25-02-2009.
Comenta Fernández Arévalo algo sobre mi artículo titulado “Cambiar la historia no es posible” y me da que lo hace con cierto apresuramiento displicente y despreciativo. No es cuestión de dudar de la cultura que expone nuestro amigo, prolijo en sus citas y citados, ni en su sapiencia como profesor de Historia.
Yo, un simple maestro, no doy clases a nadie de nada, porque considero que debo aprender todavía, tras treinta y cinco años de ejercicio. Mas debiera darse cuenta, si tanta sabiduría no le oscurece el entendimiento, que sólo es un artículo breve y ligero para comentar otro de Michel del Castillo.
Y unos u otros podremos estar más acordes o discordes tanto con lo escrito por Del Castillo como por Fernández Arévalo (y con lo que dice que seguirá exponiendo) y, desde luego, con el mío.
Se ha anclado mi crítico en la cita a Pío Moa y no sé si en otras cuestiones que expongo. ¿Se da cuenta de que sólo lo utilizo como referente de esas revisiones al uso? Yo no afirmo que esté ese señor en lo cierto (aparte sus “cualidades” de ‑¡huy, perdón!‑ converso), sino que apunta a unas ideas que no son sólo de él. Como no tengo tiempo, no puedo presumir de muchas y variadas lecturas, que me harían más sabio de lo que soy, además de, ¿tal vez?, más pedante; pero, lo que leo, lo sé interpretar con la mayor lógica. La cuestión histórica de la República ‑su desarrollo y caída‑ me parece que, al menos, la intento comprender en sus exactos términos y matices.
Y puestos a fantasear con los datos existentes, en cuanto a las posibilidades de que se hubiesen producido otras alternativas, no me parece ni pecaminoso, ni incorrecto, el hacerlo; y no escribo inexacto, pues no se produjeron. Mas los hechos podían haber sido distintos y acordes con lo que insinuaba, y eso no debe sentar mal a nadie, salvo que se desee detentar en exclusividad el marchamo de ciencia y pureza de las enseñanzas, de los estudios y de las interpretaciones históricas.
Señor Fernández Arévalo ‑a quien no tengo el gusto de conocer‑, cuídese de no caer en lo que critica del escritor Muñoz Molina ‑paisano mío, por cierto‑, para que no se convierta en inquisidor o pontífice de lo que, más o menos correctamente, alguno aportamos a este foro; pues habría de saber que hay revistas y marcos de más altura, donde los que pueden ‑por sus conocimientos, ciencia, saberes y méritos‑ muestran sus trabajos de más calado. Me temo que es ahí donde debiera hacer sus sesudas y muy científicas opiniones, si en tan alto valor las tiene. No es cuestión de ir despreciando a los demás, por no estar a su altura intelectual.
Acá no sabemos nadar ni guardar las ropas. Que tanto nos encontramos con compañeros que escriben por el solo y exclusivo placer de escribir, como los que pretenden que esto sea un púlpito para exponer sus sabidurías, hechos y magnificencias. Nos vamos de unos extremos a otros con facilidad asombrosa; y no es malo ello, sino cuando pretendemos descalificar a los de la otra orilla, acera o paredón… Acá se presentan, en verdad, escritos de una inanidad total, que tal vez sólo interesan brevemente a sus autores; y también peñazos pestilentes con pretensión de trascendencia, que sólo interesan a sus autores como instrumentos de autoensalzamiento y autopropaganda.
Por acá se han presentado acérrimos predicadores de corte conservadora y, a su vez, los de corte progresista. Y los unos o los otros lo han hecho con la consciencia de lo que estaban intentando transmitir. Unos u otros han terminado cabreando a los del bando contrario, porque por acá, a veces, es difícil entender tanta insistencia en lo mismo.
Pero creo que lo fundamental es que tanto los escritores “ligeros” como los “trascendentes” deben tener este medio para el servicio de los demás (no, en exclusiva, a SU servicio).
Y menos pretensiones y mala idea, claro está. Que ya está el patio nacional bastante caldeado.