Navidades hasta San Antón

15-01-2009.
Así lo afirma el dicho popular: «Hasta San Antón, Pascuas son». Las hogueras de esta noche desvanecerán los últimos destellos de la Navidad ubetense, cada barrio porfiará en ofrecer calor y alborozo en su particular fogata nocturna; incluso el Ayuntamiento, fiel participante en la tradicional convocatoria, templará el ambiente en la hoguera del paseo “Mercao”.

Una buena rosca de buñuelos con chocolate ensalzará este colorido festero, aunque no faltarán quienes se decanten por opciones culinarias de las que se pegan al riñón: chorizo, morcilla y otras delicatessen de la no menos tradicional matanza, pasadas por unas brasas que, además de dar temperatura al cuerpo, alivian el ánimo entre pausados tientos a la bota de buen tintorro.
Pero lo que no determina el viejo adagio popular es la fecha de inicio de la Navidad, que los ubetenses empezamos a vivirla desde primeros de diciembre, cuando en el ambiente flota el ánimo de la inminente recogida de la aceituna, la que despierta unas precarias perspectivas laborales. Este año ha concentrado a cientos de inmigrantes, que han desbordado las posibilidades de ayuda humanitaria de Cáritas y Cruz Roja: albergue y más de setecientas comidas diarias.
Nada justifica que hayan estado (y estén) durmiendo en la calle gran parte de estas personas, cuyas únicas pretensiones son trabajar en lo que nadie quiere y aportar sus cuotas a la Seguridad Social para que podamos seguir cobrando las pensiones. Mientras, en nuestro “mundo cristiano”, preparamos el nacimiento del Mesías, de un Dios que nos advierte sobre la necesidad de amar al prójimo como a nosotros mismos.
Pero no importa. Estamos en Navidad. El comercio despliega sus reclamos publicitarios, las calles se adornan con alumbrado extra de bajo consumo (economía y ecología obligada), la Plaza Vieja es un continuo bullir de gente menuda para disfrutar de la acertada instalación de atracciones infantiles, donde no falta el abeto natural. Y este año una novedad: palmeras. Palmeras de plástico y luminiscentes que no han podido cumplir su ciclo festivo, porque fueron retiradas para acallar las numerosas voces discrepantes, aunque sin razón, ya que las palmeras son más propias del lugar del Nacimiento de Jesús que el consabido abeto de origen escandinavo, un extraño en estas latitudes como la figura de ese señor vestido de esquimal, sonrosado, regordete y barrigudo, llamado Papá Noel, de procedencia finlandesa y a quien últimamente le vemos en una insólita y acrobática faceta de ir trepando por los balcones.
Costumbres y modelos de fuera que vamos incorporando a nuestra cultura y acaban consolidándose como tradición, mientras asistimos a la desaparición de lo nuestro, como es el caso del letrero luminoso que hasta hace escasos años lucía la Torre del Reloj para felicitar el año entrante a los ubetenses congregados en la plaza para comerse las doce uvas: «FELIZ AÑO 2009», una felicitación que nos ha faltado, como viene faltando la de cada año desde que se hizo la remodelación de nuestra entrañable Plaza Vieja, quizá víctima de los dichosos “efectos colaterales” de aquellas obras que nunca debieron realizarse, que también estuvieron a punto de dejarnos sin el general Saro. Una buena petición a las Reyes Magos sería su recuperación para el año que viene; o mejor, encargárselo a Papá Noel, que suele adelantarse en las entregas.
Y hablando de Reyes, felicitar a los responsables de la cabalgata de este año por la buena organización, ornamentación de carrozas, elevado numero de personajes al servicio de sus Majestades y cuatro mil kilos de caramelos repartidos. Pero como todo es mejorable, nos gustaría ver a los Reyes Magos en su verdadero esplendor de Majestad, aposentados en sus tronos, mirando al público, repartiendo también otros “cuatro mil kilos” de sonrisas, saludos y afectos; sobre todo a los niños, que se quedaron con las ganas de verles las caras y de saber a dónde iban los Reyes Magos, ya que sus testas coronadas se metían incansablemente en una antiestética y poco decorosa caja de cartón con caramelos, afanados en un intenso trajín de sacar y tirar golosinas. Sólo les faltaban los chalecos reflectantes para parecerse a los trabajadores de la limpieza.

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