14-06-2009.
San Marcos: 14, 12-26
¿Preparativos de la institución eucarística? Poco aparatosos, sin duda. San Marcos cuenta la providencia de Jesús, que envió a dos de sus discípulos al encuentro del hombre del cántaro de agua que les condujo a la sala amueblada y dispuesta para la Pascua.
La Eucaristía, Misterio por antonomasia, es Misterio de sencillez. Ofrenda de pan y de vino ‑«fruto de la vid y del trabajo del hombre»‑ para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Prodigio mayor no ha podido soñarlo ninguna cosmogonía, ninguna teogonía. Y al ser inenarrable el milagro, ¿no sobra cualquier adorno de imaginería, cualquier orfebrería de pensamiento? Sus palabras, «Este es mi cuerpo», se ciernen sobre la Creación, constituyen el pasmo que enlaza aquel día con el último día. Ante ellas, nada más cabe un silencio de adoración.
¿Quién puede desentrañar aquí los conceptos? ¿Qué conceptos pueden venir en auxilio de los conceptos? Inexplicable suceso que nada más el inexplicable suceso del amor divino puede aclarar un tanto. ¿Acaso ha ocurrido algo verdaderamente sensacional después de aquello?
Pobres de nosotros, que embadurnamos la vida de sensacionalismos de laboratorio, servidos de abundosa información, en el retablo de la primera página de los periódicos. Barrocos sensacionalismos de pacotilla… Porque, realmente, lo sensacional se agotó, la sorpresa se apuró, la noche de la Cena del Señor: Cristo hecho comida y bebida para el hombre. Lo real, sobrepasando lo fabuloso. ¿Parece leyenda? Pues es el fondo de la Historia; de esa Historia que, sin embargo, se escribió y se escribe, prescindiendo de lo divino, buscando en la superficie cortical de los tiempos las raíces de la verdad…, cuando la verdad no tiene derecho ni a llamarse Verdad («¿Qué es la verdad?», preguntaba, unos instantes después de la institución eucarística, Poncio Pilato), desde el punto en que no hay certeza alguna sin la garantía que lo sobrenatural abona.
Sencillo es el Misterio, por Misterio. La orgía de preparativos, el “lujo de detalles”, conciernen más bien a lo no consistente, a lo feble. La hojarasca es privativa de la infecundidad. En el Misterio todo es significado y todo sustancia: no hay lugar para la apoyatura. El Misterio no se apoya. ¿Dónde podría apoyarse? Él se sostiene solo e insólito en su propia gravidez, como Astro.
Tras hacer Cristo su Cuerpo del pan, hace su sangre del vino. «Esta es mi Sangre de la alianza que será derramada por todos». ¡Por todos! ¿Por qué ‑piensa uno‑ estos gestos foscos, estas susceptibilidades de los hombres, cuando se enojan frente a otros hombres, al advertir diferencias de clase, de economía, de talento? Resulta que Él ha derramado su sangre por todos, sin diferencia y sin preferencias. ¿No bastaría esta consideración para que, de una parte, nadie se crea más; para que, de otra, nadie se crea menos?
Tenemos todos la misma herencia; somos legatarios de los beneficios de los intereses infinitos de su Ofrenda. ¿Por qué disputar luego por lo mínimo, por lo accesorio? ¿Por qué infatuarse? Y ¿para qué deprimirse? ¿Acaso es razonable ningún complejo de inferioridad, después de que Cristo ha dicho que es de todos su Cuerpo, que es de todos su Sangre?
Nos falta espíritu sobrenatural. Quiero decir que nos falta todo. Para suplir el espíritu sobrenatural, acudimos a mil arbitrios. Entonces pujamos por destacar, por levantar nuestro propio estandarte. Y no vacilamos en convertir la personal bandera en arma de combate. Pero sólo su Estandarte vale.
Si vale su Estandarte, si fieles adictos somos todos de su Fe, si para todos es la Mesa de su Banquete, la consecuencia surge naturalmente, como el fruto de la flor. Y la consecuencia no puede ser otra que el Amor Fraterno. Por si fuera poco, Él lo remacha en San Juan: «Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, miente».
Eucaristía: Sacramento de la Igualdad de los hombres en la participación inefable del Señor.
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