría, la campana del cortijo, convocando jubiloso a todos los jornaleros y dueños de las heredades vecinas: «¡Eh! ¡Venid, apresuraos…! ¡Comed y bebed hasta el hartazgo! Que me ha nacido el primer nieto, a quien pondremos por nombre Jesús. Será grande y, tocado con el sol, será el centauro de estos pagos. Que yo, apenas se tenga en pie, le enseñaré a sujetarse sobre un caballo». Y con ellos, Burguillos se hubiera hartado de carne tostada y de frutos de su huerto. Y, con el vino bravo y oloroso, se hubiera alegrado. Y, asido a ellos, hubiera bailado alrededor de una hoguera. Y todo, porque les había nacido el niño Jesús.
Fue un verano redondo. Espléndido en cereales y lentejas. Pródigo en turistas y hospedajes. Muchas solicitudes de ingreso. Cerró un Colegio Mayor de religiosos y bien pudo haber puesto el suyo a rebosar… Pero era un centro muy problemático y Burguillos estrechó, desconfiado, el filtro de admisiones. Inició la selección. Que en ese curso ya se encontraba menos agobiado, más eufórico y expansivo.
Jesusín era un cielo. Le tenía encandilado. Sólo contemplarle era para Burguillos un premio refrescante.
De La Mancha le apretaban urgencias rústicas y amorosas. Y él, por no perder comba, iba, acudía célere, cargado de promesas y espléndido en fechas e inminencias. Junto a Lola, se emborrachaba de campo y posibilidades. Y retornaba a Valladolid, como siempre, ahíto de propósitos y futuros. Y ávido de reencontrarse con Jesusín. Visto el buen funcionamiento del colegio, satisfecho su ego, ya no le estimulaba la adquisición. Y se aducía razones para la fuga: «¿Adónde me lleva esto? ‑se preguntaba‑. Esto es enterrarme en vida».
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