08-09-2009.
Sí que me gustaría, sí, ser un corrupto.
Lo confieso: tengo madera (como para otras habilidades), pero no consigo realizarme… Y el caso es que no me apetecería más que serlo, a pesar de que me tildasen de ídem, me llamasen chupóptero (mejor si lo es de la pluma de académico, ¿no sería un buen pedigrí?) y me fuesen señalando con el dedo.
El clásico ya decía aquello de Ande yo caliente y ríase la gente, y en esto radica la esencia de serlo: que a uno le de igual tanto ladrido de perro por las esquinas. O tantos y tantos informes y fotografías en prensa.
Uno se debe a su misión y no debe andarse con peros ni peras al cuarto; menos con honorabilidades o decencias trasnochadas. Pobre pero honrado, eso queda bien, al igual que el Todo por la Patria de los dinteles de los cuarteles; pero del dicho al hecho… Y del hecho sí que se come y se disfruta; del dicho, no.
Una chaqueta por aquí, buenos zapatos por allá, unas obritas extras en el domicilio… y no digo ya (que sí) un chalecito facilitado en buena zona, o parcela que promete plusvalías, adquirida por un precio irrisorio… Ahí no me quedaría, que de mis hijos también me acuerdo, que no soy un egoísta, ¡qué va! A mis niños les vendría muy bien un buen enchufe, ¿a qué negarlo?, que les resolviese de una puñetera vez la vida y, si pudiera (o pudiese) meterlos en la maquinaria sutil de meritoriaje por la cara, ¿quién me dice que la niña no llegaría al menos a ministra?
De veras que no es aspirar a mucho, ni desear demasiado, visto lo que se estila actualmente; mas me encuentro realmente negado para lograr tales metas. ¿Será que, sin la práctica habitual de la penitencia y consiguiente absolución, que sin la debida guía de un espiritual padre, o sin tener la certeza de que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, no tengo los necesarios instrumentos para potenciar esas mis habilidades?
Claro que, como dije, madera la hay… Pues, ¿no se es un corrupto cuando uno acepta cualquier dádiva? Y en mi vida he aceptado algunas: alguna botella de vino de marca, algún juego de pañuelos, un pijama, cinturones, un carterón tipo ministro, bolígrafos y alguna calculadora, la corbata de empresa con el logo (para más inri), dibujitos dedicados, colonias, caramelos… Incluso, una vez, un empresario dadivoso me largó una botella de whisky, de marca buena, que me tragué en la Navidad más próxima, sin compartirla.
Confieso haberme tomado cervezas con el personal, haber asistido a comidas o cenas que me pagaban, haberme así expuesto a su soez manipulación posterior. No se me invitó nunca a principesca boda escurialense. Debe, pues, medirse mi fama como sobornable, según esta última referencia.
También he manipulado yo, a mi forma, regalando caramelos, chuches, juguetillos, cuentos… Nunca, sin embargo, mandé cesta de Navidad alguna; aunque bien es cierto que tampoco sé de qué están compuestas o qué artículos tienen, pues nunca las recibí.
A todo esto le doy un repaso y veo que mi conciencia no me remuerde: ergo tengo madera de corrupto. Como cantó Sabina: Yo quiero ser una chica Almodóvar… Se entiende, ¿no?