19‑08‑2009.
Miércoles, 19 de agosto de 1964
Castellón‑Tortosa.
Amanecí sudoroso hacia las 8 h y sin haber dormido lo necesario. Rápidamente nos aseamos y fuimos al bar Darío, en donde encontramos a Paco Rabal con Nuria Espert.
Charlamos con ellos y el resultado de la corta charla lo anoté en otro lugar de este cuadernillo. [Efectivamente, lo dicho está anotado en la última hoja del cuadernillo. Dice así:]
«Una cafetería de estilo vanguardista en el centro de Castellón. Su nombre, Bar Darío. Unas persianas verdes hacen del patio un lugar acogedor. Teníamos cita con Paco Rabal y allí lo encontramos junto a Nuria Espert. Ruedan en Castellón unas escenas de Fuego bajo la piel, título, por lo visto provisional, de la futura película.
El guión, nos dice Rabal, está sacado de una novela de Ángel Guimerà, titulada María Rosa. Es un drama rural cuya acción se sitúa a mediados del siglo XIX. Pero en la película lo situamos alrededor de 1945.
El argumento (y nos han pedido que no lo comentemos) es algo parecido a lo que sigue:
María Rosa (Nuria Espert) es una chica del proletariado que vive con una gran amargura porque, tras detener a su marido Andrés por el asesinato del capataz de su empresa, lo llevan a Ceuta en donde, un tiempo más tarde, muere. Mientras esto pasa, Marcial (Paco Rabal), el viejo y rico dueño de la empresa, que está desde siempre locamente enamorado de la bella campesina María Rosa, intenta conquistarla; pero ella estima a Andrés y, aún sabiendo que ha muerto, no quiere amar a otro hombre. Sin embargo, se traiciona a sí misma, casándose con Marcial. Pero en la noche de bodas, cuando él le confiesa que asesinó al capataz, y no Andrés, María Rosa lo mata.
—¿Estás satisfecho del rodaje?, —pregunta Márquez.
—Por ahora sí; pero aún queda mucho por hacer. Dentro de quince días nos vamos a Valencia para terminar allá y en la Huerta lo que nos quede por hacer.
—¿Te gusta el personaje?
—Pues sí. Es alguien con recio carácter, duro y que destroza cualquier obstáculo que le impida conseguir lo que desea. Son temperamentos que me van bien. Y Nuria lo está haciendo maravillosamente. También su personaje está dotado de un fuerte temperamento. El choque es inevitable y el desenlace dramático. ¿Tomáis algo?
—No, gracias; que tenemos que salir pitando, camino de Barcelona.
—Pues buen viaje y que tengáis suerte.
Nos hacemos dos fotografías y nos despedimos.
Y, de nuevo, el grupo en marcha. Nos dimos cita en el Ayuntamiento de Tortosa. Nos vamos a una estación de servicio que está a la salida de Castellón. Había un quiosco. Márquez y yo decidimos “picar” dos postales. La que yo cogí la coloqué, en un segundo, al otro lado de la guitarra y seguí andando. De pronto, un vozarrón a mi espalda me hizo volver la cara y vi venir hacia mí al dueño del quiosco. Me puse más blanco que la cera. También, Márquez. Estuve a punto de echar a correr, pero no sé qué punto de sangre fría me hizo quedar frente al tipo. Con sorpresa mía, éste se echó sobre Márquez y, agarrándolo por el cuello de la camisa, le gritó no sé qué en valenciano. Enseguida le echó mano al vientre y sacó la postal que tenía entre la camisa.
Ahí quedó todo y respiré, porque el señor era un tiparraco que ya, ya… Nervioso aún y algo pálido, Márquez se despidió poco después de nosotros: tenía que volver a Almería a hacer los campamentos. Bromas en la despedida y fotografía. Sentimos de verdad que se fuera, porque era un buen pilar del grupo por su alegría y dinamismo, además de ser un buen buscavidas.
Y reanudamos la tarea del autoestop, que es nuestro quehacer cotidiano. Pasado un buen rato, nos recoge un Peugeot a Berzosa y a mí. Lo conducía un señor francés (manchego de adopción, decía él) con su hija al lado (feúcha, por cierto, pero muy simpática). Nos empujó unos 30 km. Berzosa es recogido por otro coche y, poco después, me recoge a mí el secretario español de Cáritas. En la carretera diviso a Berzosa y también se sube a nuestro coche, que nos deja unos 20 km más allá.
Y la historia se vuelve a repetir: Berzosa se separa y, después de un buen rato de espera, se para un muchacho farmacéutico que me llevaría hasta el mismísimo Tortosa; pero me dijo que antes tenía que recoger unas recetas. Con él recorrí Peñíscola, Benicarló, Vinaroz, San Carlos de la Rápita y Amposta. Alrededor de las 18:30 llegamos a Tortosa, un pueblo importante, con una vega espléndida, regada por el Ebro. En la plaza del Ayuntamiento, encontré a los demás, salvo a Martos, que aún no había llegado. Dirigidos por el incansable don Jesús, nos vamos a los Operarios Diocesanos. Nos atendió muy bien el rector, un tal don Camilo, antiguo director espiritual de don Jesús en el seminario vallisoletano. A las 21:30 estamos cenando y llega por fin Martos: se había quedado “encallado” en el cruce de la general hacia Tortosa…
Dormimos en Flex toda la familia y ¡sin mosquitos!
Foto de despedida a Márquez: Compains, Lara, Márquez, Berzosa y Martos.