
Cuando hube de pasar unos meses largos en el seno del Ejército Español ‑vía cosecha de recluta forzosa‑, allá por el año 1973, tenía alguna cosa clara y descubrí algunas cosas que en apariencia no existían.
La clara era que me jodían un año y pico de trabajo (y sus ingresos), que luego se me prolongó en un año más de paro por cuestiones burocráticas. Claro que, aunque soy persona de previsión y método, y acostumbrado a la disciplina (¡Pues no la llevábamos bien aprendida desde la Safa!), lo que menos me entusiasmaba era soportar la disciplina gárrula de los primeros analfabetos (a uno lo apodábamos “El Cabrero”). Claro que se trataba de pasar el tiempo de la manera más acomodada posible y, a poder ser, desapercibida.
Felipe González

Mas lo importante era que descubrí que había oficiales que ya mostraban una actitud y una tendencia democrática. Personalmente, por mi situación en el regimiento, traté en varias ocasiones a los oficiales del mismo. Alguno se atrevía a confesarte «que escribía poesías» (cosa que, tratándose de Granada y la triste herencia lorquiana, debía considerarse de mariquitas). Otro me consultaba sobre textos para leer, y no se recataba cuando aceptaba alguno tal vez controvertido. Sí que los había que te pedían las supuestas revistas pornográficas, que ‑dada la opinión que debían tener sobre mí‑ yo tenía guardadas en algún lado, para sus tediosas tardes y noches de guardia. Los hubo que me llamaban, cuando el cuartel se quedaba con el personal justo, por las tardes, a tomar con ellos algún cubata en el bar de oficiales.
Joaquín Sabina

Algunas de las conversaciones me llevaron a pensar, seriamente, en el concepto que debían tener de mí; o en la suposición de que yo tendría algo, en mi estancia en aquel regimiento, que trascendiese mi obligación de pasar los meses de estancia militar. Pensaba en el porqué de esas declaraciones arriesgadas, de todas formas. No se olvide la fecha en que estábamos: el asesinato de Carrero Blanco, en esos días. Tal vez pensasen transmitirme algún mensaje, que ellos creyesen que pasaría a los destinatarios adecuados.
Pedro Almodóvar

Pero me viene este recuerdo al ver cómo ahora se cataloga a un teniente general como «demócrata o de confianza del Presidente»; y pienso que esta persona debía ser, por aquellos años, uno de esos jóvenes oficiales que ya entendían que, además de soldados, eran ciudadanos.
Tal vez me equivoque. Tal vez no. Pero es una buena y sugerente idea.