Por supervivencia

06-04-2009.
Existe, a veces, una tentación de cuestionar nuestros actos y nuestra propia vida, muy frecuente en personas procedentes de capas de ideología restrictiva, moralmente y éticamente muy escrupulosa, que lleva a evaluar todo lo que tenga apariencia de diferentemente positivo; frente a otros, como injusto o al menos cuestionable.
 

Sería tal vez una forma de enfocar estas realidades diferentes muy honesta. Sí, el saber que uno existe en la diferencia respecto a otros; que esa diferencia implica tal vez una situación injusta, aunque sólo sea por la propia existencia en sí; sentirse un privilegiado en situaciones extremas… esto todo sería un aspecto ya de por sí positivo, en cuanto a la persona que así lo sintiese; una muestra de su valía ética y moral.
Es más común lo contrario: la eliminación de todo remordimiento, de toda forma de empatía hacia el otro, el que nos rodea o el que sabemos existe, pero de manera muy diferente a nuestra propia existencia. Hay un endurecimiento en las conciencias de las personas que no han sido alcanzadas por la derrota, la enfermedad, la explotación, el descrédito, la miseria tal, que ni un atisbo de reflexión misericordiosa surge. Menos todavía un atisbo de falta o pecado (religioso o laico). Hay pobres y hay ricos; hay quienes saben aprovechar las oportunidades y los hay que no; hay a quienes la vida no da ni presta compasión alguna y otros que siempre serán afortunados. Así piensan y conforme a ello así deciden. Si tuvieron alguna vez escrúpulos, están enterrados y bien enterrados.
Uno se puede sentir, pues, privilegiado si la vida le va, al menos, pasablemente. Uno es privilegiado al poder levantarse y saber que le espera su trabajo, que lo tiene, que se le paga puntualmente, que no lo tiene que mendigar ni rebajarse hasta lo indecente; uno puede todavía ir con la cabeza alta. Pero para algunos, los de ética estricta, ese privilegio debe llevarles a la reflexión adecuada: la de sentirse a su vez, al menos, culpables de ello; aunque sea un poco. Así tranquilizaría su conciencia.
Bien, habremos pues de sentirnos culpables. Y con ello ya seremos felices, paradójicamente. Seremos felices si admitimos que por nuestra culpa otros no lo son.
Cargaremos con la culpabilidad que en realidad generan otros. Los que han ido a por todas; los que repescaron hasta el último céntimo (y siguen haciéndolo) con una atroz avaricia; los que hablan ahora de despidos baratos (cuando se blindaron los suyos millonariamente) y de congelaciones salariales, mientras siguen con sus bonos y primas más que discutibles.
Me doy cuenta, sin embargo, de que personas muy adictas a estas reflexiones de la culpabilidad, las mantienen, las impulsan y las pregonan con una ligereza atroz, o con una caradura tremenda. Unos, creo, porque no se han parado a mirar debajo de su alfombra; y los otros, porque no quieren mirar, sencillamente, pues saben a ciencia cierta lo que debajo esconden. Se apenan externamente de los problemas de los demás, pero no hacen nada por reducirlos.
Creo que esto es más perverso que lo anterior. El sinvergüenza, al que lo que le pase a los demás le tiene sin cuidado, es un desaprensivo; pero el supuestamente concienciado que, a sabiendas de sus privilegios, continúa como si tal, es un verdadero canalla.
No vale el rasgarse las vestiduras ante la situación actual de deterioro, pegándose golpes de pecho solidario, porque uno es de los que no van a sufrirlo demasiado. Veamos un ejemplo práctico y sencillo:
Se producen muchas pérdidas de puestos de trabajo. Hay, como consecuencia, situaciones en las que el único ingreso por este concepto de algunos hogares se acaba. El único ingreso por hogar o familia, ¿entienden? La prestación por desempleo también se acaba indudablemente. Ninguno de los que leen este comentario dudará de la situación espantosa en la que esas familias pueden hallarse.
Con extraña pero ineficaz solidaridad, nuestros queridos gestores de conciencias nos convencerán de nuestro pecador privilegio (y del suyo, creo). Lograrán que accedamos cada día a nuestros trabajos con un pellizco en el estómago, con mala conciencia.
Y de esta forma quedarán justificados.
Ahora, ¿esa es la forma de solucionar el tema? Por el contrario, hay muchas familias en las que entra no un sueldo para su sustento y mantenimiento, sino dos y a veces hasta más… ¡Cuidado!, no escribo de personas sino de unidades familiares, pues será fácil aducir que una persona (sea mujer u hombre) tiene derecho a un trabajo, a ejercerlo y a recibir estipendio por ello, ¡cómo no…! Pero estamos acá reflexionando sobre la supervivencia de unidades familiares, padres, madres, sus chicas y chicos, personas dependientes… SUPERVIVENCIA, que no es un derecho cualquiera, un capricho de visionarios. ¿No tiene derecho ese conjunto de personas a que se les asegure al menos una entrada económica? Cedan uno de sus puestos de trabajo quienes tienen acceso a varios en sus hogares, den oportunidad a quienes ya se quedaron sin ninguno o a quienes puedan ocuparlo por primera vez. Hay y hubo más trabajo del que se piensa y se pregona; sólo es cuestión de repartirlo. Pues si no se trabaja, ¿qué…?; ¿esperamos otra solución salvadora…?
No es demagogia ni atentado a los derechos ya ganados (por ejemplo, el trabajo de la mujer, su emancipación, etc.), sino ejercicio de la justicia distributiva. No es comunismo, pues no pretende la igualdad en la pobreza; lo que pretende es evitarla, precisamente para no llegar a la miseria.
La situación actual puede ser traumática para quienes se habituaron a unos ingresos que les permitían vivir más desahogadamente o no hundirse del todo entre deudas adquiridas; pero tendremos que ir pensando que la forma de vivir que se ha llevado no ha sido la mejor; y a la vista están los resultados. Cuando se tenía algo, ya se quería más; y una vez conseguido, parecía poco y se iba a por más… Cada vez así se ha necesitado más y más. Y ya tenemos la excusa para argumentar en contra de lo acá propuesto. Lógico. Aparentemente, es dar marcha atrás. Pero es para recoger a los vagones descolgados, que se quedarán ahí, si no, estorbando ya cualquier trayecto por la vía. El egoísmo es una emoción humana. Conservadora. No podemos sustraernos a un egoísmo positivo que siempre irá en beneficio de los nuestros. Yo no quiero luchar contra el egoísmo, pues es pérdida de tiempo. Así que no criticaré ni gritaré cuando alguien, en aras de su egoísta conservación y de su prole, opte, si ve su vía cerrada, por destruir toda la vía. Entonces no valdrán los argumentos cívicos de bienpensantes, la apelación al orden y a la ley, el intento de apagar su fuego y su ira. ¿Acabaremos con el perro rabioso después de no haberlo vacunado?
Predicar no es dar trigo, se dice popularmente. ¡Cuán cierto es! Pero es muy fácil predicar: deja las conciencias tranquilas y los bolsillos indemnes.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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