Tiempos dorados, 1

16-04-2009.
Los celosos padre Rector y el hermano Administrador enseguida le recortaron a Burguillos la autonomía. No consiguió, por ejemplo, que el correo le llegase directamente a Miralar. Ni tampoco pudo conocer el presupuesto de que disponía. Le confinaron cuanto pudieron y no se quedaron ahí…

Al segundo y tercer año, las subidas oficiales de salarios, ni a Araque ni a él les afectaron. Se atrevió a reclamar. Fue inútil. Como protesta, dejó de cobrar. Casi tres años le tuvieron sin tocar el tema ni la pasta. Bien entrado el tercer año, el Rector y el Administrador de la Provincia Castilla y León, padre Cea ‑cuarto de arcángel y tres de publicano‑, Recaudador de impuestos. le citaron. Reuniones maratonianas, fatigosas… Dos contra uno, con la sartén y el mango en la mano. Agotado, consciente de la inutilidad de sus argumentos y derechos, Burguillos les mandó a tomar el fresco… Y al fin, le echaron un cacillo de lentejas… Ya le habían tomado las vueltas y sabían lo entusiasmado que andaba él levantando Miralar.
No estaba seguro de cómo andarían en Teología Moral. Pero les recordó que ni siquiera podía recurrir a la occulta compensatio. Pues que nada había de la Compañía en que pudiera compensarse.
Bajaría de tono este relato si ya contase los estropicios económicos que el sensible Rector y el rampante hermano Administrador le hicieron. ¡Eso sí! A Burguillos le quedaba el consuelo de que siempre era a la Mayor Gloria de Dios…
El hermano Administrador era de pata corta y mano larga. Craso y redondo, hacía recordar aquellas huchas de barro cocido, botijonas. Gordas, barrigudas. Y que nunca se saciaban de monedas. “Fray Talegas” o “Talego” le llamaba Burguillos. Chusco era y cómico. Que bien les hacía reír. Todos, incluso los rectores, le tenían cierto respeto, porque era descarado y boquisuelto. Llevaba la administración a su aire… Que si ciertamente no era secundum Deo, sí era altamente rentable. Barajaba nóminas, becas y pensiones de huérfanos… ¡A cuántos chicos resabió Hizo tomar un vicio. y dejó envenenados de rabioso anticlericalismo! Por todo esto gozaba de privilegio en la Comunidad. Vacaciones por libre. Idas, venidas, llevadas y traídas sin control…
Para salvar algo de su autonomía en la trasformación de Miralar y mantener sus criterios y estilo educativo, hubo Burguillos de vacunarse. Zancadillas y malas caras no le faltaron. Más daño le hacía la despreocupación educativa del “Batallón Cristiano”.
Alguna vez había hablado Burguillos de que cada etapa del educando tiene sus necesidades propias, puntuales e ineludibles. Y de que de la satisfacción adecuada de las mismas está colgada la realización de la personalidad. En vano machacaba insistiendo en que del mismo modo que en la Formación Profesional se impartían las asignaturas coordinadas progresivamente, así, en la educación hay estadios e intereses impuestos, reglamentados por la propia naturaleza humana, de obligatoria atención y cultivo.
Y así le llegaban los muchachos con su esquema de intereses raleado, Inmaduro. confuso. Ante esta cerrazón no se inmiscuía Burguillos en nada de Cristo Rey. Era otro mundo en otros modos pautado. O sin pauta alguna. A pesar de esta su respetuosa indiferencia, no se veía libre de críticas y afanes de intromisión. Se le repetía el descarado prurito Deseo. de fiscalizar cómo sin coacción y sin inspectores funcionaba Miralar, a veces con trescientos internos. Y sus colegas lo tildaban de dictador. Y cuanto más como la seda marchaba Miralar, más acribillado de avispas sentían su celo. Interés. No le afectaba. Burguillos tenía las ideas claras: Apurar todas las posibilidades en todo lo que de él dependiera. Personas, medio. Todo programado sobre un proyecto educativo. Sin improvisar, al socaire del Espirítu Santo.
Sí, la casa era habitable. Pero pedía a gritos una actualización. Y, sin dudarlo, optó Burguillos por combinar funcionalidad y estética. Era su estilo. Y en aquella jungla de limas, tornos, fresadoras, cables y voltios… le urgía aún más crear un remanso de motivos que sensibilizase el alma de aquellos mozos. A quienes, día a día, se les iba fundiendo como piezas en serie para ser engranadas en la rueda sin alma de la fábrica.
Los alrededores de Miralar, desatendidos y escombrados estaban. Pero eran amplios y capaces para jardines, paseos y arbolado. Y a Burguillos le tentaba hacer de la casa un hogar, un pequeño museo artesanal, una biblioteca con música clásica de fondo por doquier… Y un lugar de recreo en los entornos… ¡Y de cada residente, una llamarada viva de ilusiones y afanes!
El Rector también estaba perplejo. Burguillos, doctor en esas artes, comprendió que si entraba en consultas y visto bueno, poco se iba a realizar. Y lanzado como estaba, ya metido en obras, le ponía al tanto. Y nunca tuvo problemas. Mucho menos si se hacía con los chicos y con dineros del baile. Sólo así, con mucho brío y sudor de los residentes se cambió el viejo caserón en un hogar alegre, acogedor y altamente educativo.
El padre Ministro, hasta muy al final, cuando se puso el sol, para Burguillos no existió. Era un joven barbilindo, pelirrubio, asténico Débil. y cimbreante. Inseguro. De mal dormir y tardo y áspero en el despertar. Pero nada de esto le llevó a desestimar su apoyo. Andaba él, por aquellos años, muy absorto preparándose para liderar la espiritualidad de los jóvenes. Por otra parte, indómito Burguillos, no estaba dispuesto por aquello de si coecus coecum ducit… Si el ciego conduce al ciego, ambos caerán en el hoyo.a dejarse dirigir por nadie de aquella desacordada orquesta.
Con todo, no le faltaron manos y alientos de la Comunidad. El mismo hermano Nazario, alto y flaco como un perigallo, muchas veces despejó la cara y le ayudó en obras difíciles. A veces se establecía un pulso entre los dos. Si Burguillos no cedía, Nazario se le ponía de parto. Y si la obra afectaba al bienestar de los chicos, Burguillos acudía al Rector. Al Rector se le alargaban la cara y la indecisión. Y Burguillos sabía que llevaba las de perder. Que los derechos de rango canónico, por más torcidos que fueran, siempre prevalecían sobre los del pueblo llano. Y Burguillos, que tenía las cosas claras, prefería suspender la obra. Que bien sabía él de manos benditas metidas a pasteleras…
Otro que mucho le ayudó fue el hermano Martínez, a quien todos llamaban “Pachi”. Burguillos, casi con devoción franciscana, le llamaba “Hermano Francisco”. Si hay alguna isla, algún trozo de paraíso en la tierra, sin duda está en el corazón de este hombre.
A pesar de estas desavenencias, Burguillos se sentía orgulloso del ritmo al que trasformaban Miralar. Y de ver el contento que los chicos sentían al comprobar de lo que eran capaces. Su relación con ellos, excelente. Hinchado se sentía de ver que cada día eran más los que acudían espontáneamente a su despacho que los por él citados. Él, que siempre tuvo claro que su misión no era complacer a los Superiores, se sentía gozoso. Porque conseguía provocar la colaboración y el entusiasmo de los chicos en su propia formación.

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