Autoestop por España, 05

10-08-2009.
Lunes, 10 de agosto de 1964.
Almería-Cuevas del Almanzora.
Salida tempranera (hacia las 8 h) hasta las afueras de Almería, dirección Murcia. Allá me lleva una moto. Primer amago de accidente: se me vuela mi sombrero de paja y, al doblar para recogerlo, pasa un Fiat descapotable a buena velocidad y por poco nos derrama por la carretera.

Pasan coches y más coches, y nadie para. Son las 9:30. Por fin, otra moto se detiene y me lleva al cruce de la carretera Granada-Murcia. Allá están don Jesús y Compains. Nueva parada de casi dos horas. El sol empieza a calentar. Una gentileza: pasa una chica tirando una carretilla y dos cántaros. Me propongo y acepta que se la lleve al aguadero que se encuentra a casi 1 km. Tímida y silenciosa, al despedirnos, me ofrece una canastilla de exquisitos higos “franciscanos”, que compartía luego con don Jesús y Compains.
De nuevo, una moto me lleva al pueblo próximo llamado Benalux. Enseguida veo pasar a Compains en un camión y, poco después, llega don Jesús en otro, que se para, me recoge y nos deja en la gasolinera de un pueblito llamado Sorbas, a unos 50 km de Almería. Allá estaba Márquez. Esto es un verdadero desierto. Solicitamos autoestop a un señor que rellena el tanque de su Gordini. Desgraciadamente, él iba para Almería. Y resulta ser el dueño de los camellos que “rodarán” en la película La Biblia, para la que no conseguimos ningún contrato como figurantes…
Poco después se para un Seat, al que subimos Márquez y yo. Don Jesús se queda. El Seat nos deja en Vera a media docena de kilómetros de Cuevas. Nos disponemos a ir andando, pero tenemos suerte: un Jeep se para y allá nos lleva.

Cuevas del Almanzora.

Cuevas es un oasis en medio de un desierto. Se llama del Almanzora, pero el río está completamente seco. Nos cuentan que, cuando lleva agua, la fiesta del pueblo tiene la algarabía de las crecidas del Nilo. El nombre de Cuevas procede de las numerosas que hay dispersas en aquellos cerros arenosos y de calcita. La mayoría están habitadas por gitanos; pero también hay gente “con posibles” que se ha acostumbrado a vivir en ellas y que las han organizado como un palacete subterráneo.
Un “indígena” no condujo a casa de Berzosa. De nuevo, se impuso la sensación de encontrarme en un pueblo palestino. Gente, sentada a la puerta, desgranaba las panojas de maíz. Subimos a casa de Pepe Berzosa. Nos esperaban. Una acogida realmente familiar. Ya están allí Lorite y Martos. Cerveza y tapas. Pepe coge mi guitarra y nos ofrece un agradable rato de canciones, que coreamos con alegría como en la Safa. A las 15:30 llega don Jesús y a las 17 h, Compains, que se ha tragado a pie y bajo el solazo los seis kilómetros de Vera a Cuevas.
La comida se prolonga hasta las 18 h. Siesta reparadora. Dolor de vientre. Visita a las cuevas. Hay una especie de hondonada repleta de ellas y que se asemeja a las grutas de leprosos de la película Ben-Hur (creo); por eso las llamamos «El valle de los leprosos».
Cena alegre para todos, excepto para mí, que tenía el estómago hecho un asco. Paso una noche burra en fiebre y de “turbio en turbio”; pero por la mañana estoy dispuesto para partir a Murcia, la etapa siguiente.
Alguién me habló de Mojácar (seguramente Pepe), de su preciosa playa y sus curiosos turistas. En mi duermevela, pergeñé este soneto, que acabé días después.
Baja la luz en gotas verticales
y se anida despacio en tus recodos
y salientes puros. Buscas los modos
de orear tus abismos corporales.
Sube la luz ‑distancia de cristales‑
hacia otros planos con distintos polos;
y tú, sabiéndote de luna y yodos,
desatas tus ensueños tropicales.
Cigüeñas. El arenal tiembla alado
de palmeras, y el poniente destaca
su cuello moribundo en tu costado.
Y la noche llegó ‑fibra de nácar‑,
dejando para siempre modelado
tu cuerpo, en las arenas de Mojácar.
 

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