Miralar a contrapelo, y 3

31-03‑2009.
Aquel comedor fue el alma máter. La palestra de sus pedagogías. De allí salió el estilo de Miralar. Y cocido muy de prisa, porque los de Maestría solamente dos cursos estaban con él. Y con sus dieciséis, diecisiete años, en erío Sin cultivar ni labrar. le llegaban… Con desiertos y marañas en la tabla de intereses propios de la edad.

Fue más centro de vida y normas de conducta que la sala de conferencias o la misma capilla. Ni una sola cena o comida se perdía Burguillos. Y nunca, antes o después, le faltaban tres, cuatro minutos para el aviso o el comentario. Era el grano de inquietud o de alegría cotidiana. Ponía en ello el mismo esmero que si se tratase de una conferencia fundamental.
Recordaba entonces Burguillos a los buenos labradores de su pueblo. Siempre sembraban con las tierras a punto. Semilla seleccionada y con todos los acondicionamientos. Así seleccionaba él y espiaba el momento. Y cargadas de intencionalidad las palabras, soltaba al aire su mensaje comprimido. Le ilusionaba pensar que buena parte de los oyentes siempre captaban el significado concreto, puntual. Pero Burguillos, si el tema lo admitía, se esforzaba en trasferirle un tono, un temblor emocional que excediese el mero significado. Esos mensajes que, por muy precisos que sean en la exposición, nunca son cerrados, concluyentes. El énfasis, el calor de la voz les dejan estremecidos con la fuerza germinal de la curiosidad, de lo interesante. Y la capacidad creadora del deseo, del proyecto.
El buen comer en grata compañía, sabiéndose por lo menos considerado, predispone a la receptividad, al sí. En ese comedor, antes de servir la comida, cada chico exponía un tema libre durante cinco minutos. Atención absoluta, garantizada.
En los recreos, más de una vez le mantearon también. Pero la muestra palmaria de su cercanía y aceptación fue simple y más gratificante que cualquier homenaje. Espontáneamente fue cundiendo el tuteo. Pero no le llamaban Burguillos… A él le sabía un poco a ternura filial… Le llamaban “Viejo”. Nunca le sonó a mote. En todo caso, más lisonjero era que si le llamasen “el Perolo”, “Pistolas”, “el Persianas” o “el padre Pilila”.
El bueno del Rector, el de la barba encanecida, era hombre, sin dudarlo, de buena voluntad. Burguillos se le había quejado de la ausencia de criterios educativos que desgobernaba el Centro. Y, poco antes de comenzar el curso, reunió a Prefectos y Espirituales para contrastar los objetivos base de cada educador. Se adujeron rasgos, intenciones y desligados valores educativos. Seriedad en el estudio. Compañerismo. Deber y piedad. La responsabilidad fue el término más socorrido.
Simples como la luz, el pan y el agua, presentó Burguillos las líneas maestras de su pedagogía como reflexiones para un humano que llegara a la tierra… Y que él estimaba válidas para su gente.
«La tierra ‑les decía‑, morada inevitable que ha de compartir y mejorar con otros humanos. Y de la entente Pacto, acuerdo. que entre ellos se establezca colgarán los éxitos y el bienestar. Y tarde o pronto le morderá la inquietud. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?».
Que es tanto como decir que los mimbres de su obra eran tres: el cosmos; la tierra que pisamos como escenario, y los otros humanos con los que la comparte; y por sobre la tierra y la vida, la trascendencia, el más allá… Dios. Y en cada uno de esos tres apartados ponía Burguillos todo lo que sabía.
Hablar de la Naturaleza, para él, que llevaba el campo en la sangre, era una fiesta. La casa grande de todos. Bosques, ríos, pájaros, animales. Y tan madraza, que mima y regala. Y por ahí, paso a paso, sensibilizaba a sus chicos para que se asociasen, amasen y defendieran la Naturaleza a su alcance. Y que respetaran plantas, aves y animales, que tan dueños son de la tierra como ellos. Y ahí, más allá de sus aficiones particulares, está la última razón de tantas plantas, perros, pájaros y gatos en Miralar.
Les decía que este globo maravilloso les cayó en suerte a todos los humanos, sin exclusión de nadie. Y aquí, como podía, tocaba la justicia distributiva, la solidaridad. Incidía y recalcaba que el Creador hizo el mundo hermoso e inagotable en recursos y sorpresas escondidas. Y que se lo entregó a los humanos para que las descubriesen en bien de todos… Que para eso les dio cabeza y corazón. Y que él, a educar en esa concepción elemental de la vida, dedicaba su energía. Se esforzaba en ayudarles a buscar en sí mismos la raíz, el afán instintivo de autoperfección y de interés por cuanto les rodea.
Y así, sin sentirlo, les encuadraba en un humanismo integral, adecuado a sus dimensiones, donde se sientan y vivan como personas e individuos asociados en un precioso planeta. Y con aspiraciones múltiples, coordinadas y realizables. Y luchaba por enseñarles a leer, mirando las estrellas. Porque pensaba que educar era eso: ayudar a los demás a hacerse a sí mismos cabales. Y en la vida y tras la vida, la muerte y el más allá. Problemática ésta que Burguillos dejaba al P. Espiritual.
Le escucharon en silencio.

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