22-05-2009.
Se aproximan malos tiempos para la enseñanza.
«¿Otra vez?», se preguntarán; o, quizá, se dirán: «¿Pero cuándo fueron buenos?».
Es verdad. Es cierta esa duda. La enseñanza ha venido siendo vapuleada casi de continuo, unos periodos con más furia y otros de forma más relajada, pero casi nunca cesaron los ataques a la enseñanza.
Cuando no eran los problemas con padres y madres los eran con chicos y chicas; cuando no existían fricciones con las familias y el alumnado (¿cuándo no?) se enfrentaba el profesorado entre sí. Cuando hasta el profesorado andaba en calma entonces era la propia Administración la que se dedicaba a enfurecer a las abejas obreras de la colmena educativa.
Los resultados de tanto desmán están ahí, se han medido y cuantificado, son palpables.
Hubo un tiempo en el que la autoridad educativa se dedicó a jugar a los experimentos. En concreto y principalmente fueron los años ochenta del pasado siglo. Experimentaron con todo y con todos. Programas y programaciones, estructuras, criterios pedagógicos y administrativos, y más. Todo fue palpado, cuestionado, alterado y experimentado. Lo claro se invirtió a oscuro, por ejemplo, en el sistema de concurso de traslados.
Para ello se alzaron, siempre los hay, los fieles y fanáticos de la reforma y los adjuntos espabilados que intuían ventajas en tanto movimiento. Claro, eran los primeros beneficiados en sus situaciones profesionales y personales, ante los renuentes a las reformas, los refractarios. Un buen grupo de aquellos se logró situar en puestos que los liberaban del tedio y del trabajo excesivo a pie de aula. Se colocaron.
Tal vez esos refractarios, o al menos prudentes, veían ya lo que sin remedio sucedería. Sucedió, pues se hizo todo ello Ley. Y se fracasó estrepitosamente. Ahora conocemos sus resultados, ¿o no?
Debe ser que no. No en la interpretación de los mismos. En vez de asumir que las deficiencias vienen de esos años y experiencias vanas se nota un empecinamiento en negar la mayor, negar los orígenes del problema para así cargar las culpas en otros, especialmente en el profesorado. Y es bien cierto que también el origen pudiera estar en la deficiente formación del mismo (los dichosos planes y los accesos indiscriminados apenas con un CAP protocolario). El profesorado no se adaptaba a nada, ni lo intentaba, ni entendía lo que se pretendía. El profesorado no rendía lo necesario, no se ponía al día. Nada de lo que se intentaba fructificaba, pues caía en terreno baldío. Un delegado de la autoridad educativa (él, maestro, nunca pisó una unidad de EGB o primaria), ante problemas de disciplina notorios, llegó a culpar a los profesores de los mismos, porque no hacían cursillos.
Cuando parecía que se debía aprender de los errores pasados, como no se admiten obviamente, pues se vuelve a ellos con más ahínco. Hay ahora toda una ofensiva hiperreformista. Interpretando absolutamente al contrario los datos recibidos, informes de convergencia europea y demás, se estipula que debemos acelerar un supuesto despegue idiomáticotecnológico. No dominamos las tecnologías punteras (especialmente informática e internet) y hay que bombardear al público para que se convenza de ello y acepte la introducción de los programas y de los instrumentos y materiales. A achuchones debemos hacer apariencia de que estaremos a la última, sin parar en otros detalles quizás más importantes y útiles (como la disponibilidad técnica, el dinero y la preparación previa). En aras de la supuesta eficacia de nuestras iniciativas de última generación, nos gastaremos un pastón sin asegurar su inversión.
¿Pues no se indicaba en los informes que había carencias muy básicas, como la comprensión lectora, la discriminación de los problemas matemáticos (consecuencia de lo anterior), poca aptitud matemática, deficiente dominio idiomático (inglés especialmente), excesivo absentismo y abandono prematuro? Salvo la competencia idiomática, ¿lo anterior tiene que ver con la informática u otras tecnologías? ¿Cómo se dominarán los idiomas, las matemáticas, la tecnología, si no hay en absoluto base de lectoescritura? ¿Nos garantiza el uso informático la mejora en el idioma materno o en el segundo adoptado? ¡Pues, de la forma en que los jóvenes lo utilizan en ese medio y en otros afines, creo que muy al contrario!
Se han hinchado los currículos oficiales, no sólo con exceso de contenidos sino con una serie de aspectos transversales y sectoriales que, a cada poco, interfieren o interrumpen el normal desarrollo programado; así, los diferentes “días de…”, a los que hay que atender de oficio, con sus actividades incluidas, que a veces podrán incardinarse en lo preparado en general, y otras veces es que hay que meterlas, dejando de lado las más necesarias, pues también son de obligado cumplimiento. Además, los variados programas adicionales de cualquier invento que mole o esté en la mente de un ministro o una ministra; esos “espacios de Paz”, “no sexismos”, salud o juego, o vaya usted a saber…, porque es que cada día la sociedad exige más contenidos a los centros educativos (se “debe” enseñar consumo, educación vial, sexual, religiosa, por supuesto…). Tiempos que se retraen a los ya ajustados del programa general y básico de enseñanza. Pues se arregla con compromisos de calidad de enseñanza menos que fiables.
Ahora vamos como locos a eso que se llaman centros TIC y centros bilingües. La panacea, la repera, el santo grial de la enseñanza. Se olvidan esos programas de “calidad”; ya están, sin aplicarse prácticamente, obsoletos; peor: olvidados.
¿Se necesitan los centros con medios informáticos incluidos en las aulas? Indudablemente, nadie lo niega. Es un instrumento pedagógico muy bueno (yo desearía tenerlo). Pero no “el” instrumento. ¿Quién duda de que un automóvil es mejor que un carro de bueyes? Pero las adquisiciones básicas (verbales o matemáticas) no se logran sólo con informática. Creo que es de razón lo que escribo, pero dudo que existan quienes así lo admitan, dada su pertinaz manía. Perversa o interesada manía.
¿Es bueno que se disponga de una capacidad en idiomas que no sólo sea la materna? Indudablemente; pero tampoco es la panacea, la fórmula mágica que nos lleve a lograr que nuestros conocimientos se pongan a la par que los de otros países. Si, por el contrario, se ralentizan las enseñanzas generales, al mezclarlas e intentar impartirlas en variados idiomas, que ni se dominan ni pueden administrarse convenientemente, porque su vocabulario puede ser demasiado técnico (y el que explica en el otro idioma no tiene ni idea de la materia impartida), lo que se logrará será que ni se aprendan correctamente esas enseñanzas básicas o generales ni se logre el dominio idiomático pretendido.
También creo de razón mostrar estas prevenciones, mas me temo que se estimen impertinentes y fuera de lugar, además de poco “científicas”. Porque ahí irá otra de las argumentaciones falaces para levantar el tingladillo: que los que opinamos en contra no tenemos suficiente idea, ni formación. Y es cierto, porque, como yo, echamos muchas horas rodeados de alumnos como para poder pararnos a pensar demasiado.
Tales situaciones que se nos van imponiendo culminarán dando prioridades, como en los ochenta del pasado siglo, a quienes se valgan de opciones “preferenciales” (tengan los perfiles requeridos), aunque pasen por encima de muchos profesionales que llevan muchos años de ejercicio y que verán cerradas opciones para ocupar otras plazas. Se cierran los merecidos traslados a quienes durante muchos años los esperaron en destinos a veces difíciles. Los sindicatos, defensores de los derechos de los trabajadores, callan y aceptan.
En fin, pensaré en egoísta: habrá empleo para mi hija, licenciada en filología inglesa; aunque yo, suprimido, me quede sin la plaza definitiva que deseo.